sábado, 31 de diciembre de 2011

Veintiséis y una historia que salvaron mi vida

Foto de Claudio Martínez


Se cuenta que en la antigüedad, una mujer salvó su vida contando historias al Sultán, con quien había contraído matrimonio. Usó su arte, no sólo saber narrar sino también su creatividad, para relatar historias sumamente atrapantes.  Durante mil noches contó cuentos, y a la noche mil una, el sultán le perdonó la vida. No puedo ocultar mi admiración por Scheherezada, y mucho menos mi amor incondicional por las historias. Tal es así, que desde mi más tierna infancia, siempre me deje atrapar por un libro y siempre anduve con una lapicera y un papel, escribiendo algo, ya sea una carta, un diario íntimo, una historia, lo que me viniera en mente, lo que las musas dictasen. Luego, ya en edad adulta, encontrándome en una de mis tantas crisis, mejor dicho, estaba en proceso de reconstrucción personal, decidí estudiar narración oral. Por aquel entonces, sentía que no tenía la concentración, ni la energía suficiente para seguir cursando en la facultad. Había empezado el año y cada vez que entraba en el aula, miraba al docente que tenía en frente de mí, y sentía que estábamos jugando a dígalo con mímica, porque no podía escuchar, decodificar ningún mensaje, sólo veía a alguien gesticular sus manos. Me angustiaba esa situación. Entonces decidí alejarme, por un tiempo, de aquel mundo. ¡Eso sí! No quería que mis neuronas se estanquen, quería contactarlas con cosas que me hicieran bien, que siguieran funcionando y alimentándose; quería conectarme con mi sensibilidad artística (por llamarla de alguna manera), quería de alguna manera sentir que salvaba mi vida. Así fue que me metí en el maravilloso mundo de la narración oral y de los que hoy en día, mantienen vivo el arte milenario de los Bardos, de los rapsodas, de los juglares…
Mi gran maestra fue, es y será, la Sra. Marta Lorente. Ir a sus talleres fue no sólo abrir un mundo mágico para mí, sino fue tomar conciencia de tantas cosas. La primera y fundamental, fue darme cuenta de la coraza que me había construido, de lo encerrada que estaba, y liberarme no fue nada fácil. Las primeras veces que narraba no se me entendía absolutamente nada. Hasta que Marta me hizo este señalamiento, yo no me había dado cuenta de lo presa que estaba en mi propio cuerpo. De a poco me fui soltando, de a poco me fui salvando la vida. Ir cada jueves al taller, era dejarme envolver por la magia de las historias, deleitarme al escuchar  relatos, aprender la magia para poder contarlos. Esos jueves empezaron hacer mi sanación, a salvarme, de alguna manera, la vida. Cuanto empecé a narrar en el bar o en algún evento que se presentaba, ver la cara del público, sentir que los atrapaba, fue  para mí, jugar a que era Scheherezada. Y cuando logré esto, me sentí viva.
 Por cuestiones de horarios y tiempo, hace ya algunos años que no sigo tomando clases, pero siempre mantengo vivo  el deseo de volver. Lo bueno es que lo que se aprende no se olvida, así que haciendo uso de mi lado cara dura, cada vez que se presenta la ocasión narro. Hace poco volví a reencarnarme en Scheherezada. El público era difícil. Al principio mucha atención no me prestaba, pero cuando logre el silencio celestial, cuando observaba sus ojos mirándome con atención sentí que me explotaba el corazón de felicidad.
¿Por qué les cuento esto? Porque lo mismo me sucede cuando escribo. Escribir para mí siempre fue un acto de liberación, de bienestar y también, porque no decirlo, de salvación. No sé si tengo talento. Es más siempre estoy admirando lo que escriben los demás. Pero sí sé que nací con esta habilidad, la de expresarme por medio de un papel. Cuando alguno de mis familiares, amigos, gente conocida me lee y se emociona con mi escrito, siento que de alguna manera, me siguen salvando la vida. Siento que me explota, una vez más, el corazón de felicidad. No me alimenta el ego. Simplemente, me hace sentir bien el hecho de que alguien se emocione con un texto, haber logrado su atención, haberlo hecho entretener, imaginar, en definitiva, haber producido algo en ese otro que me lee, es haberle trasmitido de alguna manera, un poco de la magia que me envuelve y eso es maravilloso.
Por eso hoy, cerquita de terminar el año, quería confesarles que en este blog hay, hasta el momento, 26 historias que salvaron mi vida, que el haber armado este espacio, es sentir que sigo manteniendo en mí, la magia de las historias, de aquellas que sigo leyendo, de aquellas que están dentro de mí y todavía no nacieron, de las que están guardadas en un cajón esperando madurar y de las que se publicaron acá. Sé, después de investigar sobre blog, de leer muchos de ellos, que no cumplo con ningún requisito de los que rigen para este tipo de medio. No soy para nada breve,  no llamo la atención, no tengo una escritura de video clip. Perdón por esto. Pero pese a que muchas veces sentí ganas de abandonar el espacio, desanimada porque sentí que no me leía  “ni el loro” (como dice mi padre). No fui, ni soy ansiosa. Creo en esto que hago. No voy a traicionarme. No me interesó hacer un blog contando lo que me sucede día a día, mi vida no difiere, seguramente, a la de ninguno de los lectores. Tampoco tengo una vida tan interesante como para andar contándola en 300 palabras. Sé que así, muchos lectores no tengo. Leer mucho frente a la pantalla requiere su tiempo, y no todos lo tienen. Pero, pese a todo, no cambie el formato, ni abandoné. Acá estoy. Con 13 seguidores en el blog, 31 en Twitter y 172 en facebook, para mí, todo un logró. Y más aún  saber que al menos, algunos me leen. Esto me gratifica.
El primer post que hay aquí, escribí: Como todo escritor, como toda escritora, me encantaría acercarme a los lectores, tratando de cumplir con el fin único e irrepetible que tiene la literatura, entretenerlos y hacerlos vivir historias a través de la imaginación y por qué no, de las emociones.
Así, que si me leen, sepan de entrada que me harán feliz y si no hay nadie del otro lado, al menos estaré haciendo lo que me gusta...escribir...” Sigo pensando lo mismo. Así que en el último post del 2011, les digo GRACIAS, por estar ahí, por tomarse unos minutos de su vida y leerme, gracias por ser tan respetuosos conmigo. Gracias, porque este 2011 no pude escribir tan seguido y sin embargo, no me abandonaron, al contrario se fueron sumando. Gracias a los que se animan y me escriben, no saben lo importante que es para mí recibir sus comentarios, Gracias a los anónimos, y gracias a los que hicieron su simple pasada por aquí y no les ocurrió nada. Todos me salvan el alma. Todos mantienen viva mi magia, mi amor por las historias.

