domingo, 25 de agosto de 2013

Simetrías

En homenaje a mi lectora número uno.


Hace bastante tiempo que no escribo. Ni acá ni en ningún otro lado. Esta vez no  puedo echarle la culpa a las musas como hice otras veces. La culpa  es de mi cabeza.
Cuando empecé a escribir en este blog, lo hice por mi necesidad de escribir, de contar historias, de hablar de cosas que me suceden a mí que no difieren, seguramente, a lo que les pasa a otras mujeres. También quería reírme de las cosas que a veces vivo y me sirve como el disparador para crear. Pero, últimamente mis relatos no tuvieron un tinte humorístico sino más bien, nostálgico o melancólico.  
Hoy me toca contarles una historia que nace desde lo más profundo de mi corazón, del amor y del dolor. Y si después de tanto tiempo vuelvo a escribir es porque se lo debo, porque quiero hacerle un homenaje a mi lectora número uno. A la persona que disfrutaba de leer este espacio, a veces se emocionaba, otras se horrorizaba, otras se reía. Me llamaba por teléfono y siempre me decía algo con respecto a la historia que había publicado. Nunca supe si este blog tuvo o tiene muchos lectores, pero al menos sabía que siempre contaba con ella y eso me hacía feliz.
Soy una mujer que cuando nada en los mares tormentosos está fuerte y dirige el barco. Me mantengo de pie y estoy atenta a los otros. Pero cuando todo pasa, cuando todo vuelve a la tranquilidad de las aguas, yo me sumerjo en la profundidad del mar para que después el impulso de la gravedad me vuelva a subir. Mientras tanto busco desesperadamente ese rayo de luz que me guie para salir, nuevamente, a la superficie. Les cuento esto porque, como saben mis viejas lectoras o si buscan entre estas historias, el año pasado me toco vivir algo difícil y fue la perdida de mi útero y con él la ilusión de llevar un hijo en mis entrañas. Durante todo el tiempo que estuve con mis problemas de salud me mantuve entera, fuerte y con humor. Cuando me dijo el médico que, debía entrar por segunda vez al quirófano, empecé  hacer el duelo por lo perdido. Y mientras mi corazón se debatía entre mi agradecimiento por estar viva y sana, y mi cabeza empezaba a pensar en la posibilidad de anotarme en una lista de adopción, en plantearme la maternidad y la responsabilidad que ésta conlleva, me iba llenando de miedos, de dudas y de deseo. Hasta que la vida me golpeo de sorpresa y fuerte, a tal punto que me dejo sin aliento y me desarmó. Si todavía estaba débil ahora sentí que mientras me planteaba la vida, la realidad me aplastó.
 Borges escribió una frase tan buena que no la puedo sacar de mi mente…”A la realidad le gusta las simetrías y los leves anacronismo” y yo sentí que el destino me decía que esto es cierto, porque mi vida en un año se hizo simétrica. Lo hizo más exactamente el lunes 24 de junio por la mañana. Una llamada me sacó volando de mi lugar de trabajo y me llevó a encontrarme con lo inesperado, con lo que no hubiese querido vivir. Llegué en el preciso instante que el alma de mi madre subía al cielo. Así, de repente. Su corazón se detuvo y aunque la médica que la estaba atendiendo lucho por más de una hora para que ella no partiera, no pudo detenerla.
Nunca estamos preparados para la muerte y menos cuando ésta te sorprende. Había estado con mi madre el día anterior, hablando, tomando mate con ella, mi papá y mi hermano. Me despidió como siempre lo hacía, diciéndome que me cuide y que coma. Siempre se preocupaba por mi apetito. Sabía que soy de poco comer, que a veces puedo pasar todo el día sin alimentarme y no darme cuenta. Estaba preocupada por mí, como por mis hermanos. Así que ella estaba atenta a todo y a todos. La semana anterior todos sus estudios del corazón le habían dado bien, aunque tenía algunos problemitas de salud. Estábamos ocupándonos de ellos y teníamos turno con el médico clínico, turno que tuve que cancelar.
