sábado, 31 de diciembre de 2011

Veintiséis y una historia que salvaron mi vida

Foto de Claudio Martínez


Se cuenta que en la antigüedad, una mujer salvó su vida contando historias al Sultán, con quien había contraído matrimonio. Usó su arte, no sólo saber narrar sino también su creatividad, para relatar historias sumamente atrapantes.  Durante mil noches contó cuentos, y a la noche mil una, el sultán le perdonó la vida. No puedo ocultar mi admiración por Scheherezada, y mucho menos mi amor incondicional por las historias. Tal es así, que desde mi más tierna infancia, siempre me deje atrapar por un libro y siempre anduve con una lapicera y un papel, escribiendo algo, ya sea una carta, un diario íntimo, una historia, lo que me viniera en mente, lo que las musas dictasen. Luego, ya en edad adulta, encontrándome en una de mis tantas crisis, mejor dicho, estaba en proceso de reconstrucción personal, decidí estudiar narración oral. Por aquel entonces, sentía que no tenía la concentración, ni la energía suficiente para seguir cursando en la facultad. Había empezado el año y cada vez que entraba en el aula, miraba al docente que tenía en frente de mí, y sentía que estábamos jugando a dígalo con mímica, porque no podía escuchar, decodificar ningún mensaje, sólo veía a alguien gesticular sus manos. Me angustiaba esa situación. Entonces decidí alejarme, por un tiempo, de aquel mundo. ¡Eso sí! No quería que mis neuronas se estanquen, quería contactarlas con cosas que me hicieran bien, que siguieran funcionando y alimentándose; quería conectarme con mi sensibilidad artística (por llamarla de alguna manera), quería de alguna manera sentir que salvaba mi vida. Así fue que me metí en el maravilloso mundo de la narración oral y de los que hoy en día, mantienen vivo el arte milenario de los Bardos, de los rapsodas, de los juglares…
Mi gran maestra fue, es y será, la Sra. Marta Lorente. Ir a sus talleres fue no sólo abrir un mundo mágico para mí, sino fue tomar conciencia de tantas cosas. La primera y fundamental, fue darme cuenta de la coraza que me había construido, de lo encerrada que estaba, y liberarme no fue nada fácil. Las primeras veces que narraba no se me entendía absolutamente nada. Hasta que Marta me hizo este señalamiento, yo no me había dado cuenta de lo presa que estaba en mi propio cuerpo. De a poco me fui soltando, de a poco me fui salvando la vida. Ir cada jueves al taller, era dejarme envolver por la magia de las historias, deleitarme al escuchar  relatos, aprender la magia para poder contarlos. Esos jueves empezaron hacer mi sanación, a salvarme, de alguna manera, la vida. Cuanto empecé a narrar en el bar o en algún evento que se presentaba, ver la cara del público, sentir que los atrapaba, fue  para mí, jugar a que era Scheherezada. Y cuando logré esto, me sentí viva.
 Por cuestiones de horarios y tiempo, hace ya algunos años que no sigo tomando clases, pero siempre mantengo vivo  el deseo de volver. Lo bueno es que lo que se aprende no se olvida, así que haciendo uso de mi lado cara dura, cada vez que se presenta la ocasión narro. Hace poco volví a reencarnarme en Scheherezada. El público era difícil. Al principio mucha atención no me prestaba, pero cuando logre el silencio celestial, cuando observaba sus ojos mirándome con atención sentí que me explotaba el corazón de felicidad.
¿Por qué les cuento esto? Porque lo mismo me sucede cuando escribo. Escribir para mí siempre fue un acto de liberación, de bienestar y también, porque no decirlo, de salvación. No sé si tengo talento. Es más siempre estoy admirando lo que escriben los demás. Pero sí sé que nací con esta habilidad, la de expresarme por medio de un papel. Cuando alguno de mis familiares, amigos, gente conocida me lee y se emociona con mi escrito, siento que de alguna manera, me siguen salvando la vida. Siento que me explota, una vez más, el corazón de felicidad. No me alimenta el ego. Simplemente, me hace sentir bien el hecho de que alguien se emocione con un texto, haber logrado su atención, haberlo hecho entretener, imaginar, en definitiva, haber producido algo en ese otro que me lee, es haberle trasmitido de alguna manera, un poco de la magia que me envuelve y eso es maravilloso.
Por eso hoy, cerquita de terminar el año, quería confesarles que en este blog hay, hasta el momento, 26 historias que salvaron mi vida, que el haber armado este espacio, es sentir que sigo manteniendo en mí, la magia de las historias, de aquellas que sigo leyendo, de aquellas que están dentro de mí y todavía no nacieron, de las que están guardadas en un cajón esperando madurar y de las que se publicaron acá. Sé, después de investigar sobre blog, de leer muchos de ellos, que no cumplo con ningún requisito de los que rigen para este tipo de medio. No soy para nada breve,  no llamo la atención, no tengo una escritura de video clip. Perdón por esto. Pero pese a que muchas veces sentí ganas de abandonar el espacio, desanimada porque sentí que no me leía  “ni el loro” (como dice mi padre). No fui, ni soy ansiosa. Creo en esto que hago. No voy a traicionarme. No me interesó hacer un blog contando lo que me sucede día a día, mi vida no difiere, seguramente, a la de ninguno de los lectores. Tampoco tengo una vida tan interesante como para andar contándola en 300 palabras. Sé que así, muchos lectores no tengo. Leer mucho frente a la pantalla requiere su tiempo, y no todos lo tienen. Pero, pese a todo, no cambie el formato, ni abandoné. Acá estoy. Con 13 seguidores en el blog, 31 en Twitter y 172 en facebook, para mí, todo un logró. Y más aún  saber que al menos, algunos me leen. Esto me gratifica.
El primer post que hay aquí, escribí: Como todo escritor, como toda escritora, me encantaría acercarme a los lectores, tratando de cumplir con el fin único e irrepetible que tiene la literatura, entretenerlos y hacerlos vivir historias a través de la imaginación y por qué no, de las emociones.
Así, que si me leen, sepan de entrada que me harán feliz y si no hay nadie del otro lado, al menos estaré haciendo lo que me gusta...escribir...” Sigo pensando lo mismo. Así que en el último post del 2011, les digo GRACIAS, por estar ahí, por tomarse unos minutos de su vida y leerme, gracias por ser tan respetuosos conmigo. Gracias, porque este 2011 no pude escribir tan seguido y sin embargo, no me abandonaron, al contrario se fueron sumando. Gracias a los que se animan y me escriben, no saben lo importante que es para mí recibir sus comentarios, Gracias a los anónimos, y gracias a los que hicieron su simple pasada por aquí y no les ocurrió nada. Todos me salvan el alma. Todos mantienen viva mi magia, mi amor por las historias.