No tengo el talento de los grandes, ni pretendo tenerlo. Por suerte ellos siguen vivos en las páginas de un libro. Yo soy Lola. La que busca las cosas simples de la vida, por eso tengo historias simples que contar. En este espacio no hay un nuevo arte de escribir, no hay un estilo vanguardista y revolucionario. Hay alguien que cuenta, una humilde Scheherezada que siente que con cada historia salva su vida cuando llega el alba.
Lola
P.D: Este texto se lo dedico a todos los que se dejan atrapar por la magia de las historias, a todos los que aman las cosas sencillas de la vida, a todos los que viven ese acto único e irrepetible de abrir un libro y viajar por medio de las palabras…
En especial quiero dedicárselo a Marta Lorente porque en el taller, en aquellos encuentros de jueves por la noche, alrededor de la mesa de su living, con un mate esperando, se generaba la magia…¡¡¡Gracias Marta por haberme salvado el alma!!!
Gracias a Gastón, (mi ex terapeuta) quien fue el que siempre me impulsó a que sacara del cajón mis historias.
Gracias a mi hermano, porque fue el que me dio esta idea y también siempre me estimuló a escribir, …Gracias por creer en mí.
Gracias a mis viejos, mis lectores incondicionales...
¡¡Buen año y buena vida para todos!! Nos encontramos en el 2012 (yo no creo en el fin del mundo jajaja)       
Les dejo, como de costumbre…una musiquita para deleitarse…
Lola


lunes, 19 de diciembre de 2011

Salí a buscarme

Autor: Lola

2006. Año raro para mí. Sentía necesidad de escaparme de la ciudad, de tomar distancia, de hacer algo por mí. Era julio, tenía vacaciones de invierno. Algo quería hacer. Me acuerdo que una mañana me levanté, le pedí a mi hermana los datos de un hostel en Mendoza y sin más, mandé un mail e hice la reserva. Luego, con mi tarjeta de crédito me saqué los pasajes. Y así me fui una semana de vacaciones. Sola. Yo y mi valija. No era la primera vez que viajaba sin compañía, pero sí era la primera vez que iba a estar absolutamente sola, sin conocidos, sin amigos. Aunque también era cierto que iba a una ciudad donde tenía familia, pero que muy pocas veces en mi vida había visto. Y yo que por un designio divino, tengo esas ganas de saber sobre las raíces familiares, de conectarme con la historia de mis antepasados, sabía que al menos, un día iba a ser tan caradura para ir a verlos. De todas maneras, no quería que esto condicionara mi viaje. No tenía nada planeado, quería llegar al lugar y ver que me presentaba la ciudad para hacer y conocer.
Debo decir, porque es una obligación para mí, fue un viaje fabuloso, la pasé genial, no sólo conmigo misma, sino con las cosas que viví e hice allá. Recuerdo que cuando subí al micro,  sentía un nudo en el estomago, estaba llena de dudas, ¿me divertiría? ¿Me sentiría bien en otra ciudad sola? Mis viajes anteriores, en soledad, habían sido a España. Pero estos, para mí, habían sido fuera de serie, un sueño hecho realidad donde la sorpresa, la emoción y la felicidad fueron constantes. Esto era otra cosa.
Llegué a la terminal de Mendoza y sentí que comenzaba la aventura. El hostel, del que ya tenía referencias, era espectacular. Un mundo especial, lleno de gente joven, de diferentes nacionalidades, la mayoría extranjeros, todos tenían un espíritu de aventura que contagiaban. Algunos estaban solos, como yo, otros en grupos y muy pocos en pareja. Ahí pude comprobar la necesidad de comunicarse que tiene el ser humano, y las capacidades de socializar que uno tiene cuando está solo. Yo tengo un inglés rudimentario, casi inexistente y sin embargo, no me pregunten cómo, pero mi mente se fue llenando de pequeñas palabras que recordaba de mis viejas clases de inglés. Así que con este escaso idioma hablado a lo indio, me fui comunicando con la gente. Por suerte, ellos también chapurreaban un poco de castellano, lo que hizo que milagrosamente, nos pudiéramos entender, también ayudó muchísimo el lenguaje corporal. Lo que también hizo la cosa divertida, era cómico verme. Yo misma me reía de mí.
Una de las excursiones que hice fue al spa de Cacheuta. Algo que recomiendo hacer. Allí conocí a Alejandra y a John. Ale era mendocina y John, australiano. Qué manera de reírnos. Ella no podía creer como hablaba con él. El pobre flaco se mataba de risa al ver mis gestos. El contingente también ayudaba a la diversión.
Fue sinceramente, una muy buena experiencia. Conocí gente copada, que me ayudo a ver las cosas que me pasaban de otra manera, conocí otra faceta de mi personalidad, aprendí el valor de estar conmigo misma y sobre todo de relacionarme. En ese momento, estaba muy encerrada dentro de mí. Sentía que nada a mi alrededor me hacía sentir bien, nada me conectaba con mi parte divertida, con mi alegría y volvía a reír sin tener un motivo, esta sensación me encantaba. Pero sobre todo aprendí las posibilidades y los recursos que una saca de la galera cuando está sola y tiene que establecer vínculos con los otros. Como así también, que contemplar hermosos paisajes y estar sola frente a la inmensidad de la naturaleza, te llena de una energía muy especial y a decirte: “De vez en cuando está bueno estar con uno mismo, escaparse de todo y de todos, sentir que la soledad es tu amiga, y estar feliz por ello”
Antes de terminar mí viaje. Fui a visitar a los primos de mi mamá. Yo era un ser extraño para ellos y viceversa. Desde la última vez que los había visto habían pasado muchos años. Así que sólo tenía una imagen en mi memoria. El cumpleaños de la tía de mi vieja. La verdad, es que me recibieron con mucho cariño, y fue bueno para mí conectarme con ellos. Escuchar las historias familiares, las anécdotas. Para mí no fue sólo seguir armando la historia familiar, sino que fue conectarme con mis raíces, y esto es conectarse con la esencia de uno, al menos yo, con la mía.
En el micro de regreso, me sentía feliz. Había vivido una semana especial, diferente. Sentía que había ido a buscarme algún lugar y me había encontrado. Del Australiano, no supe nada más. Pero sigo en contacto con Ale y con el neuquino. Nos escribimos de vez en cuando, y cada vez que leo algún mensaje de ellos. Me lleva a sentir la maravillosa energía que viví en ese viaje.
Hoy después de tanto tiempo. Estoy pensando en que tendría que volver a repetir esa aventura. Tomar mi valija y salir con mi soledad, a algún lugar y dejar que la vida me sorprenda, como hace mucho tiempo que no lo hace.
Experimentar la maravillosa sensación de libertad, es algo fabuloso. Sentir que una es un pájaro que abre sus alas y vuela, sin rumbo determinado, simplemente con las ganas de dejarse llevar, es algo que podemos hacer los que aún estamos solos y todavía no encontramos un lugar para establecer el nido o, cambiar el estilo de viaje porque hallamos nuestro compañero. La soledad nos permite estos lindos disfrutes, ser uno y el mundo. Desde mi experiencia personal, les cuento que las veces que anduve de viaje, sola con mi mochila al hombro, me sentí espectacular, lo disfrute a full. Los que nunca se animaron hacerlo, no se achiquen y vuelen. Los que solemos hacerlo, es cuestión de planearse algo. Se viene el verano, las vacaciones, es tiempo de abrir las alas y agitarlas al viento.
Mujeres y hombres solteros, solos y divinos, sino fueron a buscarse a algún lugar, les recomiendo que lo hagan. Uno nunca sabe qué puede encontrar. Tal vez la vida te sorprenda. Lo importante es largarse a la aventura.
Lola
Autor: Claudio Martinez
P.D:  CLAUDIO MARTINEZ, ¡¡¡Gracias Claudio por tus maravillosas fotos y por el prestamo!!! Gracias por tu gentiliza y tu arte!!!

martes, 1 de noviembre de 2011

Por esas cosas que tiene la nostalgía


Estoy tratando de sacudirme la tristeza, de superar mi pena, de no dejarme ganar por la angustia.Trato de recuperar mi eje, el que tanto me encontró hallar. Hace días que vengo escuchando que "seguramente la vida me querrá enseñar algo", de hecho creo en esto, pero también es bueno para mí mirar todo lo que aprendí hasta el momento. Y una de las cosas más importante que me enseñó la vida, es saber que soy "... como ese junco que se dobla, pero siempre sigue en pie..." Así que decidí buscar entre mi caja de recuerdo cosas que me hagan sentir bien y encontré un texto que escribí en el año 2009. Lo vi y no lo reconocí. Cuando lo leí me conecté con una de las mejores cosas que tuve en mi vida, que fue mi abuela y sentí, que no tenía que escribir algo nuevo, sino que tenía que sacar del cajón un texto que poca gente conoce. Espero que les guste, pero sobretodo, espero que los conecte con las pequeñas felicidades cotidianas 