No les voy a contar lo que fue ese lunes. De lo doloroso que fue despedirme de ella. No hay tampoco palabras para hacerlo. Es algo que se siente, como un hierro al rojo vivo atravesándote el corazón. Un dolor que todavía siento. Pero si voy hablar de ella.
Mi madre fue una mujer con vocación de servicio, amo con pasión su profesión, docente y fue maestro de maestros. Dedico casi 50 años de su vida a la educación especial. Fue una luchadora con todas las letras. Mujer de carácter fuerte pero de una tremenda sensibilidad. De lágrima fácil, pero con sus emociones  a flor de piel. Ella siempre decía: “que jamás perdió su capacidad de emocionarse” y era muy cierto. Llorábamos con las mismas películas, con los mismos libros.  Tenía talento para escribir y la facilidad de la palabra en todo su esplendor. Su nivel de oratoria era excelente. Algunas de estas cosas las heredamos mis hermanos y yo.
Era muy casera, le gustaba mirar por horas series policiales y de abogados. No era de salir mucho, pero disfrutaba de encontrarse con sus amigas, y cada vez que podía le encantaba viajar con mi papá. Su compañero de toda la vida. 54 años compartidos y de pelearla  juntos a la par. Eso sí, era el capitán del  barco y las cosas se hacían a su manera. Cuando esto no era así, se armaba. Era cabeza dura, a veces era alarmista y trágica. Me hacía reír la forma que tenía de contarte las cosas. Fue muy exigente con ella misma y con nosotros. Nos dio, nos dieron ella y mi viejo, todo. Hubo épocas que las cosas estuvieron duras económicamente, y sin embargo nunca nos hicieron faltar nada. La vi trabajar tres turnos para que esto fuera así.
Fue amiga de sus amigos, un ser incondicional. Mujer querida por todos los lugares que transitó. Supo dejar huellas con cada paso que dio. Cuando yo era chica a veces me daba celos, porque cuando me llevaba a la escuela y veía como trataba a todo el mundo y como brillaba, sentía que tenía que compartir a mi mamá con los demás y mucho no me gustaba la idea.
De sus hijos, dicen que soy la más parecida a ella, no sólo físicamente sino por nuestros gustos y por la infinidad de cosas que tenemos en común. A mí me llevo tiempo darme cuenta de esto. De hecho, gran parte de mi vida me la pase peleando con ella hasta que pude ver y valorar la mujer que era. Hubo momento en que sentí que no era la hija que ella le hubiera gustado tener, que no cumplía con sus expectativas. Fui la que más dolores de cabeza le dio, la que hizo las cosas diferentes a todos, la que tuvo otros tiempos. Sin embargo, fui la que concrete alguna de las cosas que a ella le hubieran gustado hacer. El día que ella se fue. Mi mejor amiga, mi hermana de la vida, me dijo: “Tu vieja estaba muy orgullosa de vos, me lo dijo hace poco. Hablamos mucho y me contó que estaba tan contenta por vos, por todo lo que habías hecho, por como habías enfrentado todo. Tu vieja amaba todo lo que vos haces y eso hizo que me hablara de vos con tanto amor y orgullo que me hizo emocionar”. Después me comentó lo mismo su doctor. Me alegró saber que no la había defraudado, que se fue de este mundo sintiéndose feliz por mí y por mis hermanos.
Fue una abuela extraordinaria. Por eso siento que todavía no era su momento de partir. En mi imaginario, hubiese deseado que mis sobrinos disfrutaran de su abuela como yo disfrute de la mía. Todavía había tanto por vivir y compartir, que no puedo dejar de estar enojada con la vida.  
Ya hace dos meses que se fue de mi lado y todavía me cuesta creerlo. Hay momentos que estoy en mi casa y suena el teléfono y espero escuchar su voz. Es más me encuentro hablando de ella como si no hubiera pasado nada o creo que está en su casa con mi viejo. Entonces la imagen de aquella mañana se cruza en mi cabeza y caigo otra vez en esta puta realidad que me dice que no está. No importa donde me encuentre, pero cuando esto me ocurre se me llenan los ojos de lágrimas y siento que su ausencia me quema el alma.
