miércoles, 27 de julio de 2016

Volver a empezar

¡Cómo cuesta comenzar de nuevo cuando sentís que te pasó un huracán por encima! Cuando tal vez, sentís que las heridas aún siguen abiertas y duelen. Hay montones de circunstancias que te llevan a empezar de nuevo. Lo cierto es que uno lo hace cuando ya sintió que llegó al fondo, que se embarró hasta los huesos y no queda otra que salir al ruedo. A mí me sucedió. Siempre que la vida me enfrento a un nuevo comienzo, primero me hundí.
Lo malo de esto, es que a veces, volver a empezar, no es una decisión personal, sino que te viene impuesta desde afuera y no te queda otra. Ahí nos enojamos con la circunstancia. Nos preguntamos ¿por qué? O ¿Qué hicimos mal para estar rindiendo otra vez examen? Lo cierto es que nuestra vida se va llenando, de las veces que nos caemos y nos volvemos a levantar.
Hoy estoy frente a esta hoja en blanco y es un volver a empezar. Me ha costado muchísimo. Como ya saben los que leen este humilde blog. Lo cierto que mi volver a empezar me ha costado demasiado. Cuando sentí que ya estaba en el fondo, la vida me puso con una horrible situación laboral y como parecía que no era suficiente, sufrí la separación de mi pareja. Ahí toque fondo, ya no había nada más abajo que eso. No me quedó otra, que salir a domar otra vez al toro, como dicen los españoles. Ahora, cuando empecé a asomar de nuevo la cabeza, me di cuenta que a mi alrededor, personas muy allegadas a mí, estaban en la misma situación. Todas, en diferentes aspectos y distintas circunstancias, volvíamos a empezar. Cada una con sus tiempos, tomando las decisiones que creen correctas, pero todas arrancábamos una vez más.
No es tarea fácil, ni mucho menos sencilla, a veces sentís que no podes con tu alma. Pero estás en el baile y hay que bailar, no queda otra. Hoy, tomando un poco de distancia, me doy cuenta que no lo hubiese podido hacer, sin el amor de los que me quieren, que estuvieron y están al pie del cañón, y sobre todo, sin mi fuerza de voluntad. Hoy miro hacia atrás y lo primero que registro son las perdidas, mi útero, mi madre, mi trabajo y por último mi pareja. Ahí vi que estoy en pie, que soy otra, que puedo seguir haciendo camino. Aprendí de cada cosa, sobre todo de lo que me enseñaron los demás y las propias circunstancias. Entendí, eso que dicen: la valentía del soldado consiste, que aunque perdió la batalla, vuelve a la guerra. Es así.
En este volver empezar, me encontré con personas que no tenía ni idea, que iban hacer algo tan maravilloso, como brindarme sus manos para ayudarme a salir adelante. También, me volví a emocionar, (vuelvo a repetir), con el amor de los que siempre, siempre están a mi lado. Y así fue como sentí que mi mundo cobraba nuevamente, sentido para mí.
Les confieso que todavía me cuesta, pero siento ganas de hacerlo, de enfrentar este nuevo desafío. Siento que de alguna manera, es una nueva oportunidad que me regala la vida. Evidentemente, tenía mucho que aprender. Seguro, que más de uno, se enfrento a ese dicho, “Cuando tenía todas las respuestas, me cambiaron todas las preguntas”. Es así nomas. Hay que salir a buscar.  Yo me di cuenta, que también tengo que cerrar círculos que todavía tengo inconclusos. En eso estoy. Me está costando demasiado, es un esfuerzo sobre humano para mí. No me doblego frente a esto. Quiero hacerlo, necesito hacerlo. Cuando lo logré, sé que abriré una nueva puerta y eso me impulsa a no bajar los brazos.
Pude darme cuenta, que volví a empezar, cuando sentí que podía a reírme con todo mi cuerpo. Cuando registre que me había quedado en pausa y que tenía que poner de nuevo PLAY, para arrancar. Cuando pude ser capaz de vislumbrar el camino. Cuando pude disfrutar de nuevo de las simplicidades cotidianas que tanto me gustan. Cuando entendí que la vida es hoy, ahora y que lo importante no se mide por el mercado de oferta y demanda, sino que se mide por el corazón.
Hoy quiero, decirles acá estoy, aparecí para seguir haciendo lo que tanto me gusta, escribir, contar historias. Pero también para brindar mi pequeño homenaje aquellas personas que se juegan en esto de comenzar de nuevo… Celebremos que podemos hacerlo, eso significa que estamos vivos, y queda mucho por andar…
Lola
 Dedico este texto a: M. Laura P., por volver a empezar en su país. Lupeta, por volver a encontrar su rumbo. A Coky por volver a apostar e iniciar esta nueva etapa. A Lety, por el esfuerzo que pones en este nuevo comienzo. A Judith, por regresar a un lugar que sentís que no es tuyo y aunque parezca que no es empezar de nuevo, yo creo que sí. Es tu nueva etapa..llamémosla : "ETAPA DE TODO ME CHUPA UN HUEVO" jajajaja. A mis hermanos, porque los tres tuvimos que volver a empezar y sobre todo a mi padre, porque a pesar de su inmensa tristeza, todos los días para él es un nuevo comienzo.