Por esas cosas que tiene la nostalgia y la melancolía, te tuve tan presente estos días, fue como si tu espíritu me invadiera desde algún lugar del corazón. Tu imagen me perseguía, como esa ola que nos sacude cuando nos metemos al mar, me di cuenta de cuánto, cuánto te extraño. 
Extraño tu mirada dulce, tu sonrisa, el verte parada junto a la cocina, con la pava al fuego y el mate entre tus manos diciéndome que “los buenos mates no se hacen de sentada”. Cómo extraño tus gestos cotidianos, charlar con vos de la vida. Tus historias de vida eran mis mejores cuentos. Extraño quedarme a dormir en tu casa, en tu cama, las mantas eran pesadas y ahí sentía que nada podía ocurrirme porque tenía armadura y vos estabas cuidando mis sueños. Tus cafés con leches que pelaban los dientes y a los que vos les sacabas la nata para mí.
Me vi de chica, sentada en el sillón del patio de tu casa, con dos sorbetes en las manos, con una lana y vos enseñándome a tejer, porque así aprendí. Me hiciste hacer todos los pasos: los sorbetes, las agujas de madera y por último “las agujas verdaderas” como las llamaba yo, que eran mis preferidas. Así nos recuerdo, tardes enteras tejiendo juntas. También recuerdo tardes en tu casa, junto con Flori y la Tìa Doris haciendo fideos rellenos. ¿Sabes una cosa? El otro día los quise hacer para tenerte presente y resulta que la industria me robo la ilusión porque ya no se hacen más lo coditos. Me quede tan triste, porque yo quería recordarte y sentí que si hacía algo de lo que nos gustaba hacer juntas, ibas a estar ahí, susurrándome al oído como hacerlo. Hasta a Damián le había entusiasmado la idea
Siempre fuiste mi cómplice, mi compinche. Cómo te disfrute y cómo agradezco a la vida haberme dado el regalo de hacerlo. Ahora me invade las imagines de los viernes al mediodía cuando con Flori íbamos a comer pizza y un helado grande.
En este extrañarte tanto, me di cuenta que extraño tu simplicidad, tu sencillez y así descubrí, por medio tuyo, lo enamorada que soy de las cosas simples. Entonces vislumbré que son tan pocas las cosas que me rodean y tienen esa sencillez, esa simpleza. Vivimos en un mundo que todo lo complejiza, y los seres humanos no somos menos, lo complicamos aún más. Nuestro ritmo de vida, nuestra manera de vivir, de ser, de buscarle a todo por qué su respuesta, cuando a veces, simplemente no la hay. El buscar todo el tiempo porque siempre sentimos que entre las manos no tenemos nada. Entonces corremos, corremos y nos perdemos lo simple, lo cotidiano. No hay tiempo, nunca hay tiempo. Siempre nos quejamos, “Ahora no es el momento para…”, “más adelante podré…” “cuando tenga un tiempo”. El momento ideal, el apropiado, no existe. Nunca es el momento justo para nada, y esa es la excusa justa para postergar cosas, esas cosas simples que nos hacen tan bien. Un mate con alguien que queremos, escuchar una melodía tirados en la cama, una charla con un amigo del alma en el cordón de la vereda, la mesa de la cocina, un bar, donde sea. Una noche romántica simplemente porque recibís un beso bajo la luz de la luna, cocinar algo rico para agasajar a alguien que te importa mucho, emocionarte con una película que viste mil veces, regalar una flor porque sí, con la única excusa de que te dieron ganas, que te tomen de la mano para caminar por la calle o te lleven abrazada. La complicidad de un guiño de ojos. Decir “te quiero”, el apoyar tu mano en el hombro a alguien para que sepa que ahí estas para lo que necesite. Escribir una carta de puño y letra, sobre un simple papel. Regalar una sonrisa, preguntar simplemente ¿cómo fue tu día hoy? Compartir el silencio. Dormir abrazada a alguien. Llamar por teléfono a un amigo y sentir la emoción al escuchar su HOLA. Darse el tiempo para sentir el aroma de una flor. Mirar al cielo y dejar que el calor del sol te envuelva. Pararte en la orilla del mar y perderte mirando el horizonte. Contemplar el amanecer o un hermoso atardecer en la ruta. No sé, lo que acabo de enumerar son algunas de las cosas que me emocionan y hacen que me sienta viva porque percibo como esa energía recorre mi pequeño cuerpo. Ninguna de estas cosas se compra en un shopping, o se venden en un supermercado. Sin embargo, por algo que a veces va más allá de nosotros, las condicionamos. Me duele darme cuenta, que yo misma las condiciono, a veces me encuentro diciendo “tengo mucho trabajo por eso no voy a verte” o no hago algo que me gusta porque tengo que estudiar, también me ocurre que tengo ganas de hacer algo y lo analizó millones de veces buscando esa estùpida quinta pata al gato o lo que es peor, a veces me reprimo el ser espontánea porque pienso que el otro va a pensar que estoy loca. Entonces me encuentro complicando mi mundo, mi vida.
Por suerte, de vez en cuando me viene un sacudòn como éste, y hace que me ponga de nuevo en orbita, me centre en mi eje y vuelva a redescubrir todo aquello que me hace feliz, que me hace bien y me pone alas. Sos mi referente y quisiera el día de mañana, sentir que he vivido bajo estos parámetros, el de una vida llena de cosas simples, de que mi sencillez se destaque por encima de mi locura cotidiana. Al fin y al cabo, como decía ese maravilloso personaje en la obra de teatro MERCADERES DE DIOSES, “lo importante son las felicidades cotidianas, las de todos los días” Vivimos deseando ser felices y perdemos de vista que en el día a día hay cosas tan chiquitas y tan importantes que nos dan tanto. En definitiva, son esas pequeñas cosas las que nos hacen ser lo que somos.
Recordar cada momento que viví a tu lado, recordarte siempre hace que pueda salir a ¡Domar al toro! Como diría seguramente, el abuelo Seve.
Hoy me he dejado acariciar por la nostalgia, tal vez porque de esto estuve hablando en mi sesión de terapia y porque mi psicólogo, me dio el sacudòn necesario. Así que lo asumo, me enamora la simplicidad de la vida y soy feliz cuando la percibo, la palpo, la disfruto…entonces ¿por qué carajo a veces me complico mi existencia? Y si, soy un poco perro verde…no tengo la respuesta y a veces la busco en el otro, en ese otro que no entiende de qué carajo estoy hablando. 
Juro que no tengo ningún efecto alucinógeno para andar filosofando de la vida, sólo pienso en voz alta…Así que lo mejor que puedo hacer ahora, es ir a hacer los ñoquis que hacia con mi tía abuela, mi querida Tia Doris…para conectarme con la simpleza de la que hablo. En mi mesa hay un sólo plato, pero quien quiera prenderse a comer unos ñoquis con tuco, lo espero…No hay gran menú, simplemente comparto la sencillez de la pasta casera, elaborada por mis propias manos.

