El texto que sigue a continuación lo escribí en marzo. Pero sentí que no era el momento de publicarlo, creía que le faltaba algo. Hoy lo público tal cual, sin cambiar una pincelada. Creo que es el mejor homenaje que puedo hacerle. Hace muy poquito, mi mamá se animó a confesarme que se enteró que ella había fallecido. Sabía que me iba a poner triste, porque yo la adoré y la adoró. Así que hoy quiero regalarle este texto
Anoche estaba mirando la película “Historias Cruzadas”. Una historia que habla de la discriminación racial, de mujeres, y sobre todo de la servidumbre, de esas mujeres que cuidan hijos ajenos y se ocupan absolutamente de todas las tareas de la casa. En el films las señoras adineradas tienen servidumbre porque esto les da un toque de distinción, muestra la pertenencia a una elite y también muestra lo banales, soberbias y miserias de esas clases de mujeres blancas, que se sienten superiores frente a la servidumbre negra, cuando en realidad son mujeres inútiles que para lo único que fueron criadas es para casarse, jugar a las cartas y reunirse para charlar con el fin de realizar actos hipócritas de solidaridad. Cuando termine de ver la película, mi cabeza se llenó de imágenes de mi niñez. Mi madre que estaba y está muy lejos de ese tipo de señoras, necesito una empleada en la casa, sobre todo para cuidarnos, porque tenía que salir a trabajar. Ver la película me hizo pensar en ella, en la mujer que estuvo muchos años en mi casa. ¡Gracias a dios! no teníamos la relación asquerosa que las mujeres “blancas” establecen con su servidumbre. Lo que más me conmovió de la película es que la protagonista, en su propósito de convertirse en una periodista y escribir, reúne la historia de estas mujeres negras, y en especial resalta el vínculo que ella tenía con la mujer que sirvió en su casa casi toda su vida, esa mujer que no sólo la crió sino que la ayudó a que crea en sí misma.
Feli, también fue muy importante en mi vida y lo seguirá haciendo hasta el día que me muera. Por esto me resulta chocante hablar de servidumbre, empleada doméstica, sirvienta, mucama, me parece horrible. Feli fue para mí, mi segunda mamá. Jamás la vi como una empleada. Es el día de hoy que recuerdo su sonrisa, su cara redonda con cachetes colorados, su tonadita correntina, y sus abrazos. No había nada mejor para mí que sus abrazos. Si me lastimaba, me abrazaba, si me veía llorando me abrazaba, cuando llegaba y se iba me abrazaba, para mí no había nada mejor que ella me envolviera entre sus brazos y me apretara fuerte contra su pecho.
Recuerdo que todos los viernes preparaba mis cosas porque me quería ir con ella. Uno de esos viernes mi mamá me dejo ir a pasar el fin de semana a su casa. Las dos estábamos felices. Me llevo a su hogar, me atendió como si fuera una princesa. Compartí esos días con su familia, es más, justo celebraban el cumple de una sobrina, así que estuve en la fiesta y todo. Me encanto. Ese finde quedó en mi memoria como uno de los mejores.
Cuando nos mudamos ella siguió trabajando en mi casa, lo hizo hasta que yo tuve once años si mal no recuerdo. De todas maneras, seguimos en contacto varios años más. Incluso con mi mamá, mi tia Doris y yo, una noche de carnaval fuimos a la iglesia para ver como se casaba Zulma, la única hija de Feli. Ese día ella explotaba de felicidad, no podría decir por qué estaba tan feliz, si por el casamiento o porque nosotras habíamos ido a saludarla, lo cierto es que no puedo olvidar su cara de sorpresa y de emoción. Mucho tiempo después, cuando mi hermano sufrió el accidente, un mediodía vino con su nieto a vernos. ¡¡Qué alegría me dio!! A veces encontrarte con alguien que hace tiempo que no ves te choca con la realidad y te das cuenta de cuánto extrañas a esa persona. A mí me había pasado eso. Ese día ver a Feli, fue sentir su falta. Darme cuenta lo mucho que la extrañaba. Ese día fue la última vez que la vi. Lo último que supe de ella es que se había ido a vivir a Corrientes con toda su familia.
Ya perdí la cuenta de los años que llevo sin verla, de que no sé absolutamente nada. Pero eso no impide que yo la tenga presente siempre. La mantengo intacta en mi memoria. El primer día que la vi, la vez que me reto porque me subí a la higuera del fondo de mi casa y no me podía bajar, y gritaba como una loca ¡¡¡Feliiii, Feliii, llamen a Feliii!, de mirarla mientras planchaba. Nunca entendí porque debajo de sus camisas ella tenía puesto un cinturón debajo justo de su pecho, porque no usaba enaguas. Siempre sentí que éramos sus pollos y ella nos ponía debajo de su ala. Hace poco leía el libro, MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS, y la autora hablaba de que todos tenemos una madre biológica pero a lo largo de nuestras vidas tenemos muchas, todas nos dan aquello que necesitamos. Feli, como dije fue mi segunda mamá y lo seguirá siendo. Siempre pienso en ella, la tengo presente, hay días que me gustaría recibir uno de sus abrazos, sobre todo cuando estoy triste. Hay días que me gustaría reírme con ella y ver como se ponía colorada, o quedarme sentada en la mesa y charlar con ella mientras plancha, como lo hacía cuando era chica.
Feli como me gustaría verte de nuevo y compartir un fin de semana con vos, como aquel que vivimos. Pero no para que me atiendas, sino para que tomemos mates, charlemos, nos riamos y me llenes de abrazos. Te extraño…
Lola
P:D.: Para vos Feli, dónde quiera que estes, con todo mi amor…gracias por haber formado parte de mi vida, gracias por haberme querido tanto…siempre estarás en mi aire y en mi corazón
"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles". Bertolt Brecht
Esta frase siempre me llegó a lo más profundo de mi ser. No sólo porque siento que pase lo que pase, siempre lucho por las cosas que creo fervientemente, sino porque tengo a mi alrededor un circulo de personas a las que quiero con toda mi alma, que sé que son imprescindibles. De hecho me lo demuestran día a día. Y como siempre digo me hace muy feliz saber que están en mi aire.
