Marzo. Mañana soleada. El reloj señalaba que
eran las 7:45 hs. Ahí estaba yo, con mi guardapolvo celeste, mi portafolio
marrón, mi pelo atado al estilo lifting. Mi madre me tomaba de la mano y así
entramos al colegio. Mi primer día de clases, de mi primer grado. El primer día
del resto de mi vida. Después del acto de apertura del ciclo escolar, mi mamá
me acercó a una maestra que me hizo formar. Cuándo el curso estaba completo nos
hizo seguirla al salón. Yo estaba nerviosa, me ponía mal la situación. Mientras
me alejaba miraba a mi mamá que me saludaba con la mano. Mientras ella estaba
emocionada, yo deseaba que me llevara, que no me deje ahí.
Entré al salón, había como seis mesas. Cada una
de ellas tenía cinco o cuatro lugares. Me senté en la primera que vi. Y ahí la
conocí. Al principio nadie decía nada hasta que la seño nos fue preguntando
cómo nos llamábamos. Cuando todos nos habíamos presentado, charlar entre
nosotros resulto más fácil. Y así, de repente, comenzamos hablar. Estuvimos juntas
en los recreos. Después nos tocó el mismo micro que nos llevaba a nuestras
casas. Así empezamos hacernos compañeras.
Con el transcurso del tiempo, compartimos más
actividades. Nuestras madres nos llevaban a catequesis familiar (esto me olvide
de decirlo, íbamos a un colegio católico). Ella vivía cerca de mi casa y a
veces iba a almorzar a la suya. Así nos hicimos amigas.
En tercer grado, después de la muerte de mi
abuela Luisa, me mude a la casa en que
mi papá nació. Al lado del departamento en el que vivíamos, estar ahí era un
castillo. La casa era enorme, y lo sigue siendo. Lupe, mi amiga, también se
mudo, Justo a la vuelta de mi casa. A partir de ahí nos hicimos inseparables.
En el radio de una manzana Lupe y yo, teníamos todo lo que dos nenas de 8 años
pueden necesitar. A mitad de camino entre mi casa y la de ella, por el sentido
de las agujas del reloj, vivía mi abuela Irene. Del sentido contrario, los
abuelos de Lupe, José y Visita. Con lo cual, nuestras tardes eran en su casa,
un poco en la de mi abuela, otro tanto en la de los abuelos de ella y por
último mi casa. Más en verano que podíamos jugar toda la tarde.
La casa de Lupe paso a ser mi casa. Sus
hermanas las mías. Así que cuando entre ellas se peleaban yo la ligaba sin
distinción alguna. Ellas son cuatro. Así que se imaginan que revuelo se armaba
cada vez que alguna se peleaba con otra. Ninguna se salvaba, incluida yo.
Lo bueno de esos años de la infancia es que
nosotras teníamos un mundo producto de nuestra imaginación que muchas veces nos
contenía de todo lo que pasaba en el afuera. Lupe, realmente paso a ser mi
hermana de la vida, más que mi amiga.
La secundaria nos separó un poco, aunque íbamos
a la misma escuela, estábamos en distintos cursos. Pero alguna que otra tarde
nos juntábamos. Cuando empezamos la universidad, ahí dejamos de vernos, cada
una estaba haciendo su vida, su destino. Pero como siempre vivíamos cerca, las
veces que nos cruzabamos, charlábamos como si nos hubiéramos visto ayer. Esa
era la magia. De todas maneras, cabe decirles que nunca dejamos de ser testigo
una en la vida de la otra. Ella vino a mi fiesta de quince años, yo fui a verla
a la iglesia cuando se caso, etc.
Después de unos años, ya siendo mujeres
profesionales, la vida quiso que me la encuentre por la calle. En media hora,
paradas en la esquina de la casa de sus abuelos, y de mi casa, le conté que
tenía un casamiento y que quería que ella me haga el vestido. Porque Lupe, se
había recibido de Diseñadora de indumentaria y textil. Fue con esa excusa, que
volví a la casa de su madre, que nos reencontramos. A partir de ahí no nos
separamos más. Somos hermanas de la vida, que están en todo momento.
Ella me vio llorar muchísimas veces y yo a
ella. Me acompañó en cada ruptura amorosa, y en cada logro que tuve. Yo estuve
cuando se divorció, cuando volvió a enamorarse. Fui la primera en enterarme que
estaba embarazada, de hecho soy la madrina de su hijo. Ella fue la que me llevo
de urgencia al médico cuando me sentía mal y lloró conmigo cuando me dieron el
diagnóstico. A la primera que le avisé que se había muerto mi madre, fue a ella
y lloró conmigo por teléfono. A la media hora estaba en la puerta de la casa de
mis viejos, nos abrazamos fuerte y no nos soltamos. También está en cada alegría.
Así somos.
No tenemos ninguna duda, que si es necesario
nos llamamos a las tres de la madrugada para decirnos: “-tengo algo para
contarte”. La vida nos hermanó, nos hizo esas hermanas de la vida, capaz de
hacer cualquier cosa la una por la otra. Ella sabe que sus secretos están a
salvo conmigo, y los míos con ella. ¡Ojo! También discutimos y nos decimos las
más terribles verdades, pero las dos tenemos en claro que lo hacemos con el
amor que nos tenemos, que la sinceridad entre nosotras es absoluta. Siempre voy
a preferir un reto de ella, que de cualquier otro, porque ella me conoce como
la palma de su mano. Sabe cuáles son mis fortalezas y cuáles son mis
debilidades. No necesita verme todos los días para saber cómo estoy. Somos los
complementos justos, lo que yo carezco a ella le sobra y viceversa. Cuando
alguna anda rengueando la otra es la muleta que la sostiene.
A lo largo del tiempo, entendí eso que dice
Lennon, no se puede ponerle a una persona la responsabilidad de ser nuestra
mitad, nosotros nacimos completos. Es verdad, nacimos completos, pero a mí la
vida me demostró, que esa mitad que creemos necesitar, o esa parte que nos hace
sentirnos completos, no es una pareja. Es un amigo, en mi caso, es Lupeta, mi
hermana de la vida. Desde los 6 años hacemos caminos juntas, nos hemos visto en
todo tipo de situaciones, hemos compartido cada momento, tenemos un lugar en
este mundo que es nuestro, hemos aprendido que la amistad se construye día a
día, y que nuestro lazo es único en el mundo. Como dice el Principito, nos
hemos domesticado. Seguramente, nos acompañaremos también en nuestra vejez,
espero que así sea.
Lupe tiene un millón de cosas que le admiro,
otras (muy pocas) que le detesto, como seguramente a ella le pasa conmigo. Pero
está ahí, siempre. Cuando hice mi espectáculo de narración oral, dije si yo
pude tener otras amigas y amigos, es porque ella me enseño el significado de la
palabra AMISTAD. Porque con ella aprendí el significado de esa frase tan común,
LOS AMIGOS SON LA FAMILIA QUE UNO ELIGE. Me alegra y me llena de orgullo que
ella me permita formar parte de su vida, para mi es el mejor honor que puedo
tener. Ella me enseñó, que siempre hay alguien que puede ser nuestra media
naranja o mejor dicho, nuestra otra mitad, la que te complementa y te ayuda a
sentirte completa.
Gracias Lupe, por el camino recorrido, por el
que recorremos y por todo lo que nos falta por andar juntas.
Lola