Lola
P.d: Justo cuando termine de escribir esto mi santa madre me mando de regalo una caja de fideos coditos para hacerlos rellenos...Asì que el quiere acompañarme en mi mesa, lo espero con la alegrìa de compartir un plato de mi abuela 24/9/09

Les dejo un videito, porque este tema me identífica. Sé lo dedico a todos aquellos que están haciendo todo lo posible para seguir resistiendo...Le dedico este texto a mis fieles lectores y seres queridos mis hermanos, Lupe, Gamy Ca, Diego P., a mis viejos que me ayudan a resistir en este momento y a vos Iri, que siempre estás en mi corazón, te juro que en estos días necesite tanto tomar unos mates con vos.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

No era día para encontrarte


Mañana fresca. Cielo azul sin una nube. El sol bañaba la ciudad y era como un abrazo tibio que me envolvía. El día anunciaba que pronto llegará la primavera. Todo parecía proclamar alegría por todos lados. De hecho, este tiempo a mi me levanta el ánimo y me llena de energía. Pero hoy no.
Hacía más de dos semanas que venía nadando en una tempestad de sentimientos, la cual me chocaba frente sensaciones opuestas. Ahí estaba, con mi corazón revuelto.
A las ocho de la mañana tenía que estar en la casa de mis viejos. Después de mucho tiempo íbamos a desayunar todos juntos. El motivo que nos reunía era despedir a mi hermana que partía al sur. Se va a vivir a un pequeño pueblo de la Patagonia Argentina, hacer patria, a buscar su lugar en el mundo. Así que todos estábamos con ese sentimiento, mezcla de alegría y tristeza, que generan las despedidas. A cada uno el acontecimiento nos pegaba de manera diferente. A mí a cuestionarme toda mi vida.
Fuimos a Aeroparque, deseando que el tiempo transcurriera lentamente, pero el momento llegó, ya no se podía prolongar más. Nos dimos un abrazo enorme, lleno de amor y lágrimas. La ví partir y me era inevitable sentir que una parte de mi corazón se iba con ella.
Mientras caminábamos de regreso, miraba por esos enormes ventanales. El sol bañaba al río, a nosotros que andábamos lentamente. Yo iba con mis anteojos puestos para que la gente no me viera llorar. No podía dejar de hacerlo. No podía dejar de sentirme triste, pero tampoco podía dejar de conmoverme por esa imagen que había frente a mis ojos. Observaba el paisaje teniendo la certeza, de que esta imagen, es una de esas imágenes que quedan impresas para siempre en la memoria y en el corazón.
Con esas sensaciones mi madre propuso que vayamos almorzar. Así que fuimos a caminar por Puerto Madero. No sé si a ustedes les ocurre lo mismo que a mí. Pero cada vez que vuelvo a un lugar en el que viví algo importante, me invaden los sentimientos, los recuerdos, las imágenes que experimente en ese momento. Me encontraba, sin quererlo, con la primera sorpresa del destino. Con mi familia nos bajamos del taxi, en un lugar especial para mí, no sé si fue porque yo estaba triste y con mis ojos llenos de lágrimas, pero fue estar parada ahí para sentir que viajaba a mi pasado, y me veía frente a la puerta de ese edificio, con mis ojos también llenos  de lágrimas, diciéndole adiós a un gran amor. No tenía ganas de llenarme de nostalgia. Me rehusaba a revivir aquellos recuerdos, aquellos sentimientos. Ya me sentía triste como para seguir hundiéndome en ese estado y encima llenarme de melancolía. Pero tampoco puede hacer nada para impedir las preguntas que surgieron en mi mente. ¿Cómo sería este momento que estoy viviendo si él estuviera a mi lado? ¿Por qué la vida, el destino no quiso que estuviéramos juntos? No tenía sentido hacerme este interrogatorio, ya hace once años que estuve aquí parada, ya hace once años que cada uno siguió su camino.
Después de pasear un rato, de almorzar, estaba sentada en un banco hablando con mis viejos y mi hermano, cuando el destino jugó su mejor carta en la segunda jugada. Él apareció, en ese momento, en ese instante. No era una imaginación mía, ni una alucinación provocada por mi vulnerabilidad. Mis viejos se pusieron contentos de verlo. Mi hermano también, y yo, me quedé simplemente paralizada. Hacía aproximadamente cinco años que no lo veía. Es màs aquella vez, todavía sentía que la herida no estaba cerrada por completo. Esta vez no fue así. La sorpresa que me invadió fue tan grande, que no sé qué sentí. Pero sí tengo la certeza de que no sentía dolor, ni bronca, ni enojo, sino todo lo contrario. Me resultaba agradable verlo y también extraño. Me parecía tan lejano, como si no hubiera compartido cinco años de mi vida con èl. Lo miré poco. No pude sostener la mirada. Lo desconocía. Estaba tan lindo, tan hombre, tan otro. Pero yo también soy otra, no soy la misma. Ahí estábamos, como dos extraños, aunque en el aire algo raro pasaba. No sé qué, pero se respiraba. Lo poco que el impacto me dejo escuchar de lo que él decía, hizo que yo pensara: “Hoy no es día para encontrarte. Hoy estoy muy vulnerable. Hoy no puedo dejar de sentir que estoy perdiendo una vida cotidiana con mi hermana, como para recordar la vida que perdí con vos. Hoy no quiero sentir esa duda que me interroga, ¿cómo sería si hoy estuviéramos juntos?¿Hoy me darías esos abrazos que me dabas cuando estaba mal, me llenarías de besos y me harías reír como lo hacíamos? Es claro, hoy no era un día para verte.”
Llegué a mi casa, y no sé por qué busque fotos del pasado, de aquellos tiempos que compartí con él. Me sentí bien y me invadió un enorme deseo de decirle lo que llevó guardado desde hace muchos años en mi corazón. Así que para sacarlo de mí y dejar volar esos sentimientos se lo escribo, y por este espacio le digo:
“Quiero que sepas que cada día que compartí con vos te ame con todo mi corazón, que fui feliz, muy feliz. Me enseñaste lo que es tener un amor sano y puro. Te pido perdón por mis errores, por si te lastimé, nunca tuve la intención de hacerlo. Pero reconozco que en ese momento no sabía qué hacer con todo lo que sentía, un mundo, mi mundo se derrumbaba ante mí y yo no podía hacer nada para evitarlo. Los dos nos equivocamos y asumo mis errores. Los dos nos herimos. Pero siento que nada empañó lo que yo viví con vos. Hoy miró atrás y agradezco al destino haber compartido un tramo de tu vida y que vos hayas estado en la mía. Cada día que estuve a tu lado, sólo quise hacerte feliz y hacerte sentir que te daba mi corazón.
¡Gracias por todo lo vivido! Hoy pese que al mirarte, sentí que nuestra historia estaba tan lejos, que nuestras miradas no se reconocían. Pese a todo esto, puedo decirte, que sos alguien muy importante en mi vida, que te recuerdo con mucho cariño y que hasta el momento sos mi mejor historia de amor. Siempre te recordaré con ternura y un amor especial.
Te debía estas palabras. Decirte lo que siento y saldar esta cuenta con el destino. ¡Ojalà esto llegué hasta vos y lo leas! ¡Ojalá me creas y puedas sentir que te estoy hablando con el corazón abierto, sin rodeos y mi sinceridad en las manos.”
Guardé las fotos, me puse a escribir este relato y a escuchar El Barrio. El sol ya se había ido. La noche inundaba la ciudad. Me siento muy vulnerable. Sigo sosteniendo que hoy no era día para encontrarlo.
Hoy la soledad se me hace pesada y quisiera tener a alguien que me abrace fuerte, me haga sentir que esos brazos son mi mejor refugio y que esta tristeza pasará pronto.
Lola


P.D: Le dejo de regalo este tema del Barrio. Uno de mis preferidos. Creo que es el que mejor representa aquel día, cuando nos dijimos adiós.