Hoy, elegí hablar de una de ellas, de alguien que me ha enseñado tanto, que es tan imprescindible en mi vida y de hecho lo va a seguir siendo hasta el día que deje de respirar.
Este texto hoy, no va a tener una estructura de relato, tampoco de anécdota. Tal vez por eso a muchos no les interese. Tal vez me equivoque. Pero siempre que escribo con los sentimientos a flor de piel y de cosas muy personales, siento que por ahí aburro al resto de los lectores. Pero creo, que está bueno, porque es una manera de rescatar algunos valores que se perdieron en estos tiempos tan convulsionados.
Hablar de lo que sentimos no siempre tiene que ser aburrido o tedioso. Tal vez, si fuese más creativa o tendría más talento, este espacio tendría más seguidores. Agradezco que los que leen este blog, porque son los que de alguna u otra forma, disfrutan de leer simplezas que tienen que ver con la vida misma, con el corazón.
Así que les pido permiso y de antemano pido disculpas porque hoy voy hablarles de alguien muy importante para mí.
Llegó una tarde, sin dar señales de aviso. El cielo estaba claro y la primavera hacía tiempo que estaba en la ciudad. Tal vez fue el perfume de las flores que llevo a que mis padres la llamaran Florencia, o por homenaje a la provincia italiana que vio nacer al renacimiento. No lo sé. Lo cierto es, que a mi vida había llegado Flori, mi hermana menor. Con ella llegó la alegría. Ya desde chica mostró su energía, su espíritu de aventura, su capacidad de lucha.
Mi infancia con ella estuvo llena de juegos a la muñeca, a la maestra, a la secretaria, al elástico, a disfrazarnos, pero con quien ella lograba tener aventura era con mi hermano. Ellos dos siempre fueron muy compinches no sólo para hacer maldades, sino porque ella siempre supo cómo seguirlo a él en cosas de varones. Treparse a los árboles, jugar carreras, a la pelota, a los soldados.Siempre andaban fabricando alguna carpa o choza en algún rincón. Al lado de ellos siempre fui la más tranquila, la que los seguía en caso de que nada me lastimara. En cambio Flori siempre fue corajuda.
Nuestra niñez se empezó a construir en un departamento pequeño, durmiendo los tres juntos en una habitacíon, de tardes de salir a jugar a la puerta, al carnaval de terraza a terraza con los vecinos, en el patio de la casa de Sarmiento de la abuelita Iri, del fondo de la abuela Luisa. Ese mismo fondo del que hoy disfrutamos tomando sol, tomando mate y corriendo con nuestros sobrinos. Con ella fuimos a las guías y ahí empezó a desarrollar su espíritu de aventura y su pasión por hacer vida al aire libre. Mientras ellas gastaba cada gota de sudor en el deporte, yo lo hacía en alguna manifestación artística, danza, teatro y después narración oral. Mi hermano se inclinó por el dibujo y la música. En nuestras diferencias nos hermanamos.
Los tres, siempre fuimos los tres mosqueteros. Siempre nos defendimos y nos cuidamos. También nos hemos peleado y mucho. Pero cuando pasamos momentos duros, nos hemos unido más que la sangre que tenemos y la carne nos quedó chica para compartir. Tenemos ese código que sólo la hermandad establece. Cuando estamos los tres juntos, creo que somos muy divertidos, siempre nos pusimos apodos, nos hemos cargado, nos hemos reído de nosotros mismos, como así también hemos llorado juntos y nos hemos acompañado siempre. Hoy sigue siendo igual.
Yo no sé si fue porque es la más chica y ya tenía un camino allanado o simplemente, por su personalidad, pero ella siempre innovo en la familia. Mis viejos nos criaron de igual manera, sin embargo, pese que en muchas cosas nos parecemos, en tantas otras somos tan, pero tan diferentes.
Como dije antes, mi hermana menor siempre fue enérgica, y es más, lo sigue siendo. Mientras ella vive conectada a un cable de 220, yo vivo en la tranquilidad de mi mundo. Recuerdo ir de vacaciones juntas. Mientras Flori jugaba al vóley en la playa y se hacía de mil amigos, yo estaba sentada, tomando sol, perdida detrás de las páginas de un libro. Esa energía que la caracteriza, es la que la empuja. Siempre digo que de mi hermano aprendí la fortaleza, y que de ella la perseverancia. Es así, ella es la persona más perseverante que conozco en el mundo. Se pone una meta y la cumple. La he visto caer, llorar, brotarse de alergia y seguir tras lo que ella soñaba. Su carrera de hecho fue así, una montaña rusa. Ver como alcanzo su título fue algo que me explotó el corazón de felicidad. Es tan especial. Si quiero tener la verdad sin filtro y sin anestesia está ella. No tiene doble cara, ni vértices. Puedo quererla matar cuando la veo tan dura, pero también puedo desarmarme cuando la veo sensible. Adoro reírme con ella. Yo no sé si es porque la hago reír o porque es ella la que me hace reír a mí. Pero lo cierto es que cuando estamos juntas nos divertimos mucho. Es de fierro, es incondicional, es una persona que te sorprende por lo querida que es. Yo soy la hermana, mi amor para con ella es único. Pero siempre me emociona ver como la adoran los demás. Ella es Flori, martita, la doc, para todos sus amigos. Es como la canción de Roberto Carlos, tiene un millón de amigos, por donde ella pasa deja una buena siembra. Esto me hace feliz y me enorgullece.
Hace unos años atrás, unos cuantos años atrás, empezó a realizar turismo aventura. Algo que a mí jamás se me ocurriría. Mientras a mí me gusta contemplar las montañas, pues a ella le gusta escalarlas. Así fue como de cada viaje que hizo siempre quedó la frase: Hizo cumbre. Y de hecho fue así. Siempre llegó a la cima de cada montaña que escaló y también con cada cosa que se propuso. De hecho su frase de cabecera es “VAMOS POR MÁS”.