No tengo el talento de los grandes, ni pretendo tenerlo. Por suerte ellos siguen vivos en las páginas de un libro. Yo soy Lola. La que busca las cosas simples de la vida, por eso tengo historias simples que contar. En este espacio no hay un nuevo arte de escribir, no hay un estilo vanguardista y revolucionario. Hay alguien que cuenta, una humilde Scheherezada que siente que con cada historia salva su vida cuando llega el alba.
Lola
P.D: Este texto se lo dedico a todos los que se dejan atrapar por la magia de las historias, a todos los que aman las cosas sencillas de la vida, a todos los que viven ese acto único e irrepetible de abrir un libro y viajar por medio de las palabras…
En especial quiero dedicárselo a Marta Lorente porque en el taller, en aquellos encuentros de jueves por la noche, alrededor de la mesa de su living, con un mate esperando, se generaba la magia…¡¡¡Gracias Marta por haberme salvado el alma!!!
Gracias a Gastón, (mi ex terapeuta) quien fue el que siempre me impulsó a que sacara del cajón mis historias.
Gracias a mi hermano, porque fue el que me dio esta idea y también siempre me estimuló a escribir, …Gracias por creer en mí.
Gracias a mis viejos, mis lectores incondicionales...
¡¡Buen año y buena vida para todos!! Nos encontramos en el 2012 (yo no creo en el fin del mundo jajaja)       
Les dejo, como de costumbre…una musiquita para deleitarse…
Lola