jueves, 22 de enero de 2015

Mi otra mitad: Lupe

Marzo. Mañana soleada. El reloj señalaba que eran las 7:45 hs. Ahí estaba yo, con mi guardapolvo celeste, mi portafolio marrón, mi pelo atado al estilo lifting. Mi madre me tomaba de la mano y así entramos al colegio. Mi primer día de clases, de mi primer grado. El primer día del resto de mi vida. Después del acto de apertura del ciclo escolar, mi mamá me acercó a una maestra que me hizo formar. Cuándo el curso estaba completo nos hizo seguirla al salón. Yo estaba nerviosa, me ponía mal la situación. Mientras me alejaba miraba a mi mamá que me saludaba con la mano. Mientras ella estaba emocionada, yo deseaba que me llevara, que no me deje ahí.
Entré al salón, había como seis mesas. Cada una de ellas tenía cinco o cuatro lugares. Me senté en la primera que vi. Y ahí la conocí. Al principio nadie decía nada hasta que la seño nos fue preguntando cómo nos llamábamos. Cuando todos nos habíamos presentado, charlar entre nosotros resulto más fácil. Y así, de repente, comenzamos hablar. Estuvimos juntas en los recreos. Después nos tocó el mismo micro que nos llevaba a nuestras casas. Así empezamos hacernos compañeras.
Con el transcurso del tiempo, compartimos más actividades. Nuestras madres nos llevaban a catequesis familiar (esto me olvide de decirlo, íbamos a un colegio católico). Ella vivía cerca de mi casa y a veces iba a almorzar a la suya. Así nos hicimos amigas.
En tercer grado, después de la muerte de mi abuela Luisa,  me mude a la casa en que mi papá nació. Al lado del departamento en el que vivíamos, estar ahí era un castillo. La casa era enorme, y lo sigue siendo. Lupe, mi amiga, también se mudo, Justo a la vuelta de mi casa. A partir de ahí nos hicimos inseparables. En el radio de una manzana Lupe y yo, teníamos todo lo que dos nenas de 8 años pueden necesitar. A mitad de camino entre mi casa y la de ella, por el sentido de las agujas del reloj, vivía mi abuela Irene. Del sentido contrario, los abuelos de Lupe, José y Visita. Con lo cual, nuestras tardes eran en su casa, un poco en la de mi abuela, otro tanto en la de los abuelos de ella y por último mi casa. Más en verano que podíamos jugar toda la tarde.
La casa de Lupe paso a ser mi casa. Sus hermanas las mías. Así que cuando entre ellas se peleaban yo la ligaba sin distinción alguna. Ellas son cuatro. Así que se imaginan que revuelo se armaba cada vez que alguna se peleaba con otra. Ninguna se salvaba, incluida yo.
Lo bueno de esos años de la infancia es que nosotras teníamos un mundo producto de nuestra imaginación que muchas veces nos contenía de todo lo que pasaba en el afuera. Lupe, realmente paso a ser mi hermana de la vida, más que mi amiga.
La secundaria nos separó un poco, aunque íbamos a la misma escuela, estábamos en distintos cursos. Pero alguna que otra tarde nos juntábamos. Cuando empezamos la universidad, ahí dejamos de vernos, cada una estaba haciendo su vida, su destino. Pero como siempre vivíamos cerca, las veces que nos cruzabamos, charlábamos como si nos hubiéramos visto ayer. Esa era la magia. De todas maneras, cabe decirles que nunca dejamos de ser testigo una en la vida de la otra. Ella vino a mi fiesta de quince años, yo fui a verla a la iglesia cuando se caso, etc.
Después de unos años, ya siendo mujeres profesionales, la vida quiso que me la encuentre por la calle. En media hora, paradas en la esquina de la casa de sus abuelos, y de mi casa, le conté que tenía un casamiento y que quería que ella me haga el vestido. Porque Lupe, se había recibido de Diseñadora de indumentaria y textil. Fue con esa excusa, que volví a la casa de su madre, que nos reencontramos. A partir de ahí no nos separamos más. Somos hermanas de la vida, que están en todo momento.
Ella me vio llorar muchísimas veces y yo a ella. Me acompañó en cada ruptura amorosa, y en cada logro que tuve. Yo estuve cuando se divorció, cuando volvió a enamorarse. Fui la primera en enterarme que estaba embarazada, de hecho soy la madrina de su hijo. Ella fue la que me llevo de urgencia al médico cuando me sentía mal y lloró conmigo cuando me dieron el diagnóstico. A la primera que le avisé que se había muerto mi madre, fue a ella y lloró conmigo por teléfono. A la media hora estaba en la puerta de la casa de mis viejos, nos abrazamos fuerte y no nos soltamos. También está en cada alegría. Así somos.
No tenemos ninguna duda, que si es necesario nos llamamos a las tres de la madrugada para decirnos: “-tengo algo para contarte”. La vida nos hermanó, nos hizo esas hermanas de la vida, capaz de hacer cualquier cosa la una por la otra. Ella sabe que sus secretos están a salvo conmigo, y los míos con ella. ¡Ojo! También discutimos y nos decimos las más terribles verdades, pero las dos tenemos en claro que lo hacemos con el amor que nos tenemos, que la sinceridad entre nosotras es absoluta. Siempre voy a preferir un reto de ella, que de cualquier otro, porque ella me conoce como la palma de su mano. Sabe cuáles son mis fortalezas y cuáles son mis debilidades. No necesita verme todos los días para saber cómo estoy. Somos los complementos justos, lo que yo carezco a ella le sobra y viceversa. Cuando alguna anda rengueando la otra es la muleta que la sostiene.
A lo largo del tiempo, entendí eso que dice Lennon, no se puede ponerle a una persona la responsabilidad de ser nuestra mitad, nosotros nacimos completos. Es verdad, nacimos completos, pero a mí la vida me demostró, que esa mitad que creemos necesitar, o esa parte que nos hace sentirnos completos, no es una pareja. Es un amigo, en mi caso, es Lupeta, mi hermana de la vida. Desde los 6 años hacemos caminos juntas, nos hemos visto en todo tipo de situaciones, hemos compartido cada momento, tenemos un lugar en este mundo que es nuestro, hemos aprendido que la amistad se construye día a día, y que nuestro lazo es único en el mundo. Como dice el Principito, nos hemos domesticado. Seguramente, nos acompañaremos también en nuestra vejez, espero que así sea.
Lupe tiene un millón de cosas que le admiro, otras (muy pocas) que le detesto, como seguramente a ella le pasa conmigo. Pero está ahí, siempre. Cuando hice mi espectáculo de narración oral, dije si yo pude tener otras amigas y amigos, es porque ella me enseño el significado de la palabra AMISTAD. Porque con ella aprendí el significado de esa frase tan común, LOS AMIGOS SON LA FAMILIA QUE UNO ELIGE. Me alegra y me llena de orgullo que ella me permita formar parte de su vida, para mi es el mejor honor que puedo tener. Ella me enseñó, que siempre hay alguien que puede ser nuestra media naranja o mejor dicho, nuestra otra mitad, la que te complementa y te ayuda a sentirte completa.

Gracias Lupe, por el camino recorrido, por el que recorremos y por todo lo que nos falta por andar  juntas.
Lola

domingo, 25 de agosto de 2013

Simetrías

En homenaje a mi lectora número uno.