Hace un año, emprendió una gran aventura, se fue a vivir al sur. A un pueblo perdido de la provincia de Santa Cruz. Fue hacer patria y a llevar su vocación de servicio. También a realizar todo lo que la ciudad de la furia le impedía hacer. Fue un golpe. Mis viejos todavía no superan su partida. Mi hermano y yo, entendimos que ella tenía que seguir su destino, pero nos dolió en el alma. Después de un año es tan raro el sentimiento que me invade. Porque no la siento lejos, pero tampoco cerca. Pese a que hacía bastante tiempo que no vivíamos juntas, no dejo de sentir que no la tengo en lo cotidiano de mi aire. Sin embargo, hablamos todo el tiempo, estamos pendiente una de la otra. Cada vez que conversamos y la escucho feliz, siento que yo soy feliz por ella. Sin embargo, hay una distancia real que duele. Hay un extrañarse todo el tiempo que a veces me surge la necesidad de tenerla más cerca. Pero aprendí, que amar es no ser egoísta y es abrir la puerta para salir a jugar. Amarla es acompañarla en su aventura, en su decisión, es estar siempre ahí, al alcance de su mano para cuando me necesite.
Cuando éramos chicas hacíamos todo juntas, hasta ir al baño. Si alguna tenía miedo, se pasaba a la cama de la otra. Nos vestían iguales, cosa que odiábamos. Tenemos un aire muy parecido, incluso alguna vez alguien nos llegó a preguntar si éramos mellizas, y nos sorprendimos porque siempre nos vimos tan diferentes. De hecho lo somos. Ella es más alta que yo, más flaca. Yo le llego al hombro, siempre fui la chiquitita y la gordita de la casa. Ella me tiene como osito de peluche, mientras yo espero ser su muleta para sosterse si me necesita. Por suerte, nuestras diferencias se igualan cuando vía msn, facebook, celular, estamos ahí, atentas, atentos. Con mi hermano es igual. Tal vez por ser la del medio, o por ser la más sensible, soy la que más cosas añoro y la que más disfruto cuando estamos juntos. Es el día de hoy, que todavía extraño nuestras noches, cuando estábamos los tres solos y cada uno llegaba de trabajar o de la facultad, y nos sentábamos a tomar mate. Los tres somos muy materos. Herencia de la abuela. Infusión que nos une y que nos invita a la charla, a reírnos y sobre todo, a compartir.
El día que la ví subir al avión, el corazón se me partió en dos. Pero fue una de las pocas veces que sentí que no me abandonaban. Jamás se me ocurriría pedirle que vuelva. Ella encontró su lugar en el mundo y eso no sólo es grandioso, sino que es una bendición que no muchos pueden tener.
Mi hermana es para mí otra mujer importante en mi vida, es imprescindible. Admiro su perseverancia, su capacidad de lucha, su espíritu de aventura, su tenacidad, su fortaleza, su sensibilidad escondida, su risa, su alegría, su optimismo, su mirada siempre en positivo para alcanzar la meta, su espíritu de conquista. A donde ella va, deja una huella que los demás saben mirar. Es la típica escorpina, su carácter es fuerte pero su corazón es noble, esponjoso y frágil como el mejor cristal.
Al lado de ella me siento pequeña, en todo sentido. Se supone que yo debería cuidar de ella y sin embargo, siento que ella cuida más de mí. Sí sé, que siempre procuré que no le ocurriera nada si yo estaba a su lado.
No sé si pude o puedo enseñarles algo a mis hermanos. Sólo sé, que si siempre trato de estar con una sonrisa en mi rostro es porque ellos me enseñaron a mirar el lado positivo de las cosas, a no bajar los brazos porque están ahí para sostenerme, porque nos une la vida, la carne y la sangre.
Aprendí el valor de llegar a la cima, porque pude ver el sacrificio, la perseverancia, el esfuerzo de hacer cumbre y el valor de ser conquistadora de la vida, por mi hermano mayor y por ella, mi hermana menor, a la que cariñosamente la llamo Norma. Si decaigo, siempre tengo su voz diciéndome que tengo que ir por más. Con lo cual, frente a estas palabras, no me puedo permitir abandonar mis metas. Puedo recrearlas, resignificarlas, cambiarlas, pero no dejarlas al costado del camino. Siempre, siempre hay que ir por más.
Hoy, cuento los días para verla, para sentarme a la mesa con toda la familia, para salir hacer compras, para chusmear con ella, para que nos riamos los tres juntos. ¿Falta mucho para que llegué diciembre?
No me queda más que decirle a mi hermana, que la espero como siempre, que la amo con todo mí ser, que la extraño mucho, que le agradezco el estar tan presente en este momento tan especial de mi vida. Y que siempre estoy a su lado. Gracias por enseñarme tanto, gracias porque tu fuerza hizo que yo me sienta una conquistadora de la vida. Ella y mi hermano son de esas personas que luchan toda la vida, por eso me son imprescindibles.
Lola
P:D: Perdón si este texto tiene errores de redacción o de normativa. Pero lo escribí dándole paso a lo que mi corazón me dictaba, no me preocupe por si esto es literario, si utilizaba un lenguaje poético. Son palabras salidas como un chorro de mi corazón al corazón de ella.
Este mes cumplis años, y quería regalarte algo especial... .
Lo vi, estaba ahí. Irradiaba un aura especial que me producía un cosquilleo
en el estómago. Lo miraba detenidamente y recordaba que la primera vez que nos
encontramos yo tenía 26 años. Tenía otra vida, pero sobretodo otro cuerpo. He
vivido lindos momentos con él. Hasta que la vida me fue marcando el paso del
tiempo. Pero pese a ello, no pude abandonarlo. Lo guarde en un lugar de mi
corazón.
Mi amiga Eli, siempre me dice que
tengo que desprenderme de las cosas viejas, del pasado. Si uno lo hace, recibe
cosas nuevas y buenas. Pues yo tengo un defecto.¡¡Va uno de mis muchos
defectos!!! Me cuesta desprenderme de las cosas que ya cumplieron su momento.
Trato de hacerlo, pero sin embargo, sigo teniendo papeles viejos, recuerdos como servilletas,
envoltorios de chocolate, rosas secas, cartitas, etc. Así soy, así fue que no
pude desprenderme de él. Es tan lindo, me gusta tanto, que ahí está, sigue
dando vuelta en mi aire, en mi vida. Sigo estando enamorada de él, como el
primer día.