Qué difícil se me hace responder la simple pregunta de cómo estás. La verdad, es que no lo sé, estoy como puedo y me sale. Todavía no terminaba de hacer un duelo que se me vino otro encima. Me siento a la deriva, tratando de buscar el rumbo. Qué difícil se me hace, se  nos hace. Ver el profundo dolor de mi padre me desarma, me parte el alma. Entre mis hermanos, mi viejo y yo no hacemos uno. Nos vamos conteniendo, seguimos andando como podemos y nos sale. Por momentos, tenemos la necesidad de llorarla juntos y por otro, cada uno a escondidas, solos.
Les dije que sentía que mi vida era simétrica, y así lo siento ahora. En el plazo de un año perdí la posibilidad de ser madre y a mi madre. ¿No es una verdadera simetría? Yo siento que sí. Pero pese a ella, estoy de pie y la sigo peleando. Como lo hubiera hecho mi madre.
Mi madre es mi orgullo, mi ejemplo. La admiré y la admiro. La amo con toda mi alma y eso no va a cambiar nunca. Fue una GRANDE y así se fue de este mundo. Ella se murió como quiso, hasta le dio la orden a la Parca para que se la lleve sin sufrir, sin tener un enfermedad larga. Se murió en su casa, en su cama, junto a su marido. Se fue como sin darse cuenta. Muy parecida a como se fue su madre. Éste es mi consuelo.
Ella leía este blog una y otra vez, incluso me llegó a retar porque hacía mucho tiempo que no escribía nada. Acá estoy, cumpliendo su pedido. Haciéndole mi humilde homenaje de escribir algo para ella y sobre ella. Es más, les confieso algo, mi nombre no es Lola Lois.  Pero elegí mi seudónimo porque el nombre Lola, es el nombre que le quería poner a la hija que tuviera y Lois, es el apellido de ella, de mi madre. Esto es otra simetría que tengo.
Sólo me queda cerrar este relato diciendo: Gracias mamá por todo lo que me diste, por hacerme la mujer que soy, por haberme acompañado siempre, por el amor inmenso que me brindaste, por todo lo que hiciste por mí. Gracias por ser la mujer que sos. Espero que donde quiera que estés, seas feliz. Te amo con toda mi alma, te extraño mucho. Siento que me haces mucha falta. Sólo queda decirte, esa frase que vos utilizabas cada vez que podías:
“Vuela libre y feliz, más allá de la palabra siempre, que nos encontraremos alguna que  otra vez, cuando así lo deseemos”… Qué así sea, hasta que nos volvamos a juntar.
Tu hija.
Mi mamá, Mirta Irene Lois
23/2/43- 24/6/13


lunes, 28 de enero de 2013

“Antes del anochecer en Sevilla”


El sol caía en la provincia española de Córdoba. El frío se hacía sentir. Tomé un taxi rumbo a la estación de trenes. Mi próximo destino era Sevilla. Sólo éramos mi pequeño equipaje y yo. Mis retinas querían guardar cada imagen que se presentaba ante mí, antes de cambiar el rumbo.
Llegué con tiempo de sobra para tomar mi tren. Lo hice a propósito porque cuando  viaje a Córdoba la empleada del ferrocarril me hizo perder el viaje y salí una hora y media más tarde, estuve a punto de perder todo lo que había contratado. Así que me senté en un banco a esperar que el tiempo vuele. En un momento, cuando observe toda la escena, me sonreí, porque sentía que me había agarrado el síndrome Penélope.  Yo no tenía mi bolso color marrón, ni mis zapatitos de tacón y mucho menos, mi vestido de domingo. No esperaba un amor, pero sí llegar a mi otro destino. Por suerte la espera se me hizo entretenida porque mientras estaba sentada en el banco de pino verde, me mensajeaba por celular con mi mejor amigo y nos reíamos, como siempre lo hacíamos.