jueves, 1 de septiembre de 2011

LAS PRINCESAS DE LOS CUENTOS




Estos días me anduvieron persiguiendo una serie de pensamientos. ¿Cómo si ya no tuviera bastante con todas mis cosas como para andar pensando chorradas? Pero fue y es así.
El sábado a la noche  estaba muerta. Durante la semana lo único que deseaba con toda mi alma era que llegara el finde para estar en mi casa, y reducir mi mundo a mi cama. Taparme hasta el cuello, el termo y el mate al lado, mis papeles para trabajar, y sumergirme en un bagaje impresionante de películas. Así fue como me encontré mirando, por milésima vez “El espejo tiene dos caras”. Hay una escena que me resulta sumamente maravillosa, y es cuando Barbra Streisand está dando clases en el aula magna de la universidad de Columbia y habla de los arquetipos femeninos, “en que nunca nos contaron como la cenicienta volvió loco al príncipe con su obsesión de limpiar el castillo, porque echaba de menos a su aspiradora”… “nadie nos cuenta que sucede después”. Es cierto. Nadie nos contó que ocurre después. Eso sí, todo cuento tradicional que hubo dando vueltas por ahí, los Hermanos Grimm, Charles Perrault, etc., etc., nos han quemado a nosotras, bastante la cabeza. Pese a que a esta altura de la vida, sobretodo las que ya pasamos los 30 pirulos,  sabemos que el príncipe azul no existe, no dejamos de haber sido de esa clase de mujeres que crecimos bajo el lema de armarse un hombre ideal. Es más, cuando los cuento de  hadas, nos resultaron sumamente infantiles, apareció Quino, y ¡¡¡¡Zaaassss!!! Nos trajo a Susanita, la representación moderna y actualizada, de las princesas que querían ser rescatadas por sus hombres. Y fue justamente, con ella, que terminaron de criarnos. Por suerte, también apareció Mafalda. Pero bueno, todas de alguna manera, unas más, otras menos, tenemos una Susanita dentro, y quisiéramos encontrar ese hombre que responda a nuestro imaginario, o al menos se acerque.
Lo cierto es que crecimos leyendo que las malvadas envidiaban a las buenas y bonitas, y le hacían padecer cuanta maldad se les ocurrieran, desde la rueca con la aguja envenenada para caer en un sueño eterno, morder la manzana, que vaya a parar a la panza del lobo, o que una bestia la secuestre o que tenga que besar a un sapo. Si se lo ponen a pensar, como yo en este caso, quién no tuvo un bestia que mejor perderlo que encontrarlo, quién no ha tenido un chico lindo, bonito, esos salidos de catálogo de modelos pero cuando sentíamos que nos rescataba, preferíamos morirnos envenenadas porque no teníamos de qué hablar, o él tenía tres o cuatro temas, y ampliar su espectro temático, era entran en profundidades y nos miraba como diciendo, “¡y ésta de qué habla, se hace la intelectual!” y seguramente, más de una vez, quien menos nos gustaba, nos ha hecho reír, nos ha regalado la mejor noche de nuestras vidas, y al besarlo, sentir que hemos encontrado a un ser humano hermoso, pero éste, justamente éste nos ha dado una linda patada en el culo. Lo cierto es que todas estas historias nos han jodido la vida, y nos la siguen jodiendo de alguna forma.  Porque cuando terminamos una relación sentimos que algo nos han roto,  o cuando por el afán de intentar tener una linda historia de amor esforzamos las cosas, y en realidad, sabemos perfectamente, que no va a funcionar, o cuando sufrimos por un amor no correspondido, el corazón nos queda partido. Entonces comenzamos a sentir un montón de cosas juntas, que ordenarlas y clasificarlas con etiquetas para guardarlas en un archivo se nos hace sumamente complicado. Porque a veces sentimos que fracasamos, otras no entendemos que capítulo de la historia nos perdimos porque no sabemos cómo llegamos a estar en medio de la nada, otras es el dolor que produce la confirmación de que nos equivocamos, más el sufrimiento de la perdida, pero sobre todo, creo yo, desde mi humilde opinión, que hay un dolor que va más allá de si nos dejaron o dejamos, o de sentir una gran tristeza por lo que no fue. Creo que el dolor que por ahí nos atraviesa como una lanza, aunque sea momentánea, es sentir que perdimos nuestra historia, nuestro cuento,  darnos cuenta que ese hombre que en su momento parecía el príncipe que nos rescataba, se transforma  simplemente en un hombre común y corriente al que se le fue todo encanto o hechizo, y desaparece. Junto con él, se van muchas cosas que se simplifican en la frase, “… Y vivieron felices y comieron perdices”.  Entonces nos encontramos frente a la cruda realidad, de que en algún lugar, se nos siembra el interrogante, de si alguna vez, nuestro cuento, ese que soñamos desde chicas, ese que se nos instaló como un chips en la cabeza de que tenemos que casarnos, tener hijos, formar una familia, se irá a cumplir. Las que ni siquiera lo concretamos todavía, tal vez nos preguntamos, cuántas materias nos faltan para recibirnos de princesas y nos rescate el príncipe. Porque lo que va de la vida, vivimos dando examen, y al menos a mí, me han dicho, “no entiendo cómo estás sola, sos inteligente, bonita, una mina muy piola, con mucha onda y sentido del humor, independiente, etc., etc. etc…” Sin embargo, pese a todo eso, parece que todavía no me recibo, y la carrera sigue siendo larga porque nadie me dice cuantas materias me faltan por cursar. Por otro lado, hace rato que curso sin darme cuenta, como sin quererlo porque no es una carrera que pueda abandonarse. Por eso es importante, que tengamos en claro, que no todas nacimos para ser princesas, protagonistas