Lo vi, y me dije: “Si se supone que todos tenemos un muerto en placar, ¿vos
estarás vivo o muerto?” Así que tomé coraje y enfrenté la situación. Lentamente
me acerqué, lo agarré entre mis manos, viejas imágenes venían a mi mente. No
podía dejar de apreciar su apariencia entre lo moderno y lo clásico, esto me
hacía dudar. Pero estaba decidida. Cerré los ojos y empecé a sentir como acariciaba mi piel. Fue
un momento mágico. Me sentí la más linda en mi propio reino. Me sentí feliz.
Ahí estaba yo. Frente al espejo, con mi pantalón negro. Con el que había
mantenido un larguísimo romance y hacía años que no me quedaba bien. Me queda
mejor que cuando lo compré a mis 26 años. Estaba en un lugar escondido de mi
placar. Lo miraba de vez en cuando. A veces, como hoy, me impulsaba el deseo de
ponérmelo y deseaba que me entrara. Pero tuvo sus momentos. Hubo épocas que no
me subía por las caderas. Otras, que no me cerraba, y la peor era cuando hacía
un esfuerzo sobrehumano para ponérmelo. Me cortaba la circulación de la sangre,
después de tirarme en la cama, subir el cierre, quedarme sin aire y mirarme en
el espejo, donde yo pasaba ser testigo presencial de como este hermoso pantalón
sufría y gritaba a viva voz: “¡¡¡¡ SALVEN A WILLY!!!!” Ver que mis rollos
asomaban espantosamente por encima de su cintura, me llenaba de angustia y de
horror. Era una imagen digna de una película de terror y quería que en ese
momento entrara Fredy para cortarme el cuerpo en dos. Pero hoy todo fue
diferente. Hoy me entraron sin ninguna práctica de tortura. Me quedaban
pintados.¡¡¡¡ Estaban vivooooossss!!!! Y yo me sentía la mujer más feliz del
mundo. No sé hasta cuando me entrara, pero ahora tengo que disfrutar el
momento. Por suerte, es un pantalón atemporal, es de los que no pasan de moda,
no deja de ser elegante, fino y puede ser eterno. Así que mientras pueda lo
usaré hasta que vuelva, otra vez, a sufrir mis cambios corporales. Al fin de
cuenta, no es malo tener un muerto en placar.
Las mujeres somos así. Todas tenemos ese instinto masoquista. Nunca me
preocupe mucho por el paso del tiempo. Sé que desde los 30 tendría que haber
empezado a usar cremas para el rostro y el cuerpo. La verdad es que sólo, de
vez en cuando, después de bañarme me paso crema en el cuerpo. No soy para nada constante y la verdad, es que
eso de estar toda embadurnada no me gusta nada. Hace unos años empecé a usar
protección solar, porque tampoco me gusta la arena pegada al cuerpo y sentirme
una milanesa. Pero un verano en el campo, me hice la piola y termine siendo una
llamarada caminando. Ahí tomé conciencia y comencé a protegerme, porque si no,
ni siquiera eso.
Tampoco fui constante con la actividad física. Tuve años que hice natación,
otros que hice gimnasia, lo último que hice fue pilates. Me encanto. Este año
iba a empezar de nuevo pero justo me apareció el problema en el útero, así que
tuve que suspender. El año pasado, cuando asomó la primavera, con mi amiga coki
empezamos a ir a caminar al velódromo. Eso nos hizo bárbaro. Por suerte, es una
de las pocas actividades físicas para las que tengo autorización médica. Así
que ni bien empiece el clima lindo, otra vez iremos a tornear el cuerpo.
Pero como toda mujer, tengo esos días que odio mirarme en el espejo. Ver
como mi cuerpo sufre las modificaciones inexorables del tiempo. ¡Ojo! No soy de
las mujeres que desean y quieren la eterna juventud. Pero si un poco de piedad.
También es cierto que tengo que dejar de
hacerme la pendeja, y empezar a usar
cremas. Pero ya veré. Ahora yo estoy feliz. Me entró mi pantalón. El que hacía
años que no me entraba. Lo que significa, que estoy más flaca y que todavía la
fuerza de gravedad no me alcanzó. Porque si me hubiera entrado, pero el culo lo
hubiese tenido por el suelo, tampoco hubiese sido agradable la imagen.
Me alegra no haberme desprendido de él. Confieso que había perdido las
esperanzas de volverlo a lucir. Pero ahí lo tenía como una reliquia, como un
recordatorio de buenos tiempos.
Sé que a muchos esto que les cuento les puede resultar una tontería, una
banalidad. Pero creo que es una manera de reírme de mí, y de mi esencia
femenina. Sé que hoy en día hay muchos hombres que se cuidan físicamente más
que las mujeres. Sé también que hay mujeres que viven obsesivas por el cuerpo, por la apariencia. Pero la
realidad es que a todos nos gusta vernos bien. Sentir que nos miramos al espejo
y nos gustamos a nosotros mismos. Salir a la calle y gustarles a los otros. La
autoestima, sabemos que no pasa sólo por la seguridad que tenemos de nosotros
mismos, ni de nuestra capacidad intelectual o por lo carismáticos que podemos
ser. Pasa por el cómo nos vemos y nos ven.
A ver, díganme si alguno de ustedes no les gusta recibir un piropo, si el
que alguien te diga: “¡Qué bien estas hoy!” no te alimenta el espíritu y te
levanta el autoestima. Las mujeres sabemos que sí y mucho. Siempre digo lo
mismo. Cuando una está en esos días que se va pateando la autoestima, no hay
nada mejor que pasar por una obra en construcción. Éste sindicato es el mejor.