Llegó mi tren. Abandoné mi banco, mi espera, dejando atrás esa parte de mi viaje. Partí rumbo a Sevilla. Sabía que allá me estaba esperando una guía de turismo. Me dio cierta cosita porque al único pasajero que esperaba para hacer el tour, era yo.
Cuando llegué, la vi parada con un cartel que tenía mi nombre. Ahí me agarró, por un lado, vergüenza y por el otro, me sentí una celebridad y me reía mientras me acercaba a ella. Era una mujer petisa como yo, escondida detrás de una bufanda. Laura era su nombre. Una andaluza simpatiquísima, con una gracia sin igual. En su mirada se notaba la curiosidad que le producía. Seguramente se preguntaba ¿qué hace está mujer sola contratando una guía para recorrer Sevilla? Si supiera que me daba lo mismo que ella esté. Pero venía incluida en el paquete. Ni bien nos saludamos, me explicó cómo me había organizado todo mi recorrido, dado que mi estadía era breve.
Me llevó al hotel. Acordamos la hora que me pasaría a buscar al otro día. Mientras ella y yo conversábamos, sentí que unos ojos me miraban. Busqué disimuladamente y vi a un joven que me observaba con atención, me escuchaba hablar detenidamente y se sonreía. Laura se fue. Me acerqué a la recepción para registrarme. Su sonrisa me estaba esperando. Me recibió con mucha amabilidad y simpatía. Le dije mi nombre y empezamos a charlar. Le conté de dónde era, qué hacía en España. Ya eran las nueve de la noche y él me recomendó que lo mejor que tenía para hacer esa hora en Sevilla era ir a un colmao. La idea era buena, pero la verdad a mi me daba cierta cosita ir sola y también sabía que al otro día tenía un largo itinerario para hacer. Así que le respondí que prefería quedarme en el hotel. Entonces, con la gracia propia de los españoles y con esa tonadita especial, me dijo. “Pues si quieres conversar un rato, puedes bajar a la recepción estoy hasta la siete de la mañana. Después de la media noche aquí suele ser muy tranquilo”. No sabía muy bien como tomar eso, si como una gentileza de su parte porque le dije que no iba a salir o como una invitación para vernos de nuevo. Antes de subir al cuarto, se encargó de darme todos los números para comunicarme a la recepción. Mientras él hablaba yo no podía dejar de sonreírme, de ver esos ojos color miel, su cabello negro, su voz me encantaba. No podía ser más lindo. Luego me fui a la habitación. Mientras esperaba el ascensor junto al chico que me llevaba el equipaje. Sentía su mirada en la espalda, y por el reflejo de las puertas de acero veía esa sonrisa que no dejaba de resultarme seductora.
Abrí la puerta, me saqué la enorme campera de invierno que llevaba puesta. La cual me hacía parecer un oso polar. Tiré mi mochila sobre la cama. Prendí la tele y llamé al chulazo, (mi mejor amigo), tenía que reportar que había llegado bien y contarle lo que me acaba de ocurrir. Fue decirle “¡Hola!” y empezar a reír. Le conté lo que sucedió. Éste se rió y como es muy típico de él me dijo: “Te bañas, te cambias, te pones una “Tía buena” y bajas hablar con él”. Me tentó mucho de risa, eso de tía buena, los españoles le dicen así a una chica que les resulta linda. Cumplí con la orden. La excusa que usé es que quería cenar.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y él me vio, su sonrisa se le instaló en la cara y yo perdí el sentido de donde estaban mis pies. Sentía que levitaba hacia él. Le dije que quería cenar en el hotel, si tenía que pedir servicio al cuarto o lo podía hacer en salón comedor. A él le brillaron los ojos y me dijo que si lo esperaba media hora, él me invitaba a cenar, porque era su hora para comer. Así lo hice.
Su nombre era Manuel, oriundo sevillano. Hablaba varios idiomas, estudiante de administración, simpático, seductor y muy divertido. Durante la cena me reí mucho. Él tenía curiosidad por Argentina y sus costumbres, así que me preguntó de todo. En un momento de la charla, en un acto de espontaneidad absoluta dijo: “-Me encanta la manera de hablar de las argentinas. Sois muy guapa”. Yo me puse colorada como una bola de fuego y me sonreí.