Hace bastante tiempo que no escribo. Ni acá ni en ningún otro lado. Esta vez no  puedo echarle la culpa a las musas como hice otras veces. La culpa  es de mi cabeza.
Cuando empecé a escribir en este blog, lo hice por mi necesidad de escribir, de contar historias, de hablar de cosas que me suceden a mí que no difieren, seguramente, a lo que les pasa a otras mujeres. También quería reírme de las cosas que a veces vivo y me sirve como el disparador para crear. Pero, últimamente mis relatos no tuvieron un tinte humorístico sino más bien, nostálgico o melancólico.  
Hoy me toca contarles una historia que nace desde lo más profundo de mi corazón, del amor y del dolor. Y si después de tanto tiempo vuelvo a escribir es porque se lo debo, porque quiero hacerle un homenaje a mi lectora número uno. A la persona que disfrutaba de leer este espacio, a veces se emocionaba, otras se horrorizaba, otras se reía. Me llamaba por teléfono y siempre me decía algo con respecto a la historia que había publicado. Nunca supe si este blog tuvo o tiene muchos lectores, pero al menos sabía que siempre contaba con ella y eso me hacía feliz.
Soy una mujer que cuando nada en los mares tormentosos está fuerte y dirige el barco. Me mantengo de pie y estoy atenta a los otros. Pero cuando todo pasa, cuando todo vuelve a la tranquilidad de las aguas, yo me sumerjo en la profundidad del mar para que después el impulso de la gravedad me vuelva a subir. Mientras tanto busco desesperadamente ese rayo de luz que me guie para salir, nuevamente, a la superficie. Les cuento esto porque, como saben mis viejas lectoras o si buscan entre estas historias, el año pasado me toco vivir algo difícil y fue la perdida de mi útero y con él la ilusión de llevar un hijo en mis entrañas. Durante todo el tiempo que estuve con mis problemas de salud me mantuve entera, fuerte y con humor. Cuando me dijo el médico que, debía entrar por segunda vez al quirófano, empecé  hacer el duelo por lo perdido. Y mientras mi corazón se debatía entre mi agradecimiento por estar viva y sana, y mi cabeza empezaba a pensar en la posibilidad de anotarme en una lista de adopción, en plantearme la maternidad y la responsabilidad que ésta conlleva, me iba llenando de miedos, de dudas y de deseo. Hasta que la vida me golpeo de sorpresa y fuerte, a tal punto que me dejo sin aliento y me desarmó. Si todavía estaba débil ahora sentí que mientras me planteaba la vida, la realidad me aplastó.
 Borges escribió una frase tan buena que no la puedo sacar de mi mente…”A la realidad le gusta las simetrías y los leves anacronismo” y yo sentí que el destino me decía que esto es cierto, porque mi vida en un año se hizo simétrica. Lo hizo más exactamente el lunes 24 de junio por la mañana. Una llamada me sacó volando de mi lugar de trabajo y me llevó a encontrarme con lo inesperado, con lo que no hubiese querido vivir. Llegué en el preciso instante que el alma de mi madre subía al cielo. Así, de repente. Su corazón se detuvo y aunque la médica que la estaba atendiendo lucho por más de una hora para que ella no partiera, no pudo detenerla.
Nunca estamos preparados para la muerte y menos cuando ésta te sorprende. Había estado con mi madre el día anterior, hablando, tomando mate con ella, mi papá y mi hermano. Me despidió como siempre lo hacía, diciéndome que me cuide y que coma. Siempre se preocupaba por mi apetito. Sabía que soy de poco comer, que a veces puedo pasar todo el día sin alimentarme y no darme cuenta. Estaba preocupada por mí, como por mis hermanos. Así que ella estaba atenta a todo y a todos. La semana anterior todos sus estudios del corazón le habían dado bien, aunque tenía algunos problemitas de salud. Estábamos ocupándonos de ellos y teníamos turno con el médico clínico, turno que tuve que cancelar.
No les voy a contar lo que fue ese lunes. De lo doloroso que fue despedirme de ella. No hay tampoco palabras para hacerlo. Es algo que se siente, como un hierro al rojo vivo atravesándote el corazón. Un dolor que todavía siento. Pero si voy hablar de ella.
Mi madre fue una mujer con vocación de servicio, amo con pasión su profesión, docente y fue maestro de maestros. Dedico casi 50 años de su vida a la educación especial. Fue una luchadora con todas las letras. Mujer de carácter fuerte pero de una tremenda sensibilidad. De lágrima fácil, pero con sus emociones  a flor de piel. Ella siempre decía: “que jamás perdió su capacidad de emocionarse” y era muy cierto. Llorábamos con las mismas películas, con los mismos libros.  Tenía talento para escribir y la facilidad de la palabra en todo su esplendor. Su nivel de oratoria era excelente. Algunas de estas cosas las heredamos mis hermanos y yo.