No sólo levantan edificios, levantan autoestimas. Deberían pagarle doble la
jornada. Después de recibir varios piropos, una se enfrenta al espejo, sabiendo
que éste le va a decir que la más linda del reino, es una. Aún siendo
conscientes, como en mi caso, que el reino que una habita es un minúsculo
departamento de un ambiente y medio. ¡Qué más da! Para sentirse una reina no se
necesita un gran territorio. Lo importante, es sentirse bien con una misma. Ser
consciente que el paso del tiempo es inevitable, llevarlo de la mejor manera
posible. Pero sobre todo, no hay que abandonarse, no hay que dejarse estar, no
hay que dejar que nos pise el tren. Me encanta esa frase que dice, “antes
muerta que sencilla”. No podemos vivir como las actrices de las novelas, que se
levantan de la cama, maquilladas, peinadas, oliendo a rosas. No podemos estar
todo el día vestidas de fiestas como hace Carrie en la peli Sex and the city 2.
Pero si podemos, estar arregladas, cuidadas, vernos bien. No hay que olvidarse
que la primera relación amorosa que tenemos en la vida es con uno mismo. ¡Ojo!
Tampoco es bueno ser Narciso. Todo en la medida justa. Pero sí es importante,
mantener el romance con nuestro cuerpo, con nuestra propia catedral. Las
mujeres a veces nos olvidamos de esto. Anteponemos una lista larga y en el
último lugar nos ponemos a nosotras. Más todavía las que son madre, trabajan y
llevan adelante una familia. Nosotras llevamos en los genes, el ser mujeres
orquestas, hacer mil cosas al mismo tiempo. Sé que a los hombres esto que acabo
de decir no les guste, pero hasta ahora siempre he visto que los hombres llevan
en su ser la fuerza física y las mujeres la fortaleza. Son dos cosas
diferentes. Pero es así. No lo digo desde una mirada feminista, porque no lo
soy. Siempre creí en la igualdad de los sexos, y reconozco mis limitaciones.
También, es cierto que festejé cada progreso acertado del feminismo, pero no
compartí otros, sobre todo aquellos en que la mujer perdía su femineidad, su
rol de mujer.
Volviendo a la anécdota de hoy. Abrir el placar, sacar esa prenda que hace
años que no te entra, probártela y ver que está te queda mejor que cuando la
usaste por primera vez. Es un triunfo que sólo las mujeres entendemos. Ya que
no podemos pelear contra las arrugas, sólo podemos demorarlas y las que no
tienen miedo al quirófano, incluso estirarlas, al menos si podemos ganar otras
batallas corporales. Con mucho sacrificio se puede vencer a la balanza. Cuando
lo logramos, el mundo nos sonríe. ¡Ojo! También es cierto, que cuando estamos a
dieta, tenemos un humor de mierda, estás irritable. Siempre que estuve a dieta
y ni yo me aguantaba, me daba algún permiso. Pero reconozco que cuando tengo
amigas en plena lucha alimentaria, están super sensibles. También me ha pasado
en salir a comprar ropa con alguna de ellas y ver como se dejo estar. Ahí con
todo el dolor de mi alma, sólo me salió preguntarle ¿por qué? Y ahí me dí
cuenta que a veces, ponernos muchas capas de ropas no es sólo tapar nuestro
cuerpo sino tapar nuestra alma, nuestro corazón. Entonces, empezamos a mirar el
espejo, del pecho hacia arriba e incluso, llegamos a evitarlos. Pero ahí, se
sabe que no importa la apariencia o cuantos kilos de más se tienen, ahí importa
descubrir que nos pone tristes, que no queremos ver, que nos duele y estamos
evitando. Una puede tener kilos de más y estar feliz, eso es lo que importa, el
estar bien con uno mismo.
Si me preguntan por qué hoy con mis pantalones me sentí feliz. Les respondo
que por un lado, como solía decirme un amigo mío, porque todavía no tengo la
fecha de vencimiento puesta en la frente. Por otro, porque después de la
operación, no reconocía a mi cuerpo, me ví hinchada, deformada, mi panza era un
flan y encima parecía que no había albergado a un tumor, sino a un regimiento.
Con lo cual, que este pantalón me entrará, significo un nuevo triunfo, todavía
no puedo ganarle a esta herida que tengo que no cierra. Pero al menos, si pude
recuperar mi envase, mi catedral. Motivo por el cual, celebro con total
felicidad. Porque en mi caso fue al revés, venía depre y al verme con él
pantalón fue una inyección al ánimo. Fue en doble sentido, el regreso de los
muertos vivos.
Lola.
P:D: Agradezco al lector que en la historia anterior me dejo un comentario. Me encantó la frase. Así que si me da permiso la voy a usar en una futura historia.
Últimamente,
por no decir después de los 35, me
encontré diciendo frases como: “Yo ya no estoy para estas cosas”, o “ya no
estoy para perder el tiempo porque sí”. ¿No las dicen ustedes? Porque en mi caso, cuando no las digo yo se las escucho
a mis amigas. ¡Y sí! Una tiene una edad, que no sólo siente que ya no está para
hacer ciertas cosas, sino que tampoco tiene ganas de hacer otras. Aunque
también, hay momentos en el que el cuerpo nos susurra al oído: “¡Estás loca, ya
el físico no te da para esto!”
Pensar que una,
en algún momento de su vida, pudo estar varias noches seguidas sin dormir,
estar de joda hasta las nueve de la mañana, hacer noches de rondas, calzarse
una minifalda con 0º grados, dormir tres horas y levantarse fresca y radiante.
Tener vacaciones descontroladas donde se almorzaba a las cuatro de la tarde y
se dormía la siesta de 22 a 1 de la madrugada para estar radiante en el
boliche.
Hoy sino duermo
como mínimo ocho horas, estoy estúpida todo el día, tengo unas ojeras que me
puedo hacer con ellas una bufanda, mis neuronas pueden comenzar a conectarse
después de tomar al menos una pava de mate y tres capuchinos. Sin olvidarme que
desde que me tengo que levantar a las cinco y media de la mañana, comencé
hacerme devota de “Santa Siesta”. Si salgo de noche, hay un momento que no
necesito mirar el reloj, lisa y llanamente siento que unas radiaciones
magnéticas me atraen hacía mi casa y empiezo a desear a mi cama
desesperadamente. Con el frío que está haciendo en la ciudad, salgo vestida como una
cebolla, ya deje de tener cuero en vez de piel. Es más me he convertido en un
oso, durante el invierno, me quedo en la cueva.