de esas lindas historias de amor. Tal vez nos toca, contar otro tipo de historia, como ésta que habla de las mujeres que están solas, que luchan todos los días de su vida, y que van construyendo otro tipo de cuento, en el que le vamos poniendo distintos encantos y entretenimientos, con la esperanza de que tal vez algún día nos llegue el hombre que comparta nuestra vida, porque ya no le toca rescatarnos de nada. Pero si éste no aparece, tampoco nos convertimos en las malvadas, en las resentidas con la vida, sino que buscamos la forma de ser felices, sintiéndonos bien con nosotras mismas y no sintiendo que todo lo que vivimos no vale la pena, porque el  hechizo se rompió a las 12 de la noche. También es cierto, que hay otra realidad, a las que les digo con una mano en corazón y sin juzgar a nadie, que no me gustaría vivir. Pero hay quienes que con tal de tener el cuento de hadas, de tener una historia de amor, cada noche cuando se van a dormir, sienten el deseo de no estar ahí, o sienten que están durmiendo con el enemigo, que ese hombre que tienen al lado es muy buen tipo, lo quieren mucho tanto que se acostumbraron a él, pero no lo aman, porque cuando están solas piensan en ese otro que en algún momento de sus vidas conocieron, se enamoraron perdidamente y no pudo ser, o lo que es peor,  les vendieron fantasías de colores, las creyeron, y todavía esperan que se cumplan. Cuando sabemos que si esa historia no fue, es porque tuvo una causa, la fundamental, es asumir que a ese hombre no le interesamos, si esto no hubiera sido así la historia hubiera sido otra. ¿No les parece?
Volviendo a como los cuentos nos han quemado la cabeza, a eso que no nos contaron. Pienso, hubiera sido buenísimo que me contarán como Blanca Nieves envejeció al lado de ese príncipe, si cayó en la monotonía del matrimonio, o si descubrió que su marido le metía los cuernos con una de las damas de la corte, o si él se paseaba por el palacio haciéndose el metro sexual y relataba sus aventuras amorosas, o si se escapaba a un prostíbulo mientras Blanca Nieve estaba despierta porque uno de sus hijos tenía fiebre, o porque estaba teniendo sexo con el mayordomo. Nadie nos contó el después, los únicos después reales que existen son los nuestros.
Por otro lado, no se dieron cuenta que no existen cuentos tradicionales, en el que protagonista sea un hombre y sea éste el que tiene que ser recatado por la princesa. No los hay, me encargué de leer muchos relatos, con final o sin final feliz, las mujeres son las que padecemos todo tipo de calamidades y las que necesitamos ser rescatada por un hombre. Es más, si le dan una hojeada a los mitos griegos, Zeus era un mujeriego empedernido, le metió los cuernos a Hera hasta hartarse, y pese que ella se vengaba furiosamente con las amantes de su marido, la historia no fue al revés. Pero, sabemos, y tal vez lo hemos vivido, que las mujeres también hemos  rescatado a más de un hombre. Sin embargo esto no se cuenta, no fue tan interesante para la literatura. Ahora que bueno hubiese sido que a los hombres le hubieran quemado la cabeza con cuentos como estos. Mejor dicho, me hubiese gustado que coexistan los dos tipos de cuentos. Tal vez nuestras realidades fueran otras. No lo sabemos. Lo bueno es que hace poco compre un libro que se llama “Los Caballeros de la Rama” de Marcelo Birmajer. ¿Y a qué no saben que encontré?, él escribió, algunos después… y están buenísimo. Cuenta qué pasó con la verdadera historia de la cenicienta, de la Bella y la bestia, etc. Cuando los leía, me tente tanto de risa y me dio tanta alegría saber que hay alguien  a quien se le ocurrió contarnos el después. Esto me dejo tranquila, porque ya le leí un millón de veces a mi sobrina historias de princesas, ahora voy a poder leerles los después, así no le queman la cabeza y crece con los pies bien en la tierra.
Mafalda, hubo una sola, y nos llegó tarde. Lástima, porque si Blanca nieves hubiese tenido el espíritu de ella, tal vez hubiese comandado una revolución con los enanos, para enfrentarse al poder dominante de la malvada madrastra; o al aparecerse ésta disfrazada de vieja vendiéndole la manzana, seguramente le hubiese preguntado por el poder capitalista, en vez de aceptarla sin cuestionar absolutamente nada. Jajajaja, me río al escribirlo, porque hubiese estado buenísimo. ¡Ojo! Con esto no quiero decir que tenían que dejar al hombre de lado, y que las princesas no tenían que vivir historias de amor. Simplemente pienso, que  eso hubiese ayudado a que nosotras construyamos otro ideal de hombre, o armar otro tipo de historia, que nos permita vivir de otra manera. Sin tanto final trágico, sin tanto dolor, cuando una historia se termina o no se dá. Sin ese peso espantoso, de que las solteras nos quedamos para vestir santos.
  Yo ya estoy en una edad, en la que a este ritmo, me voy a convertir en la nueva diseñadora de alta costura de los cielos. Sí me toca esto, le digo a los santos, por qué no hacemos al revés, ya laburo mucho como para ponerme a coser, y lo que menos quiero, es pasar a convertirme en la costurerita que dio el mal paso. Así que cambiemos los lugares, que sean ellos los que renueven  mi vestuario. Yo si quieren les armo una larga lista de todos los diseñadores, vestidos, zapatos, carteras que me gustan y no me da el cuero para comprarme. Al menos, podría jugar una a mi favor. Así que mientras sigo soltera, santos queridos  les comunico, que ya salieron las nuevas colecciones primavera- verano 2012.
Lola