Era muy casera, le gustaba mirar por horas series policiales y de abogados. No era de salir mucho, pero disfrutaba de encontrarse con sus amigas, y cada vez que podía le encantaba viajar con mi papá. Su compañero de toda la vida. 54 años compartidos y de pelearla  juntos a la par. Eso sí, era el capitán del  barco y las cosas se hacían a su manera. Cuando esto no era así, se armaba. Era cabeza dura, a veces era alarmista y trágica. Me hacía reír la forma que tenía de contarte las cosas. Fue muy exigente con ella misma y con nosotros. Nos dio, nos dieron ella y mi viejo, todo. Hubo épocas que las cosas estuvieron duras económicamente, y sin embargo nunca nos hicieron faltar nada. La vi trabajar tres turnos para que esto fuera así.
Fue amiga de sus amigos, un ser incondicional. Mujer querida por todos los lugares que transitó. Supo dejar huellas con cada paso que dio. Cuando yo era chica a veces me daba celos, porque cuando me llevaba a la escuela y veía como trataba a todo el mundo y como brillaba, sentía que tenía que compartir a mi mamá con los demás y mucho no me gustaba la idea.
De sus hijos, dicen que soy la más parecida a ella, no sólo físicamente sino por nuestros gustos y por la infinidad de cosas que tenemos en común. A mí me llevo tiempo darme cuenta de esto. De hecho, gran parte de mi vida me la pase peleando con ella hasta que pude ver y valorar la mujer que era. Hubo momento en que sentí que no era la hija que ella le hubiera gustado tener, que no cumplía con sus expectativas. Fui la que más dolores de cabeza le dio, la que hizo las cosas diferentes a todos, la que tuvo otros tiempos. Sin embargo, fui la que concrete alguna de las cosas que a ella le hubieran gustado hacer. El día que ella se fue. Mi mejor amiga, mi hermana de la vida, me dijo: “Tu vieja estaba muy orgullosa de vos, me lo dijo hace poco. Hablamos mucho y me contó que estaba tan contenta por vos, por todo lo que habías hecho, por como habías enfrentado todo. Tu vieja amaba todo lo que vos haces y eso hizo que me hablara de vos con tanto amor y orgullo que me hizo emocionar”. Después me comentó lo mismo su doctor. Me alegró saber que no la había defraudado, que se fue de este mundo sintiéndose feliz por mí y por mis hermanos.
Fue una abuela extraordinaria. Por eso siento que todavía no era su momento de partir. En mi imaginario, hubiese deseado que mis sobrinos disfrutaran de su abuela como yo disfrute de la mía. Todavía había tanto por vivir y compartir, que no puedo dejar de estar enojada con la vida.  
Ya hace dos meses que se fue de mi lado y todavía me cuesta creerlo. Hay momentos que estoy en mi casa y suena el teléfono y espero escuchar su voz. Es más me encuentro hablando de ella como si no hubiera pasado nada o creo que está en su casa con mi viejo. Entonces la imagen de aquella mañana se cruza en mi cabeza y caigo otra vez en esta puta realidad que me dice que no está. No importa donde me encuentre, pero cuando esto me ocurre se me llenan los ojos de lágrimas y siento que su ausencia me quema el alma.
Qué difícil se me hace responder la simple pregunta de cómo estás. La verdad, es que no lo sé, estoy como puedo y me sale. Todavía no terminaba de hacer un duelo que se me vino otro encima. Me siento a la deriva, tratando de buscar el rumbo. Qué difícil se me hace, se  nos hace. Ver el profundo dolor de mi padre me desarma, me parte el alma. Entre mis hermanos, mi viejo y yo no hacemos uno. Nos vamos conteniendo, seguimos andando como podemos y nos sale. Por momentos, tenemos la necesidad de llorarla juntos y por otro, cada uno a escondidas, solos.
Les dije que sentía que mi vida era simétrica, y así lo siento ahora. En el plazo de un año perdí la posibilidad de ser madre y a mi madre. ¿No es una verdadera simetría? Yo siento que sí. Pero pese a ella, estoy de pie y la sigo peleando. Como lo hubiera hecho mi madre.
Mi madre es mi orgullo, mi ejemplo. La admiré y la admiro. La amo con toda mi alma y eso no va a cambiar nunca. Fue una GRANDE y así se fue de este mundo. Ella se murió como quiso, hasta le dio la orden a la Parca para que se la lleve sin sufrir, sin tener un enfermedad larga. Se murió en su casa, en su cama, junto a su marido. Se fue como sin darse cuenta. Muy parecida a como se fue su madre. Éste es mi consuelo.
Ella leía este blog una y otra vez, incluso me llegó a retar porque hacía mucho tiempo que no escribía nada. Acá estoy, cumpliendo su pedido. Haciéndole mi humilde homenaje de escribir algo para ella y sobre ella. Es más, les confieso algo, mi nombre no es Lola Lois.  Pero elegí mi seudónimo porque el nombre Lola, es el nombre que le quería poner a la hija que tuviera y Lois, es el apellido de ella, de mi madre. Esto es otra simetría que tengo.
Sólo me queda cerrar este relato diciendo: Gracias mamá por todo lo que me diste, por hacerme la mujer que soy, por haberme acompañado siempre, por el amor inmenso que me brindaste, por todo lo que hiciste por mí. Gracias por ser la mujer que sos. Espero que donde quiera que estés, seas feliz. Te amo con toda mi alma, te extraño mucho. Siento que me haces mucha falta. Sólo queda decirte, esa frase que vos utilizabas cada vez que podías:
“Vuela libre y feliz, más allá de la palabra siempre, que nos encontraremos alguna que  otra vez, cuando así lo deseemos”… Qué así sea, hasta que nos volvamos a juntar.
Tu hija.
Mi mamá, Mirta Irene Lois
23/2/43- 24/6/13