Así como
cambian los estilos de vida, cambian los amores. ¿Por qué digo esto? Porque
hace unos días me ocurrió algo que me hizo pensar en estas cuestiones.
Iba caminando
por la calle, muerta de frío, con ganas de llegar a mi casa. Cuando de repente,
sin saber cómo, me encontré con él, Alejandro. Un flaco con el que tuve una
historieta amorosa. Fue hace cinco años. No fue la mejor aventura romántica que
tuve y la verdad, fue de esos hombres que una olvida fácilmente. Pero ahí lo
tenía, en frente de mí, hablando de su vida y haciéndome un interrogatorio
policial acerca de la mía. Mientras
tanto, buscaba la manera de seducirme, hasta que directamente me invito a
salir. Situación que me puso incomoda. ¿Cómo se le dice a un hombre qué ni loca, ni mamada vuelvo a
salir con él? Le respondí que no podía,
que no estaba sola. Le importó poco,
pareció como que no escuchó lo que le dije. Se puso insistente. Así que me puse
hablar de cualquier cosa y me disculpe porque tenía que irme.
Llegué a mi
casa. Recordé cada momento vivido con él. Sobre todo el por qué deje de verlo.
Cuando lo conocí estaba en una época en que la pasaba bien, estaba sola, no tenía
intención de tener pareja. La primera vez que salimos me llevó a la costanera
sur. Era una noche de verano, el clima estaba ideal. Las estrellas, el río.
Todo muy romántico. Nos sentamos en la parecitas que dan al rio. Hablamos de la
vida, me reí, pese a que la estaba pasando bien, algo en él no me cerraba.
Después me pido seguir la charla en el auto. Ahí me dio un beso, quiso ponerse
fogoso, pero yo me rehusé. No dijo nada,
se la banco como un señor. La segunda salida fue parecida, cuando llegó la situación
automovilística esta vez se puso más ardiente, pero no al punto de tener sexo.
Pese a que soy chiquita de cuerpo, me sentía incomoda, y él se empecinaba a que
yo me convierta en una atleta de gimnasia artística o en una acróbata, no lo
tenía muy claro, pero quería que pongas
mis piernas para un lado, mi espalda para otro, sentía que el volante se
clavaba en una parte de mi cuerpo que no
podía identificar, hasta que me harte. Le dije que así no podía, que no daba en
la calle hacer esas cosas, que yo no era una exhibicionista. Entonces fuimos a
un hotel alojamiento, que se parecía al viejo tren fantasma del Italpark. En
ese momento, pensé que por ahí estaba sin un mango, fue la única manera que
encontraba para justificar la situación. El sexo, tampoco me resultó tan
especial como para olvidarme donde estaba. La verdad que quería que ese timbre
sonara con todas sus fuerzas y me avisara que el turno se termino.
Después empezó a
mandarme mensajes, quería volver a verme y yo dilataba el tercer encuentro. En
ese momento pensé que por ahí me estaba poniendo quisquillosa. Entonces salí
otra vez. Se repitió, tal cual, a la segunda salida. Pero ésta empeoró un poco
más, porque me hablaba mandándose la parte, no dejaba de hablar de los negocios
que había hecho, de dinero. Mientras lo escuchaba me decía, “mucha plata
¿dónde? Si me trajiste de nuevo a esta cueva asquerosa porque no accedo a tener
sexo en el auto, porque si no, ni acá me traes”. Esa fue la última vez que lo
vi. La verdad es que me vino como anillo al dedo que él me confesara que estaba
de novio. Me puso el motivo servido en la mesa para no verlo nunca más. Hasta
que el otro día me lo crucé en la calle.
Ahora que
recuerdo esta pequeña historieta, también se me viene a la cabeza las imágenes
de cuando tenía 20 años. En ese momento, estaba súper enamorada del hombre con quien tuve mi primera vez. Con él
si hice el amor en el auto y no me importo nada. Pero, vuelvo a repetir, yo
tenía 20 años. No sólo amaba a ese hombre y era más inconsciente, sino que
también era más jovial, más atlética, podía estirar mi cuerpo y ponerme en
cualquier posición sin que me doliera absolutamente nada. Es más, es el día de
hoy que recuerdo con mucha ternura cada momento vivido con él.
Por eso digo,
así como se cambia el estilo de vida, se cambian los amores. Yo ya no estoy
para andar haciéndome la adolescente y tener sexo en el auto. Esto ya fue. Ni
tampoco para salir y meterme en cualquier cueva. Ni mucho menos andar haciendo
destrezas corporales. No soy una vieja chota, pero tampoco una adolescente que
quiere experimentar todo el kamasutra. Cada cosa tiene su tiempo, su momento y
su edad. Eso sí, me quedo con el ahora. Vivo mi sexualidad plenamente y he
adquirido el conocimiento necesario para disfrutar el sexo sin necesidad de
andar trepándome a ningún lado. Creo también, que las experiencias de vida, los
años me han dando cierta sabiduría que no la cambio por nada. Por eso hoy,
siento que soy como los buenos vinos. Mientras más añejos, mejor es su sabor.
Parece que se nos adelanto el invierno en
Baires. El otoño tuvo unas lindas temperaturas, pero de golpe nos
invadió la ola de frío, las mañanas de neblina, el cielo gris, las lluvias. En
medio de este clima oscuro, yo vengo a cumplir 39 años. Me parece increíble. No
caigo en la cuenta de la edad que tengo. No me pasa por coquetería. Realmente
siento que mi fecha de cumpleaños y yo estamos desparejas. Pero la realidad
nunca engaña, siempre nos arroja la verdad en la cara. Así que me hago cargo.
¡¡¡Si, tengo 39, soltera, sin hijos ni marido!!! ¿y qué?
La vida me llevó por distintos caminos, que no se parecen en nada a los que
soñaba cuando era chica. Mi realidad es tan, pero tan diferente con la que
alguna vez fantasee. Sin darme cuenta, el tiempo pasa como la brisa acariciando
a las flores. Entonces hoy me enfrento a lo que no hice, a lo que no soy, a lo
que deje pasar. No quiero culparme ni sentirme mal por estas cosas. Por algo
las cosas se dieron así. Pero me doy cuenta, que el ser humano, tiene esa cuota
de masoquismo para engancharse con lo que falta, con la mitad del vaso vacío.