lunes, 19 de diciembre de 2011

Salí a buscarme

Autor: Lola

2006. Año raro para mí. Sentía necesidad de escaparme de la ciudad, de tomar distancia, de hacer algo por mí. Era julio, tenía vacaciones de invierno. Algo quería hacer. Me acuerdo que una mañana me levanté, le pedí a mi hermana los datos de un hostel en Mendoza y sin más, mandé un mail e hice la reserva. Luego, con mi tarjeta de crédito me saqué los pasajes. Y así me fui una semana de vacaciones. Sola. Yo y mi valija. No era la primera vez que viajaba sin compañía, pero sí era la primera vez que iba a estar absolutamente sola, sin conocidos, sin amigos. Aunque también era cierto que iba a una ciudad donde tenía familia, pero que muy pocas veces en mi vida había visto. Y yo que por un designio divino, tengo esas ganas de saber sobre las raíces familiares, de conectarme con la historia de mis antepasados, sabía que al menos, un día iba a ser tan caradura para ir a verlos. De todas maneras, no quería que esto condicionara mi viaje. No tenía nada planeado, quería llegar al lugar y ver que me presentaba la ciudad para hacer y conocer.
Debo decir, porque es una obligación para mí, fue un viaje fabuloso, la pasé genial, no sólo conmigo misma, sino con las cosas que viví e hice allá. Recuerdo que cuando subí al micro,  sentía un nudo en el estomago, estaba llena de dudas, ¿me divertiría? ¿Me sentiría bien en otra ciudad sola? Mis viajes anteriores, en soledad, habían sido a España. Pero estos, para mí, habían sido fuera de serie, un sueño hecho realidad donde la sorpresa, la emoción y la felicidad fueron constantes. Esto era otra cosa.
Llegué a la terminal de Mendoza y sentí que comenzaba la aventura. El hostel, del que ya tenía referencias, era espectacular. Un mundo especial, lleno de gente joven, de diferentes nacionalidades, la mayoría extranjeros, todos tenían un espíritu de aventura que contagiaban. Algunos estaban solos, como yo, otros en grupos y muy pocos en pareja. Ahí pude comprobar la necesidad de comunicarse que tiene el ser humano, y las capacidades de socializar que uno tiene cuando está solo. Yo tengo un inglés rudimentario, casi inexistente y sin embargo, no me pregunten cómo, pero mi mente se fue llenando de pequeñas palabras que recordaba de mis viejas clases de inglés. Así que con este escaso idioma hablado a lo indio, me fui comunicando con la gente. Por suerte, ellos también chapurreaban un poco de castellano, lo que hizo que milagrosamente, nos pudiéramos entender, también ayudó muchísimo el lenguaje corporal. Lo que también hizo la cosa divertida, era cómico verme. Yo misma me reía de mí.
Una de las excursiones que hice fue al spa de Cacheuta. Algo que recomiendo hacer. Allí conocí a Alejandra y a John. Ale era mendocina y John, australiano. Qué manera de reírnos. Ella no podía creer como hablaba con él. El pobre flaco se mataba de risa al ver mis gestos. El contingente también ayudaba a la diversión.
Fue sinceramente, una muy buena experiencia. Conocí gente copada, que me ayudo a ver las cosas que me pasaban de otra manera, conocí otra faceta de mi personalidad, aprendí el valor de estar conmigo misma y sobre todo de relacionarme. En ese momento, estaba muy encerrada dentro de mí. Sentía que nada a mi alrededor me hacía sentir bien, nada me conectaba con mi parte divertida, con mi alegría y volvía a reír sin tener un motivo, esta sensación me encantaba. Pero sobre todo aprendí las posibilidades y los recursos que una saca de la galera cuando está sola y tiene que establecer vínculos con los otros. Como así también, que contemplar hermosos paisajes y estar sola frente a la inmensidad de la naturaleza, te llena de una energía muy especial y a decirte: “De vez en cuando está bueno estar con uno mismo, escaparse de todo y de todos, sentir que la soledad es tu amiga, y estar feliz por ello”
Antes de terminar mí viaje. Fui a visitar a los primos de mi mamá. Yo era un ser extraño para ellos y viceversa. Desde la última vez que los había visto habían pasado muchos años. Así que sólo tenía una imagen en mi memoria. El cumpleaños de la tía de mi vieja. La verdad, es que me recibieron con mucho cariño, y fue bueno para mí conectarme con ellos. Escuchar las historias familiares, las anécdotas. Para mí no fue sólo seguir armando la historia familiar, sino que fue conectarme con mis raíces, y esto es conectarse con la esencia de uno, al menos yo, con la mía.
En el micro de regreso, me sentía feliz. Había vivido una semana especial, diferente. Sentía que había ido a buscarme algún lugar y me había encontrado. Del Australiano, no supe nada más. Pero sigo en contacto con Ale y con el neuquino. Nos escribimos de vez en cuando, y cada vez que leo algún mensaje de ellos. Me lleva a sentir la maravillosa energía que viví en ese viaje.
Hoy después de tanto tiempo. Estoy pensando en que tendría que volver a repetir esa aventura. Tomar mi valija y salir con mi soledad, a algún lugar y dejar que la vida me sorprenda, como hace mucho tiempo que no lo hace.
Experimentar la maravillosa sensación de libertad, es algo fabuloso. Sentir que una es un pájaro que abre sus alas y vuela, sin rumbo determinado, simplemente con las ganas de dejarse llevar, es algo que podemos hacer los que aún estamos solos y todavía no encontramos un lugar para establecer el nido o, cambiar el estilo de viaje porque hallamos nuestro compañero. La soledad nos permite estos lindos disfrutes, ser uno y el mundo. Desde mi experiencia personal, les cuento que las veces que anduve de viaje, sola con mi mochila al hombro, me sentí espectacular, lo disfrute a full. Los que nunca se animaron hacerlo, no se achiquen y vuelen. Los que solemos hacerlo, es cuestión de planearse algo. Se viene el verano, las vacaciones, es tiempo de abrir las alas y agitarlas al viento.
Mujeres y hombres solteros, solos y divinos, sino fueron a buscarse a algún lugar, les recomiendo que lo hagan. Uno nunca sabe qué puede encontrar. Tal vez la vida te sorprenda. Lo importante es largarse a la aventura.
Lola
Autor: Claudio Martinez
P.D:  CLAUDIO MARTINEZ, ¡¡¡Gracias Claudio por tus maravillosas fotos y por el prestamo!!! Gracias por tu gentiliza y tu arte!!!