lunes, 28 de enero de 2013

“Antes del anochecer en Sevilla”


El sol caía en la provincia española de Córdoba. El frío se hacía sentir. Tomé un taxi rumbo a la estación de trenes. Mi próximo destino era Sevilla. Sólo éramos mi pequeño equipaje y yo. Mis retinas querían guardar cada imagen que se presentaba ante mí, antes de cambiar el rumbo.
Llegué con tiempo de sobra para tomar mi tren. Lo hice a propósito porque cuando  viaje a Córdoba la empleada del ferrocarril me hizo perder el viaje y salí una hora y media más tarde, estuve a punto de perder todo lo que había contratado. Así que me senté en un banco a esperar que el tiempo vuele. En un momento, cuando observe toda la escena, me sonreí, porque sentía que me había agarrado el síndrome Penélope.  Yo no tenía mi bolso color marrón, ni mis zapatitos de tacón y mucho menos, mi vestido de domingo. No esperaba un amor, pero sí llegar a mi otro destino. Por suerte la espera se me hizo entretenida porque mientras estaba sentada en el banco de pino verde, me mensajeaba por celular con mi mejor amigo y nos reíamos, como siempre lo hacíamos.
Llegó mi tren. Abandoné mi banco, mi espera, dejando atrás esa parte de mi viaje. Partí rumbo a Sevilla. Sabía que allá me estaba esperando una guía de turismo. Me dio cierta cosita porque al único pasajero que esperaba para hacer el tour, era yo.
Cuando llegué, la vi parada con un cartel que tenía mi nombre. Ahí me agarró, por un lado, vergüenza y por el otro, me sentí una celebridad y me reía mientras me acercaba a ella. Era una mujer petisa como yo, escondida detrás de una bufanda. Laura era su nombre. Una andaluza simpatiquísima, con una gracia sin igual. En su mirada se notaba la curiosidad que le producía. Seguramente se preguntaba ¿qué hace está mujer sola contratando una guía para recorrer Sevilla? Si supiera que me daba lo mismo que ella esté. Pero venía incluida en el paquete. Ni bien nos saludamos, me explicó cómo me había organizado todo mi recorrido, dado que mi estadía era breve.
Me llevó al hotel. Acordamos la hora que me pasaría a buscar al otro día. Mientras ella y yo conversábamos, sentí que unos ojos me miraban. Busqué disimuladamente y vi a un joven que me observaba con atención, me escuchaba hablar detenidamente y se sonreía. Laura se fue. Me acerqué a la recepción para registrarme. Su sonrisa me estaba esperando. Me recibió con mucha amabilidad y simpatía. Le dije mi nombre y empezamos a charlar. Le conté de dónde era, qué hacía en España. Ya eran las nueve de la noche y él me recomendó que lo mejor que tenía para hacer esa hora en Sevilla era ir a un colmao. La idea era buena, pero la verdad a mi me daba cierta cosita ir sola y también sabía que al otro día tenía un largo itinerario para hacer. Así que le respondí que prefería quedarme en el hotel. Entonces, con la gracia propia de los españoles y con esa tonadita especial, me dijo. “Pues si quieres conversar un rato, puedes bajar a la recepción estoy hasta la siete de la mañana. Después de la media noche aquí suele ser muy tranquilo”. No sabía muy bien como tomar eso, si como una gentileza de su parte porque le dije que no iba a salir o como una invitación para vernos de nuevo. Antes de subir al cuarto, se encargó de darme todos los números para comunicarme a la recepción. Mientras él hablaba yo no podía dejar de sonreírme, de ver esos ojos color miel, su cabello negro, su voz me encantaba. No podía ser más lindo. Luego me fui a la habitación. Mientras esperaba el ascensor junto al chico que me llevaba el equipaje. Sentía su mirada en la espalda, y por el reflejo de las puertas de acero veía esa sonrisa que no dejaba de resultarme seductora.
Abrí la puerta, me saqué la enorme campera de invierno que llevaba puesta. La cual me hacía parecer un oso polar. Tiré mi mochila sobre la cama. Prendí la tele y llamé al chulazo, (mi mejor amigo), tenía que reportar que había llegado bien y contarle lo que me acaba de ocurrir. Fue decirle “¡Hola!” y empezar a reír. Le conté lo que sucedió. Éste se rió y como es muy típico de él me dijo: “Te bañas, te cambias, te pones una “Tía buena” y bajas hablar con él”. Me tentó mucho de risa, eso de tía buena, los españoles le dicen así a una chica que les resulta linda. Cumplí con la orden. La excusa que usé es que quería cenar.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y él me vio, su sonrisa se le instaló en la cara y yo perdí el sentido de donde estaban mis pies. Sentía que levitaba hacia él. Le dije que quería cenar en el hotel, si tenía que pedir servicio al cuarto o lo podía hacer en salón comedor. A él le brillaron los ojos y me dijo que si lo esperaba media hora, él me invitaba a cenar, porque era su hora para comer. Así lo hice.
Su nombre era Manuel, oriundo sevillano. Hablaba varios idiomas, estudiante de administración, simpático, seductor y muy divertido. Durante la cena me reí mucho. Él tenía curiosidad por Argentina y sus costumbres, así que me preguntó de todo. En un momento de la charla, en un acto de espontaneidad absoluta dijo: “-Me encanta la manera de hablar de las argentinas. Sois muy guapa”. Yo me puse colorada como una bola de fuego y me sonreí.
La cena fue corta. Él tenía que seguir trabajando y yo, levantarme temprano. Cuando nos despedimos, me miró con esos ojos color miel, se sonrió y con ese acento español tan seductor me dijo que era una pena que tenía que trabajar, sino me llevaba a conocer la noche sevillana. “-Espero verte mañana” y me saludó a la española, un beso en cada mejilla.
Al otro día, cuando me encontré con Laura, estaba esperándome en la puerta del hotel. Él ya no estaba. A mi me hizo un ruidito en el corazón, no me quedaba mucho tiempo, al otro día me iba.