Hoy, yo elijo no engancharme con esto.
Hace aproximadamente unos 20 días recibí una noticia. Una de esas noticias
que te caen como un balde de agua helada, en plena nevada y una desnuda, recibiendo
el baldazo. Todo empezó con unos dolores en el vientre, que pensé que eran menstruales.
Hasta que estos se prolongaron más de lo normal. Fui al médico, me hicieron una
serie de estudios. No voy a contar esta parte tediosa de la historia, pero sí
el diagnóstico, dentro de mi útero había un aliens de 10 cm de diámetro. Lo que
significo que el doc cuidadosamente, me digiera que lo más probable era que me
sacaran el útero. Había una remotísima esperanza de que esto no sucediera. Pero
no quise agarrarme a ella. Sólo me dije: “¡Qué sea lo que Dios quiera!”
Ese día llegué a la soledad de mi casa. Todavía no caía frente a esas
palabras. Me senté en la cama y lloré un buen rato. Es inevitable pensar que el
útero significa VIDA, esa conexión con nuestra existencia, el refugio materno
que nos alberga, lo que nos hace experimentar a las mujeres el maravilloso
poder de engendrar una vida y traerla al mundo.
Es nuestra conexión con la tierra, como dice Bajtín. Yo estaba ante esta perdida, ante la
certeza absoluta de que nunca pase lo que pase, haga lo que haga, podré
engendrar una vida en mis entrañas y vivir esas maravillosas 9 lunas que
ensanchan la cintura. Le estaba diciendo adiós, a esa fantasía. Duele, genera
mucha tristeza, es una experiencia muy rara como me sentí, y como me siento
aún. Ahí estaba, llorando sobre mi cama. No sé si lloré lo suficiente, no sé si
en algún momento voy a seguir llorando. Lo cierto es que me sequé las lágrimas,
me paré frente al espejo y me dije: “no más lágrimas, no me voy a enganchar con
lo que no seré, con lo que no voy a tener más. No me voy a culpar, ni me voy a
recriminar nada, absolutamente nada. Esto es lo que me pasa. Lo acepto. Me aferro a
mi buen humor, a mi sonrisa y a mirar para adelante. El viento seguramente me
va a susurrar en el oído que pasos dar. Podré seguir caminando, siempre y
cuando yo esté bien, no sólo de salud, sino también anímicamente”.
Ya me operaron. Fue doloroso el despertar. Tuve algunas complicaciones
extras. Estoy recuperándome de a poco. En estos días, se me han escapado
algunas lágrimas, no les voy a mentir. Pero sobre todo, porque no soporto el
dolor, porque en un momento tuve miedo de que me metieran otra vez en el
quirófano. Pero no lloré más por lo que se fue. Todos los que me quieren sé que
están preocupados por mi estado de ánimo. Todos se preguntan de alguna manera
que estaré sintiendo. Es tan difícil de explicar. No hay palabras. Pero sí
puedo decir algo, no miro el vaso vacío, me quedo con el vaso lleno. Me digo,
todos los días cuando me levantó: “Esto también pasará”.
Todo esto que estoy pasando me sirve para replantearme muchas cosas, para
reencontrarme con mi esencia, para valorar muchísimo los afectos, la familia,
los amigos, para replantear prioridades en la vida. Me deja la certeza de lo
efímera que es ésta. De que el tiempo se nos pasa volando y cuántas veces nos
enganchamos con aquello que nos duele, con lo que no tenemos, con gente que
mantenemos al lado sabiendo que no nos sirven, con esas falsas ilusiones porque
una historia de amor funcione y malgastamos nuestro tiempo; con el pasado, cada
uno sabe a qué se aferra.
Gracias a mi último terapeuta,
aprendí a soltar muchas amarras, y a encontrar herramientas para poder
enfrentarme a cosas como las que me enfrento hoy, a no dejar que la angustia me
invada y me anule. También repito cosas fallidas y tengo cosas de las cuales tengo que soltarme. Pero
no me arrepiento de ellas.
Siempre dije, que a los cuarenta, tuviera o no un hombre en mi vida iba a
ser madre. Hoy lo sigo sosteniendo. Lo seré de otra forma si realmente siento
el deseo de serlo. Hoy sé, que no sirve
dejar las cosas para después, ni esperar el momento indicado para que ocurran,
ni analizar tanto las cosas. Siempre fui camicace, y atolondrada, pero sobre
todo espontánea. Cuando quise hacer algo lo hice. Por suerte esto, se afirma en
mí.
Mientras tanto, veo como crece lentamente este espacio, que es mi hija
natural y lo disfruto. Como otros hijos naturales que los acuno en un cajón,
donde guardo cuadernos con historia escritas de puño y letra.
Ya que no pude tener festejo de cumpleaños, los invito imaginariamente a
que ustedes y yo levantemos una copa y brindemos, para festejar mis 39 pirulos,
mis hijos naturales, celebremos la vida y despidamos con una sonrisa, al útero
perdido.
Lola.
P.D.: Quiero decirles UN GRACIAS CON MAYÚSCULAS, a mis viejos, que me
acompañan, me aguantan, me contienen y están al pie del cañón. A mi hermana que
desde la distancia me llamó todos los días, como así también a mi hermano. A
mis Tíos y primos. A mis amigos que están al pie del cañón. A mi Tía del
corazón, Alicia. A mi peque querido. A mi médico Rubén por soportarme y a esas personas que me
cuidaron con tanto cariño y alegremente, espero no volver a ver, que fueron las
enfermeras Stefanía, Mirían, Susana y a la enfermera de los fines de semana del
turno noche, que sólo vi un finde pero fue super amorosa conmigo.