lunes, 25 de julio de 2011

Mi olimpo, el mundo de esta pequeña diosa.



Hacía tiempo que no me reía tanto de mí. ¡Sí, así como lo leen! De mí. La verdad es que últimamente me pasaron varias cosas y todas me resultaron dignas para hacerlas historias y que formen parte de este espacio. Pero todavía no puedo. Tienen que madurar dentro de mí.
Lo cierto es que tengo mi cabeza dando vueltas en el aire. Hay varias aristas abiertas. A las que analizo una y otra vez. Después de cansarme de rumiar, decidí dejarlas en el cajón. En algún momento, sin quererlo, sin tanto esfuerzo encontraré la solución a cada una de ellas, o me haré cargo que la respuesta ya la sé, pero no me animo a ejecutarla, a ponerme en acción. No es el momento de hacer nada. Siempre es bueno estar segura de lo que quiero. Por lo tanto, me digo, “si una no está convencida de hacer algo, mejor no hacerlo. En este estado, las probabilidades que todo salga para el culo, es el 100%”.
En medio de este remolino en el que me encuentro sumergida, recaí en algo que hacía mucho tiempo que no me daba cuenta o no quería ver. Es simple, me di cuenta que no soy prioridad para nadie en especial. Salvo para mis viejos que ellos siempre están atentos a todo lo que me sucede. De todas maneras, hablo de otro tipo de prioridad. Hablo de esa que significa ser importante para alguien, más exactamente para un hombre. En este momento de mi vida, soy como Carrie, la protagonista de Sex and the City, en sus peores épocas con el Sr. Bing. Yo también tengo uno. ¿Qué mujer no tuvo uno o no lo tiene? Creo que todas. Lo cierto es que este hombre tiene un encanto especial, que hace que me derrita al verlo. Él sólo me regala momentos y yo me siento la ladrona del tiempo. No me autocompadezco. Sé  que también soy responsable de esta situación. A veces la disfruto, otras no. Por el momento, no me jode ni me trae conflictos. Y como dije al principio, todavía no tengo claro que hacer con ella. Dejo que las cosas sucedan, solas se van acomodar y será lo que tenga que ser.
Volviendo a lo que anuncié al comienzo. Lo que llevó riéndome de mí, no tiene nombre, jaja. Si alguien me filmara se haría una linda panzada de risa gratuita. ¿A qué se debe tanta jarana? Se estarán preguntando. Decidí ser mi PRIORIDAD, ya que no me sentía importante para nadie en especial. Decidí hacer algo por y para mí. Así que me puse en acción.
Hace tiempo que venía con ganas de pintar el departamento y más después de haber sufrido la segunda invasión de albañiles. (Éstas merecen ser contadas con lujo de detalles, sobretodo la primera, pero se las debo para otro momento).
Por la segunda intervención del sindicato de constructores, tuve que mudar toda la habitación, a los pequeños rincones del resto del departamento. Lo que significa, estar durmiendo en el suelo con media casa encima de mí.  Observé detenidamente la situación y ahí como por arte de magia, ¡se me hizo la luz! Me dije, “¡¡Si estoy en el baile, voy a bailar!!” Llame a mi papá, para que me dé todo el instructivo que necesito. Luego me acompaño a la pinturería. Tenía todo. No quedaba otra cosa que ponerse a laburar. Busque un viejo jogging, atuendo indispensable para el trabajo forzado. Ate un pañuelo en mi cabeza, espátula en mano y a rasquetear se ha dicho.
Comencé la aventura y con ella, a matarme de risa. La pintada me hizo descubrir un mundo de cosas. La primera y fundamental. Venía postergando el hecho de anotarme en Pilates. Por H o B, siempre tenía una excusa, la plata, el tiempo, etc. Pues, debo decirles, que no pensé nunca que pintar te pone en forma, y ¡¡de qué forma!! Ejercito músculos que creí que en mi anatomía corporal no existían.  Me duele hasta el alma. Mi madre está preocupada por mi problema de espalda y cervicales. Eso es un poroto. Las articulaciones una a una se pusieron en movimiento. Ahí tuve mi primera carcajada, cuando me di cuenta que de a poquito me sentía más ágil aunque me doliera todo. Por un lado, me decía: “¿Qué necesidad tengo de andar haciéndome la guacha pintora? ¡Ya tengo edad de señora! ¡No estoy para estos trotes! Jajaja… Después me respondía, “A ver, mi presupuesto no da para pagar un pintor. Segundo, ya me había sentido invadida, molesta, por tener gente extraña en mi casa trabajando. ¡Así que deja de quejarte!” Por otro lado, en esta casa no hay hombre o sea, tampoco me puedo hacer la servicial, cebarle mate a otro mientras lo miro trabajar como un burro. Mientras pensaba en todas estas bobadas, me reía de mi misma, me miraba en el espejo y parecía un payaso tercermundista. Tenía pintura por todos lados, pero me sentía y me siento feliz. No importa si queda excelente, importa que lo haga por mí, porque yo quiero que mi casa se vea bonita, se respire un aire nuevo, especial.
A la noche, para descansar después de mi primer día de trabajo arduo me puse a mirar, por vigésima vez, la película “El diario de Bridge Jones, la uno y la dos” Así continuadas. Me volví a reír de mí. No estoy o mejor dicho, no cuento la cantidad de cigarrillo que fumo, ni los kilos demás que tengo o bajo. No me emborracho sola por las noches, pero si me sentía torpe como ella. Les confieso algo, no sé cómo pero tengo mis pantorrillas llenas de moretones. Encima tengo ese tipo de piel, que de nada le sale una aureola violeta. Pues parezco una especie de queso gruyer en mal estado.
La aventura de la pintada, está en pleno proceso, ya termine mi habitación. Ahora cuando quise hacerle frente al baño. ¡¡¡Zassss!!! ¡¡¡Lo que me faltaba!!! Se me vino una parte del techo a bajo. ¡Conste en acta que no fue mi culpa! Ya tenía una rajadura, que ingenuamente creí que era pintura levantada. ¡¡¡Má qué pintura levantada!!! Yeso puro, que se desprendió con sólo soplar. Así que con toda la tranquilidad del mundo, tome mi banco alto, el cual utilizo para llegar a los techos y sitios altos, barrí todo lo que había caído de ese cielo raso. Y como buena mujer, cerré la puerta. Llamé a mi padre, superviso lo ocurrido. Las palabras del hombre experto fueron: “Llama al dueño y que te mande un yesero” Así que estoy a la espera de que me vengan arreglar el techo. Sin quererlo, en breve tendré, la tercera invasión de albañiles.
Otra cosa que me sucede es la siguiente, le tengo pánico a las alturas. Debe ser eso de que al ser petisa siempre estoy más cerca de la tierra que de los cielos. Pues bien. Subir tres escalones que tiene mi pequeña escalera, me llena de pánico. Encima se mueve mucho. La primera vez que subí, ya me imaginaba en el suelo, con una pierna rota y el tacho de pintura en la cabeza. Por lo tanto, opte por usar un banco alto de madera que tengo, el que utilizaba para mis ensayar mis espectáculos de narración oral. Con esto surgieron otras revelaciones. La tonificación de piernas que estoy teniendo es impresionante. Cada vez que me subo, contraigo y esfuerzo tanto las piernas por miedo a caerme, que se están poniendo duras como un garrote. La otra, es que de a poco, hago tripa corazón y voy venciendo mi miedo a las alturas. ¡¡Bien ahiiii!!! Vamos que se puede.
¿Quién necesita de un hombre en casa? Pues parece que yo no. Y me encanta sentirlo. Mi madre vive diciéndome que “UN HOMBRE NO LO ES TODO EN LA VIDA DE UNA MUJER”. La verdad, que esta frase parece estar retumbando en el ambiente. Con esto, quiero que quede claro, no quiere decir que no me gustaría tener un hombre en mi vida, tener una pareja. Pero por ahora, lo que hay me alcanza. Y les hago otra confesión, me siento feliz de haberme dado  importancia, de ser MI PRIORIDAD. Un terapeuta que tuve, me regaló un escrito que hablaba del egoísmo positivo. Estoy ejerciéndolo. Me estoy ocupando de mí y mi pequeño mundo. Calculo que esto también tiene que ver con aquello que  mi madre solía decirme cada vez que veía el quilombo de mi habitación. Ella decía que ese desorden era el reflejo de cómo estaba mi mente. Por las dudas, tomo todo en cuenta. Quiero un ambiente nuevo, cargado de nuevas energías. Lo siento como un nuevo comienzo. Algo bueno se viene, me predispongo a que eso suceda. Mientras tanto, chicas, les recomiendo que PINTEN SU MUNDO, subir, bajar, estirar el brazo a la derecha a la izquierda, agacharse, poner firmes las piernas, etc. Todo esto hace que te pongas en forma. Quién te dice, casa nueva, físico nuevo. Mi Olimpo será el mundo de esta pequeña diosa. Jajajaja.
 No hay nada mejor que saberse reír de uno mismo, como así también, de darse importancia. No sé puede querer o pedir ser importante para otros, si en primer lugar no somos importantes para nosotros mismos. A mí, me cuesta esto. Por momentos me olvido. Será que también me había olvidado lo bien que se siente. Por suerte, todavía me sube agua al tanque, y pude recordarlo.
Por último, mientras pinto desenfrenadamente o rasqueteo algo, pongo música para que me dé pilas. Cuando vi la peli de Bridget Jones, busqué un tema que me encantó, y anoche mientras corría los muebles y preparaba la cocina para empezar a trabajar en ella, lo escuchaba. Se lo adjunto de regalo, junto con un testimonio de esta aventura descontrolada.
Lola