Laura me llevó al casco antiguo de Sevilla, me sumergí en esas callecitas antiguas. Pasamos por el Costurero de la Reina,  el Alcázar de Sevilla, ese Palacio me encantó. Me gusta la idea de entrar a uno de ellos y preguntarme por su historia, por los antiguos habitantes.  Luego la Plaza de España, el Ayuntamiento, el Barrio la judería es tan pintoresco. Almorzamos  en uno de sus restaurantes. Éste era chiquito, antiguo y me trataron muy bien. Mi guía los conocía así que fue como estar en el comedor de una familia a la que conocía hacía tiempo. La verdad es que me la pasé de “Puta madre”. A la tarde fuimos a la Catedral de Sevilla, ¡¡Qué lugar!!¡¡Cuánto arte!! Sus altares, sus esculturas, esas sillerías talladas en madera, la tumba de Cristóbal Colón y la Giralda. Tomé coraje y subí hasta el mirador. 50 pisos en forma de rampa. ¡¡Menos mal!! Porque si eran escaleras no sé si hubiera podido llegar hasta el final. Al salir de ahí, las gitanas se acercaban diciendo: “un ramito de romero pa’ ti. ¡Venga niña! que te leo la línea de la mano, venga que te digo tu suerte, tu destino”. Laura me miró y me sacó de ahí caminando ligerito, luego agregó: “Las gitanas tienen la astucia de dejarte sin un duro en el bolsillo” Me reí de su manera de decírmelo.  A esta altura ella y yo nos reíamos mucho juntas, la habíamos pasado genial. Teníamos que despedirnos pero a Laura le agarró más nostalgia que a mí y me hizo una confesión: Mira, desde que soy guía de turismo nunca me ha ocurrido algo así, de tener este contacto con un cliente. No sé porqué pero te siento como mi hermana menor. Así que si te apetece te invito a cenar a mi casa”. Me encantó su invitación y no podía negarme. Me parecía todo parte de una aventura, que había emprendido cuando inicie este segundo viaje a España. Sentía que no podía perderme de nada. No sabría si volvería a venir. Así que me fui para la casa de Laura. Al ser sábado a la noche estaba toda su familia, marido, hijas, sus padres, la hermana, era un batallón de gente que me atendió excelentemente bien, me hicieron sentir en casa. La noche se prestó para que el cante jondo se escuchara por sus voces sevillanas, el flamenco reinaba en el aire. Laura sacó sus castañuelas, las que tocaba muy bien. Mientras ellos cantaban yo no podía dejar de reír de felicidad. Despedirme de cada uno de ellos me dio tristeza. La verdad es que ninguno quería que la noche se terminara. Pero yo al otro día partía. Así que abrace a cada uno de ellos con el agradecimiento de la noche compartida, la alegría de haberlos conocido y la tristeza que da las partidas. Con Laura fue peor. Me dejo en la puerta del hotel, lloramos las dos, la verdad que la sentía muy cercana a mí, compartimos los mail y la promesa de que si llegaba a volver a España vendría a visitarla.
Cuando entre al hotel, secándome las lágrimas ahí estaba él, iluminando el lugar con su sonrisa. Sabía que ese día a la tarde me iba a Madrid. Cuando me vio hablamos un rato, me invitó a salir aquella tarde. Le recordé que 19:30 debía tomarme el tren, así que el adelanto la cita, con su tonada dijo “Pues te espero a las 13 hs. El equipaje lo puedes dejar aquí hasta la hora de partir”.
A la hora señalada me estaba esperando. Yo estaba cansada de tanto jaleo. Pero no me importaba. Sentía todas las mariposas revoloteándome en el estómago. Fuimos a almorzar, hablamos un montón, nos reímos mucho, cada uno por sus expresiones. Con un café de por medio, ya había perdido la cuenta de cuántos, me confesó que le parecía guapísima, que le encantaba y qué lástima que yo no tuviera más tiempo en la provincia Andaluza. Para mis adentro pensaba exactamente lo mismo, pero también me decía:¡Mejor así! Mientras lo escuchaba mi mente se llenaba de las imágenes de la película “Antes del Amanecer”,  de esa relación fugaz entre dos personas, conociendo un lugar y a ellos. Yo no podía hacer aquella promesa que se hacen los personajes de volverse a encontrar seis meses después, en la misma ciudad a las seis de la tarde. Así que sólo me dedique a disfrutar lo que me quedaba de tiempo ahí con él.
Caminamos un montón, me llevó a un parque precioso, dicen que antiguamente fue el parque privado de la reina. Después transitamos por la costa del Río Guadalquivir. En un momento se paró, me miró a los ojos y me dio un beso. Me abrazó fuerte contra su pecho. ¡Qué sensación tan linda!! No sabía qué hacer, qué decir, sólo me sonreía. El tiempo se acababa, a partir de ese beso me tomó de la mano y me abrazaba al caminar. Mientras lo hacía yo pensaba en la cantidad de años que no caminaba de la mano así con alguien, que yo no me sentía feliz. Volvimos al casco antiguo, a recorrer las calles del Barrio de la Judería hasta que se detuvo en un pasaje muy angosto y ahí me contó: “Estamos parados en ‘La calle del beso’. Se llama así porque el espacio que hay entre la calle permitían que los enamorados salgan a sus balcones y con sólo estirar un poco el cuerpo podían besarse” Ahí nos volvimos a besar. Quería dejar esa imagen retrata en mi memoria. Mire el reloj y dije: lamentablemente es hora de pasar a buscar mi equipaje al hotel. Me volvió a besar. Me tomó de la mano. Nos subimos a su auto. Recogí mis cosas en el hotel y seguimos viaje hasta la estación de tren. Me acompañó hasta la plataforma, era difícil soltarse, decirse adiós. Llegó el tren. Yo tenía un nudo en la garganta, no podía decir una sola palabra. Tenía un malambo de sentimientos y sabía que iba a llorar. No quería hacerlo. Me parecía que estaba siendo la protagonista de una película romántica y me negaba ser melodramática. Él me miró, me tomó la cara entre sus manos, se sonrió y dijo: “Me encanto conocerte, nunca una mujer me hizo reír tanto. Sois alguien muy especial, tenéis una luz tan linda. Una mirada tan profunda. Déjame grabar tu imagen, tu mirada” Sacó su celular y me sacó algunas fotos. Dieron el último aviso. Sólo pude decirle que yo también estaba feliz por haberlo conocido y por la hermosa tarde que compartimos. Nos besamos. Subí al tren. Lo vi por la ventana, con sus manos en los bolsillos, su sonrisa iluminada, su mirada chispeante estaba colorada, me pareció que contenía las lágrimas. Yo sonreía, pero mis lágrimas no pudieron evitar correr lentamente por mis mejillas. Así partí de Sevilla.
Yo no creía que podía vivir algo tan parecido a una película y sin embargo, me sentí así. Hoy después de tanto tiempo de esto. Sólo sé, que debes en cuando, en esas noches que me invade la nostalgia, cierro los ojos y lo veo a él, sonriéndome desde el andén.
Lola.
 PD: les dejos algunas fotos de Sevilla. Salvo la primera, las demás son fotos tomadas por mí,
La Calle del Beso-Sevilla