Que la risa es
sanadora, que cura y pone alas. Lo sabemos. Es más, muchos poetas han hablado de
esto, entre ellos Miguel Hernández. Ahora cuando lo comprobamos por nosotros
mismos, cuando lo experimentamos, es mejor. Y es muchísimo mejor cuando no sólo
nos reímos sino que podemos hacer reír a los demás. A mí me pasa esto. Por esas
cosas de las divinidades, puedo resultar cómica, ¡eso sí!, según la clase de
humor que manejen los demás. Por suerte, los que me conocen suelen compartir mi
risa, y reírse conmigo. No soy Nini Marshall, no tengo ni un poquito de su
talento, pero parece ser, según los que me quieren que tengo cierta gracia. Yo
sé que algo payasa soy, y me pone feliz serlo. Sé que gran parte de mi sentido
del humor se lo debo a mis hermanos. Los tres solemos ponernos todo tipos de
apodos, esto ocurre desde mi más tierna infancia, también solemos hacerlo con
los integrantes de la familia. En algún momento me dio un poquito de temor,
sobre todo cuando mi sobrina tenía dos años. Nos escuchaba llamarnos de
distinta manera, hasta que dije: “¡Che, basta que está criatura va a tener una
crisis de identidad. No va a saber quién es quién en esta casa y ella tampoco!”
Así que dé a poquito le fuimos explicando. Ahora ya la tiene clara. Sabe que
para ella soy la tía Puky, para mi hermano Beba, para mi hermana Mimí, para mis
amigos Collins, otros loli, para mi papá gorda, etc.
En realidad, no
quiero hablar de la historia de los apodos familiares, sino que quiero rescatar
el valor de la risa. Se preguntaran ¿por qué? Porque de alguna manera, casi sin
darme cuenta, he ayudado a mi amiga a
recuperar su risa.
Mi verano había
empezado de una manera atípica. Me encontré en enero trabajando en un lugar
nuevo, con gente nueva, haciendo una tarea totalmente diferente a la que suelo
hacer durante todo el año. En febrero volvía a mi trabajo de siempre, así que
quería tener por lo menos una semana de descanso, porque necesitaba
imperiosamente unos días para tirarme panza arriba y olvidarme que existía el
mundo. Mientras yo pensaba en que me iba a quedar en el fondo de la casa de mis
viejos. Surgió en un acto espontáneo una semana en la costa. Mar, sol, lectura,
dormir, caminar y charlar con mi amiga Coki. Ella estaba planeando otras
vacaciones y sin embargo, cambio su plan.
Coki venía de un
año doloroso. Se había separado, así de repente, él le dijo que se le había
acabado el amor. Lo que significo más que un corazón partido. Cuando te dicen
algo así sentís que las ilusiones se derrumban, que el futuro se desvanece, que
los proyectos que se habían armado en función de a dos, desaparecen. El vacío
que te queda se convierte en un puñal que no para de clavarse en el alma. El
dolor por momento te ahoga, te quita el aire, te aprisiona el pecho. Por
momento te agarran ataques de llantos, pareciera que en vez de alejar el pasado
vivido, la brisa te instala en un presente que te llena de angustia, y todo
parece tener su nombre. ¿A quién no le ocurrió?
Resurgir de las
cenizas lleva tiempo, según nuestro
carácter, algunos nos lleva más a otros menos, pero sabemos los que hemos
pasado por más de una ruptura que no es fácil. Por suerte, cuando no lo
esperamos, renacemos. Una mañana nos levantamos y ese terrible dolor en el
pecho desapareció, nos queda la nostalgia por lo que no fue, los recuerdos y
según como haya sido la ruptura puede quedarnos un sabor amargo o dulce.
Cargado con alguna dosis de furia.
Coki estaba
caminando, como podía y le salía, su duelo. Tenía sus altibajos, como todos en
esa situación. Ella con sus motivos y yo con los míos, decidimos tomar
distancia de la ciudad de la furia.
Fue tan bueno
hacerlo, fueron días de sol, de largas caminatas a la orilla del mar, de
mateadas al atardecer mirando el horizonte, de charlas interminables, de lindas
lecturas, pero sobre todo de reírnos y reírnos mucho. Recargamos todas las
pilas que pudimos. Volverse de las vacaciones, no le gusta a nadie. Pero todo se termina y retornamos nuestra vida cotidiana. En lo personal, hacia
mucho que no me iba de vacaciones. Fue conectarme conmigo misma, volver a sacar
una parte de mí que estaba algo perdida. Esto se debió también a una sumatoria
de hechos que fueron lindos para mí, también hubo alguno que otro que quiso
taparme el sol, pero todo sirvió para que empezara el año con todas las
pilas. En esos días de playa hubo algo que me hizo muy feliz, y fue ver a Coki volver a reír,
dejar sus lágrimas de lado. Sentir que un poquito tuve que ver con la sanación
de sus heridas, mejor dicho, que estas dolieran menos, también me hizo muy bien a mí.. Coki regresó aferrada a
su sonrisa, al bienestar y eso fue y es, lo excelente que tuvo nuestro verano
juntas.
Ahora que escribo me acuerdo de la película
Sex and the city, la primera, en la que Carrie está en el Caribe, mal porque
Big la había dejado plantada en el altar. Entonces sus amigas se van con ella
de viaje. Las cuatro están tomando sol y Carrie pregunta, ¿Cuándo volveré a reír?
Miranda simplemente le responde: “Lo harás cuando ocurra algo realmente
gracioso”. Y así fue, volvió a reír. A Coki le pasó exactamente igual. Volvió a
reír. A recordar lo sanadora que puede ser la sonrisa y disfrutar de ella. No
quiere decir con esto que su dolor haya cesado, simplemente quiere decir que
una puede volver a ser una misma. Puede encontrarse con su ser, puede volver a
salir a enfrentar al mundo. Puede recuperarse.
Esta buenísimo reírse,
con el cuerpo, con el corazón, llorar de risa hasta que nos duela la panza,
gritar “No doy más, no puedo dejar de reírme”. Reírse hasta decir basta, es la
mejor manera que tenemos de curar penas. Nos hace mirar la vida de otra manera,
vivir buenos momentos. Es tan cierto eso de que la risa pone alas. Pues, yo
trato siempre que puedo, de volar lo más alto que mi cuerpo me lo permita.
Lola.
Coki disfrutando de la inmensidad del mar, del sol sobre el horizonte...