La cena fue corta. Él tenía que seguir trabajando y yo, levantarme temprano. Cuando nos despedimos, me miró con esos ojos color miel, se sonrió y con ese acento español tan seductor me dijo que era una pena que tenía que trabajar, sino me llevaba a conocer la noche sevillana. “-Espero verte mañana” y me saludó a la española, un beso en cada mejilla.
Al otro día, cuando me encontré con Laura, estaba esperándome en la puerta del hotel. Él ya no estaba. A mi me hizo un ruidito en el corazón, no me quedaba mucho tiempo, al otro día me iba.
Laura me llevó al casco antiguo de Sevilla, me sumergí en esas callecitas antiguas. Pasamos por el Costurero de la Reina,  el Alcázar de Sevilla, ese Palacio me encantó. Me gusta la idea de entrar a uno de ellos y preguntarme por su historia, por los antiguos habitantes.  Luego la Plaza de España, el Ayuntamiento, el Barrio la judería es tan pintoresco. Almorzamos  en uno de sus restaurantes. Éste era chiquito, antiguo y me trataron muy bien. Mi guía los conocía así que fue como estar en el comedor de una familia a la que conocía hacía tiempo. La verdad es que me la pasé de “Puta madre”. A la tarde fuimos a la Catedral de Sevilla, ¡¡Qué lugar!!¡¡Cuánto arte!! Sus altares, sus esculturas, esas sillerías talladas en madera, la tumba de Cristóbal Colón y la Giralda. Tomé coraje y subí hasta el mirador. 50 pisos en forma de rampa. ¡¡Menos mal!! Porque si eran escaleras no sé si hubiera podido llegar hasta el final. Al salir de ahí, las gitanas se acercaban diciendo: “un ramito de romero pa’ ti. ¡Venga niña! que te leo la línea de la mano, venga que te digo tu suerte, tu destino”. Laura me miró y me sacó de ahí caminando ligerito, luego agregó: “Las gitanas tienen la astucia de dejarte sin un duro en el bolsillo” Me reí de su manera de decírmelo.  A esta altura ella y yo nos reíamos mucho juntas, la habíamos pasado genial. Teníamos que despedirnos pero a Laura le agarró más nostalgia que a mí y me hizo una confesión: Mira, desde que soy guía de turismo nunca me ha ocurrido algo así, de tener este contacto con un cliente. No sé porqué pero te siento como mi hermana menor. Así que si te apetece te invito a cenar a mi casa”. Me encantó su invitación y no podía negarme. Me parecía todo parte de una aventura, que había emprendido cuando inicie este segundo viaje a España. Sentía que no podía perderme de nada. No sabría si volvería a venir. Así que me fui para la casa de Laura. Al ser sábado a la noche estaba toda su familia, marido, hijas, sus padres, la hermana, era un batallón de gente que me atendió excelentemente bien, me hicieron sentir en casa. La noche se prestó para que el cante jondo se escuchara por sus voces sevillanas, el flamenco reinaba en el aire. Laura sacó sus castañuelas, las que tocaba muy bien. Mientras ellos cantaban yo no podía dejar de reír de felicidad. Despedirme de cada uno de ellos me dio tristeza. La verdad es que ninguno quería que la noche se terminara. Pero yo al otro día partía. Así que abrace a cada uno de ellos con el agradecimiento de la noche compartida, la alegría de haberlos conocido y la tristeza que da las partidas. Con Laura fue peor. Me dejo en la puerta del hotel, lloramos las dos, la verdad que la sentía muy cercana a mí, compartimos los mail y la promesa de que si llegaba a volver a España vendría a visitarla.
Cuando entre al hotel, secándome las lágrimas ahí estaba él, iluminando el lugar con su sonrisa. Sabía que ese día a la tarde me iba a Madrid. Cuando me vio hablamos un rato, me invitó a salir aquella tarde. Le recordé que 19:30 debía tomarme el tren, así que el adelanto la cita, con su tonada dijo “Pues te espero a las 13 hs. El equipaje lo puedes dejar aquí hasta la hora de partir”.