Plaza de España- Sevilla

El Alcázar de Sevilla 

La Giralda- Barrio de la Cruz, la Judería.

Barrio de la Cruz- La judería de Sevilla

sábado, 10 de noviembre de 2012

Siempre estarás en mí


El texto que sigue a continuación lo escribí en marzo. Pero sentí que no era el momento de publicarlo, creía que le faltaba algo. Hoy lo público tal cual, sin cambiar una pincelada. Creo que es el mejor homenaje que puedo hacerle. Hace muy poquito, mi mamá se animó a confesarme que se enteró que ella había fallecido. Sabía que me iba a poner triste, porque yo la adoré y la adoró. Así que hoy quiero regalarle este texto

Anoche estaba mirando la película “Historias Cruzadas”. Una historia que habla de la discriminación racial, de mujeres, y sobre todo de la servidumbre, de esas mujeres que cuidan hijos ajenos y se ocupan absolutamente de todas las tareas de la casa. En el films las señoras adineradas tienen servidumbre porque esto les da un toque de distinción, muestra la pertenencia a una elite y también muestra lo banales, soberbias y miserias de esas clases de mujeres blancas, que se sienten superiores frente a la servidumbre negra, cuando en realidad son mujeres inútiles que para lo único que fueron criadas es para casarse, jugar a las cartas y reunirse para charlar con el fin de realizar actos hipócritas de solidaridad.   Cuando termine de ver la película, mi cabeza se llenó de imágenes de mi niñez. Mi madre que estaba y está muy lejos de ese tipo de señoras, necesito una empleada en la casa, sobre  todo para cuidarnos, porque tenía que salir a trabajar. Ver la película me hizo pensar en ella, en la mujer que estuvo muchos años en mi casa. ¡Gracias a dios! no teníamos la relación asquerosa que las mujeres “blancas” establecen con su servidumbre. Lo que más me conmovió de la película es que la protagonista, en su propósito de convertirse en una periodista y escribir, reúne la historia de estas mujeres negras, y en especial resalta el vínculo que ella tenía con la mujer que sirvió en su casa casi toda su vida, esa mujer que no sólo la crió sino que la ayudó a que crea en sí misma.
Feli, también fue muy importante en mi vida y lo seguirá haciendo hasta el día que me muera. Por esto me resulta chocante hablar de servidumbre, empleada doméstica, sirvienta, mucama, me parece horrible. Feli fue para mí, mi segunda mamá. Jamás la vi como una empleada. Es el día de hoy que recuerdo su sonrisa, su cara redonda con cachetes colorados, su tonadita correntina, y sus abrazos. No había nada mejor para mí que sus abrazos. Si me lastimaba, me abrazaba, si me veía llorando me abrazaba, cuando llegaba y se iba me abrazaba, para mí no había nada mejor que ella me envolviera entre sus brazos y me apretara fuerte contra su pecho.
Recuerdo que todos los viernes preparaba mis cosas porque me quería ir con ella. Uno de esos viernes mi mamá me dejo ir a pasar el fin de semana a su casa. Las dos estábamos felices. Me llevo a su hogar, me atendió como si fuera una princesa. Compartí esos días con su familia, es más, justo celebraban el cumple de una sobrina, así que estuve en la fiesta y todo. Me encanto. Ese finde quedó en mi memoria como uno de los mejores.
Cuando nos mudamos ella siguió trabajando en mi casa, lo hizo hasta que yo tuve once años si mal no recuerdo. De todas maneras, seguimos en contacto varios años más. Incluso con mi mamá, mi tia Doris y yo, una noche de carnaval fuimos a la iglesia para ver como se casaba Zulma, la única hija de Feli. Ese día ella explotaba de felicidad, no podría decir por qué estaba tan feliz, si por el casamiento o porque nosotras habíamos ido a saludarla, lo cierto es que no puedo olvidar su cara de sorpresa y de emoción. Mucho tiempo después, cuando mi hermano sufrió el accidente, un mediodía vino con su nieto a vernos. ¡¡Qué alegría me dio!! A veces encontrarte con alguien que hace tiempo que no ves te choca con la realidad y te das cuenta de cuánto extrañas a esa persona. A mí me había pasado eso. Ese día ver a Feli, fue sentir su falta. Darme cuenta lo mucho que la extrañaba. Ese día fue la última vez que la vi. Lo último que supe de ella es que se había ido a vivir a Corrientes con toda su familia. 
Ya perdí la cuenta de los años que llevo sin verla, de que no sé absolutamente nada. Pero eso no impide que yo la tenga presente siempre. La mantengo intacta en mi memoria. El primer día que la vi, la vez que me reto porque me subí a la higuera del fondo de mi casa y no me podía bajar, y gritaba como una loca ¡¡¡Feliiii, Feliii, llamen a Feliii!, de mirarla mientras planchaba. Nunca entendí porque debajo de sus camisas ella tenía puesto un cinturón debajo justo de su pecho, porque no usaba enaguas. Siempre sentí que éramos sus pollos y ella nos ponía debajo de su ala.  Hace poco leía el libro, MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS, y la autora hablaba de que todos tenemos una madre biológica pero a lo largo de nuestras vidas tenemos muchas, todas nos dan aquello que necesitamos. Feli, como dije fue mi segunda mamá y lo seguirá siendo. Siempre pienso en ella, la tengo presente, hay días que me gustaría recibir uno de sus abrazos, sobre todo cuando estoy triste. Hay días que me gustaría reírme con ella y ver como se ponía colorada, o quedarme sentada en la mesa y charlar con ella mientras plancha, como lo hacía cuando era chica.
Feli como me gustaría verte de nuevo y compartir un fin de semana con vos, como aquel que vivimos. Pero no para que me atiendas, sino para que tomemos mates, charlemos, nos riamos y me llenes de abrazos. Te extraño…
Lola
P:D.: Para vos Feli, dónde quiera que estes, con todo mi amor…gracias por haber formado parte de mi vida, gracias por haberme querido tanto…siempre estarás en mi aire y en mi corazón

miércoles, 10 de octubre de 2012

A mi conquistadora de la vida, con amor...