viernes, 3 de junio de 2011

La magia de las cartas


Se escucha la lluvia sobre la ventana. La nostalgia del domingo me toma entre en sus brazos. Estoy en penumbras, camino por el departamento con un mate entre mis manos. La tranquilidad y las Estaciones de Vivaldi me llevan abrir mi caja de recuerdos. Soy como Clara, ese personaje maravilloso de La Casa de Los Espíritus de Isabel Allende. Ella andaba con sus cajas de la vida, en donde guardaba sus diarios íntimos, los regalos que le hizo su marido, sus hijos, todo lo que para ella tenía un valor sentimental y le hacía recordar algo. Pues yo soy igual. Tengo mis cajas de la vida.
La abrí y un mundo apareció ante mí. Ahí estaban, detenidas y eternizadas en el tiempo, guardando el poder perpetuo de las palabras. Cartas, escritas a mano, de puño y letras para mí. Las acaricio, las abro y me sumerjo en ellas. Me lleno de imágenes, de emociones, de lágrimas. Recuerdo el momento exacto en que cada una de ellas llegó a mi vida. Confieso que no hay nada que me guste más, que me regalen una carta. La magia que se produce cuando se abre un sobre y encuentro esa hoja escrita con letra manuscrita, me llena de emoción, me resulta única e irrepetible. Sé que soy una romántica empedernida. Me parece alucinante el avance tecnológico, poder estar comunicado todo el tiempo, sin importar la distancia, porque ésta ya dejo de ser un obstáculo, años atrás esto era impensable. Pero qué quieren que les diga, a mi me siguen encantando las cartas. Aunque ya esto resulte anticuado, y yo me haya quedado detenida en el tiempo. Soy una amante de las palabras y de su poder de trascendencia. En estos tiempos la pc y los sms, nos robaron la magia del cartero.
Ahí estaba, sentada en mi cama, con todas esas cartas a mí alrededor. Pensando en mi vida, en mí hoy. Por momentos siento que no cambio nada, y después de un rato me doy cuenta que sí, que he crecido, que ya tengo un camino recorrido, para bien o para mal, con aciertos y desaciertos, pero lo tengo transitado. Puedo decir que he adquirido un poco de sabiduría después de tantas caídas. De todas me he levantado. Así que aquí estoy, revolviendo el pasado, con parte de él, con el que quedó su huella en el papel.
Me encuentro con las cartas que me escribieron cada uno de mis amigos, las de algún amor (de estás hay poquísimas) y las que me escribieron mis viejos, mis hermanos, en algún momento de nuestras vidas. Les hago una confidencia. En una época en mi casa se nos había dado por escribirnos cartas para alguna fecha especial, cumpleaños, día de la madre, del padre, etc. Hasta que mi hermana en un acto de emoción, dijo : “¡¡¡Basta de cartas, de llorar como perros!!!” Entonces pasamos a algo más creativo, nos regalábamos historietas, con las frases celebres que habíamos dejado perpetrada en la memoria, sobretodo en la de nosotros tres que somos terribles a la hora de gastarnos.
Las miro, me rio, me emociono y lloro. Sobre todo cuando me encuentro con la que me escribió mi hermano en el momento más difícil de su vida.  Cuando la escribió hacia tres días que estaba internado. El 31 de mayo 1990. La vida sufrió un cambio de suerte. Aristóteles llama a esto peripecia. Él entró en ese camino doloroso y arduo que hacen todos los héroes clásicos. Tal vez, escucharon hablar de la construcción del héroe. Fue así, aunque yo lo cuente poéticamente. Y sin saberlo, cada uno de nosotros también.
Parece mentira como la vida te puede cambiar en un segundo e introducirte en un camino oscuro, sin saberlo, sin pensarlo si quiera. Pero ahí estás parado, y tenes que salir. Obviamente, que al que más le costó, el que más padeció fue él. Pero nosotros, los que estábamos a su lado también. Es horrible la sensación de impotencia que te agarra cuando vez que un ser querido tuyo, alguien a quien amas con toda tu alma sufre, y no podes hacer nada, absolutamente nada, más que estar ahí. 
Mi hermano, que por aquel entonces tenía 20 años, había sufrido un accidente de auto. Salió despedido y cayó sentado en la vereda, lo que le produjo estallido de ambos fémur. A los pocos días se complico, porque se dieron cuenta los médicos, que tenía una arteria y una vena cortada. Ese fue el comienzo del doloroso camino que tuvo que hacer. Estuvo a punto de que le amputaran la pierna y por qué no decirlo, de perder la vida si esa arteria no se hubiera cerrado como lo hizo milagrosamente.
Al tercer día de estar internado, con sus piernas colgando a un aparato, yo cumplía 17 años. Estaba en el último año de secundaria. Año que se supone que tiene que ser significativo, maravilloso. Pues para mí no lo fue. Tengo vagos recuerdo de mi vida escolar de aquellos días. Pero sí tengo grabado no sólo en la memoria, en el corazón, sino en un trocito de papel mi cumpleaños. Ese día no había ido al colegio, y cuando mi mamá llegó a media mañana de la clínica, me dio un papelito que decía:
 “Feliz cumpleaños, queridísima …, me gustaría comprarte un lindo poster de Hendy y dártelo, pero hoy, loco, todo es irreal, vos cumplis 18 y yo tengo mis piernas colgadas del sol. Te quiero. Feliz cumple. ¡Ojo esta noche!” (aclaro, se confundió)
Cuando leí este papel, no pude dejar de llorar. Ese día ni yo misma me acordaba que cumplía años. El ambiente de mi casa estaba tan convulsionado, que nadie se percató en que día estábamos, salvo él. Yo no lo podía creer. Sabía que sus piernas no dejaban de dolerle, que estaba próximo a una operación complicada, que estaba postrado en una cama, y pese a todo, él se acordó de saludarme. En ese pedacito de papel, escrito de puño y letra, vino un bagaje de amor tan grande, que ahí empecé hacer yo mi camino del héroe.
Contarles lo que fueron esos dos años, es tener que contar una novela, porque realmente lo fue. El proceso para que mi hermano vuelva a caminar fue largo, doloroso, pero gracias a dios, tuvo un final feliz. Hoy él es todo un hombre, padre de familia, excelente profesional y sobre todo una gran persona, con una personalidad (y perdón por la repetición) extraordinaria. Durante el tiempo que estuvo en cama, que fue más de un año, muy pocas veces lo vi mal de ánimo, casi siempre estaba bien, con fuerzas. Su predisposición y su coraje para salir adelante fueron realmente admirables.
Mañana cumplo 38 años. Hace tres días se cumplieron 21 años de esa noche terrible. En ese proceso aprendí, el valor de las cosas sencillas, en jerarquizar las cosas por la cual debemos hacernos problemas. De todas formas, somos seres humanos y solemos angustiarnos o ponernos mal por tonteras, pero es pasajero cuando recordas lo importante.
 Aprendí  que la familia lo es todo, porque pase lo que pase, siempre está. Yo recuerdo haberme pasado casi un año, acostada en dos sillas, al lado de mi hermano mirando películas, porque él no se podía dormir a la noche. Algo que sin duda lo volvería hacer.
Aprendí que no se puede planificar nada a largo plazo, que uno tiene que vivir a pleno cada momento.
 Aprendí el valor de la amistad. Vi como mi casa se llenó de jóvenes todos los días que mi hermano estuvo sin poder caminar. Como los amigos de mi viejo, de toda su vida, pelearon para salvarlo. Vi como las amigas de mi vieja, estuvieron al pie del cañon. Como las amigas de mi hermana la ayudaban y vi, sentí y agradezco a mis amigos, sobre todo los del secundario, porque eran ellos, los que todos los días me veían llegar con mi mirada perdida, muchas veces llorando, fueron ellos los que me apuntalaban y me dejaban desahogarme, porque dónde iba a llorar, dónde iba a mostrar mi sufrimiento. En casa no podía, estábamos todos iguales, en la clínica delante de mi hermano, menos. Fue con mis amigos con quienes me permití mostrar mis sentimientos. Los del cole, los de teatro, los de la vida.
Miro este pedacito de papel, y vuelvo a llorar como ese día. Me sigue emocionando de la misma manera, y mejor. Porque verlos a mis hermanos, a los dos, me llena de felicidad, ver lo que progresaron y lo que luchan día a día me llena de orgullo. Tal vez, en lo personal, todavía no me siento plena, siento que al lado de ellos tengo el paso más lento y más corto. Pero sigo aprendiendo.
Hoy celebro la vida. Y el mejor regalo que puedo tener, es sentarme a la mesa con toda mi familia, mis viejos, mis hermanos, mis primos, mis tios, mis sobrinos, mi cuñada, mis primos políticos. Saber que tengo amigos que son de fierro. ¡Qué más puedo pedir! ¡Ah, si…me acordé! Una carta, escrita de puño y letra. Porque todo esto empezó justamente, hablando de esa magia especial que tiene el papel escrito a mano.
Perdón, me sonó el portero eléctrico, debo guardar las cartas en mi caja de la vida. Tengo que bajar abrir. Mis hermanos me esperan. 
Lola
P.D: Comparto la magia del pedacito de papel escrito por mi hermano. (al que pido que después de esto no me mate!!).
Les dedico este relato a mis hermanos, a quienes amo con toda mi alma. Y a todos aquellos que me leen, especialmente a la gente de Facebook que no me abandonó en esta largas vacaciones que me tomé para escribir. 
Un regalito más, musiquita para el alma, (me encanta este tema de chambao por eso lo comparto con ustedes...)