A la hora señalada me estaba esperando. Yo estaba cansada de tanto jaleo. Pero no me importaba. Sentía todas las mariposas revoloteándome en el estómago. Fuimos a almorzar, hablamos un montón, nos reímos mucho, cada uno por sus expresiones. Con un café de por medio, ya había perdido la cuenta de cuántos, me confesó que le parecía guapísima, que le encantaba y qué lástima que yo no tuviera más tiempo en la provincia Andaluza. Para mis adentro pensaba exactamente lo mismo, pero también me decía:¡Mejor así! Mientras lo escuchaba mi mente se llenaba de las imágenes de la película “Antes del Amanecer”,  de esa relación fugaz entre dos personas, conociendo un lugar y a ellos. Yo no podía hacer aquella promesa que se hacen los personajes de volverse a encontrar seis meses después, en la misma ciudad a las seis de la tarde. Así que sólo me dedique a disfrutar lo que me quedaba de tiempo ahí con él.
Caminamos un montón, me llevó a un parque precioso, dicen que antiguamente fue el parque privado de la reina. Después transitamos por la costa del Río Guadalquivir. En un momento se paró, me miró a los ojos y me dio un beso. Me abrazó fuerte contra su pecho. ¡Qué sensación tan linda!! No sabía qué hacer, qué decir, sólo me sonreía. El tiempo se acababa, a partir de ese beso me tomó de la mano y me abrazaba al caminar. Mientras lo hacía yo pensaba en la cantidad de años que no caminaba de la mano así con alguien, que yo no me sentía feliz. Volvimos al casco antiguo, a recorrer las calles del Barrio de la Judería hasta que se detuvo en un pasaje muy angosto y ahí me contó: “Estamos parados en ‘La calle del beso’. Se llama así porque el espacio que hay entre la calle permitían que los enamorados salgan a sus balcones y con sólo estirar un poco el cuerpo podían besarse” Ahí nos volvimos a besar. Quería dejar esa imagen retrata en mi memoria. Mire el reloj y dije: lamentablemente es hora de pasar a buscar mi equipaje al hotel. Me volvió a besar. Me tomó de la mano. Nos subimos a su auto. Recogí mis cosas en el hotel y seguimos viaje hasta la estación de tren. Me acompañó hasta la plataforma, era difícil soltarse, decirse adiós. Llegó el tren. Yo tenía un nudo en la garganta, no podía decir una sola palabra. Tenía un malambo de sentimientos y sabía que iba a llorar. No quería hacerlo. Me parecía que estaba siendo la protagonista de una película romántica y me negaba ser melodramática. Él me miró, me tomó la cara entre sus manos, se sonrió y dijo: “Me encanto conocerte, nunca una mujer me hizo reír tanto. Sois alguien muy especial, tenéis una luz tan linda. Una mirada tan profunda. Déjame grabar tu imagen, tu mirada” Sacó su celular y me sacó algunas fotos. Dieron el último aviso. Sólo pude decirle que yo también estaba feliz por haberlo conocido y por la hermosa tarde que compartimos. Nos besamos. Subí al tren. Lo vi por la ventana, con sus manos en los bolsillos, su sonrisa iluminada, su mirada chispeante estaba colorada, me pareció que contenía las lágrimas. Yo sonreía, pero mis lágrimas no pudieron evitar correr lentamente por mis mejillas. Así partí de Sevilla.
Yo no creía que podía vivir algo tan parecido a una película y sin embargo, me sentí así. Hoy después de tanto tiempo de esto. Sólo sé, que debes en cuando, en esas noches que me invade la nostalgia, cierro los ojos y lo veo a él, sonriéndome desde el andén.
Lola.
 PD: les dejos algunas fotos de Sevilla. Salvo la primera, las demás son fotos tomadas por mí,
La Calle del Beso-Sevilla

Plaza de España- Sevilla

El Alcázar de Sevilla 

La Giralda- Barrio de la Cruz, la Judería.

Barrio de la Cruz- La judería de Sevilla