"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles". Bertolt Brecht

Esta frase siempre me llegó a lo más profundo de mi ser. No sólo porque siento que pase lo que pase, siempre lucho por las cosas que creo fervientemente, sino porque tengo a mi alrededor un circulo de personas a las que quiero con toda mi alma, que sé que son imprescindibles. De hecho me lo demuestran día a día. Y como siempre digo me hace muy feliz saber que están en mi aire.
Hoy, elegí hablar de una de ellas, de alguien que me ha enseñado tanto, que es tan imprescindible en mi vida y de hecho lo va a seguir siendo hasta el día que deje de respirar.
Este texto hoy, no va a tener una estructura de relato, tampoco de anécdota. Tal vez por eso a muchos no les interese. Tal vez me equivoque. Pero siempre que escribo con los sentimientos a flor de piel y de cosas muy personales, siento que por ahí aburro al resto de los lectores. Pero creo, que está bueno, porque es una manera de rescatar algunos valores que se perdieron en estos tiempos tan convulsionados.
Hablar de lo que sentimos no siempre tiene que ser aburrido o tedioso. Tal vez, si fuese más creativa o tendría más talento, este espacio tendría más seguidores. Agradezco que los que leen este blog,  porque son los que de alguna u otra forma, disfrutan de leer simplezas que tienen que ver con la vida misma, con el corazón.
Así que les pido permiso y de antemano pido disculpas porque hoy voy hablarles de alguien muy importante para mí.
Llegó una tarde, sin dar señales de aviso. El cielo estaba claro y la primavera hacía tiempo que estaba en la ciudad. Tal vez fue el perfume de las flores que llevo a que mis padres la llamaran Florencia, o por homenaje a la provincia italiana que vio nacer al renacimiento. No lo sé. Lo cierto es, que a mi vida había llegado Flori, mi hermana menor. Con ella llegó la alegría. Ya desde chica mostró su energía, su espíritu de aventura, su capacidad de lucha.
Mi infancia con ella estuvo llena de juegos a la muñeca, a la maestra, a la secretaria, al elástico, a disfrazarnos, pero con quien ella lograba tener aventura era con mi hermano. Ellos dos siempre fueron muy compinches no sólo para hacer maldades, sino porque ella siempre supo cómo seguirlo a él en cosas de varones. Treparse a los árboles, jugar carreras, a la pelota, a los soldados.Siempre andaban fabricando alguna carpa o choza en algún rincón. Al lado de ellos siempre fui la más tranquila, la que los seguía en caso de que nada me lastimara. En cambio Flori siempre fue corajuda.
 Nuestra niñez se empezó a construir en un departamento pequeño, durmiendo los tres juntos en una habitacíon, de tardes de salir a jugar a la puerta, al carnaval de terraza a terraza con los vecinos, en el patio de la casa de Sarmiento de la abuelita Iri, del fondo de la abuela Luisa. Ese mismo fondo del que hoy disfrutamos tomando sol, tomando mate y corriendo con nuestros sobrinos. Con ella fuimos a las guías y ahí empezó a desarrollar su espíritu de aventura y su pasión por hacer vida al aire libre. Mientras ellas gastaba cada gota de sudor en el deporte, yo lo hacía en alguna manifestación artística, danza, teatro y después narración oral. Mi hermano se inclinó por el dibujo y la música. En nuestras diferencias nos hermanamos.
Los tres, siempre fuimos los tres mosqueteros. Siempre nos defendimos y nos cuidamos. También nos hemos peleado y mucho. Pero cuando pasamos momentos duros, nos hemos unido más que la sangre que tenemos y  la carne nos quedó chica para compartir. Tenemos ese código que sólo la hermandad establece. Cuando estamos los tres juntos, creo que somos muy divertidos, siempre nos pusimos apodos, nos hemos cargado, nos hemos reído de nosotros mismos, como así también hemos llorado juntos y nos hemos acompañado siempre. Hoy sigue siendo igual.
Yo no sé si fue porque es la más chica y ya tenía un camino allanado o simplemente, por su personalidad, pero ella siempre innovo en la familia.  Mis viejos nos criaron de igual manera, sin embargo, pese que en muchas cosas nos parecemos, en tantas otras somos tan, pero tan diferentes.
Como dije antes, mi hermana menor siempre fue enérgica, y es más, lo sigue siendo. Mientras ella vive conectada a un cable de 220, yo vivo en la tranquilidad de mi mundo. Recuerdo ir de vacaciones juntas. Mientras Flori jugaba al vóley en la playa y se hacía de mil amigos, yo estaba sentada, tomando sol, perdida detrás de las páginas de un libro. Esa energía que la caracteriza, es la que la empuja. Siempre digo que de mi hermano aprendí la fortaleza, y que de ella la perseverancia. Es así, ella es la persona más perseverante que conozco en el mundo. Se pone una meta y la cumple. La he visto caer, llorar, brotarse de alergia y seguir tras lo que ella soñaba. Su carrera de hecho fue así, una montaña rusa. Ver como alcanzo su título fue algo que me explotó el corazón de felicidad. Es tan especial. Si quiero tener la verdad sin filtro y sin anestesia está ella. No tiene doble cara, ni vértices. Puedo quererla matar cuando la veo tan dura, pero también puedo desarmarme cuando la veo sensible. Adoro reírme con ella. Yo no sé si es porque la hago reír o porque es ella la que me hace reír a mí. Pero lo cierto es que cuando estamos juntas nos divertimos mucho. Es de fierro, es incondicional, es una persona que te sorprende por lo querida que es. Yo soy la hermana, mi amor para con ella es único. Pero siempre me emociona ver como la adoran los demás. Ella es Flori, martita, la doc, para todos sus amigos. Es como la canción de Roberto Carlos, tiene un millón de amigos, por donde ella pasa deja una buena siembra. Esto me hace feliz y me enorgullece.
Hace unos años atrás, unos cuantos años atrás, empezó a realizar turismo aventura. Algo que a mí jamás se me ocurriría. Mientras a mí me gusta contemplar las montañas, pues a ella le gusta escalarlas. Así fue como de cada viaje que hizo siempre quedó la frase: Hizo cumbre. Y de hecho fue así. Siempre llegó a la cima de cada montaña que escaló y también con cada cosa que se propuso. De hecho su frase de cabecera es “VAMOS POR MÁS”.
Hace un año, emprendió una gran aventura, se fue a vivir al sur. A un pueblo perdido de la provincia de Santa Cruz. Fue hacer patria y a llevar su vocación de servicio. También a realizar todo lo que la ciudad de la furia le impedía hacer. Fue un golpe. Mis viejos todavía no superan su partida. Mi hermano y yo, entendimos que ella tenía que seguir su destino, pero nos dolió en el alma. Después de un año es tan raro el sentimiento que me invade. Porque no la siento lejos, pero tampoco cerca. Pese a que hacía bastante tiempo que no vivíamos juntas, no dejo de sentir que no la tengo en lo cotidiano de mi aire. Sin embargo, hablamos todo el tiempo, estamos pendiente una de la otra. Cada vez que conversamos y la escucho feliz, siento que yo soy feliz por ella. Sin embargo, hay una distancia real que duele. Hay un extrañarse todo el tiempo que a veces me surge la necesidad de tenerla más cerca. Pero aprendí, que amar es no ser egoísta y es abrir la puerta para salir a jugar. Amarla es acompañarla en su aventura, en su decisión, es estar siempre ahí, al alcance de su mano para cuando me necesite.
Cuando éramos chicas hacíamos todo juntas, hasta ir al baño. Si alguna tenía miedo, se pasaba a la cama de la otra. Nos vestían iguales, cosa que  odiábamos. Tenemos un aire muy parecido, incluso alguna vez alguien nos llegó a preguntar si éramos mellizas, y nos sorprendimos porque siempre nos vimos tan diferentes. De hecho lo somos. Ella es más alta que yo, más flaca. Yo le llego al hombro, siempre fui la chiquitita y la gordita de la casa. Ella me tiene como osito de peluche, mientras yo espero ser su muleta para sosterse si me necesita. Por suerte, nuestras diferencias se igualan cuando vía msn, facebook, celular, estamos ahí, atentas, atentos. Con mi hermano es igual.  Tal vez por ser la del medio, o por ser la más sensible, soy la que más cosas añoro y la que más disfruto cuando estamos juntos. Es el día de hoy, que todavía extraño nuestras noches, cuando estábamos los tres solos y cada uno llegaba de trabajar o de la facultad, y nos sentábamos a tomar mate. Los tres somos muy materos. Herencia de la abuela. Infusión que nos une y que nos invita a la charla, a reírnos y sobre todo, a compartir.
El día que la ví subir al avión, el corazón se me partió en dos. Pero fue una de las pocas veces que sentí que no me abandonaban. Jamás se me ocurriría pedirle que vuelva. Ella encontró su lugar en el mundo y eso no sólo es grandioso, sino que es una bendición que no muchos pueden tener.
Mi hermana es para mí otra mujer importante en mi vida, es imprescindible. Admiro su perseverancia, su capacidad de lucha, su espíritu de aventura, su tenacidad, su fortaleza, su sensibilidad escondida, su risa, su alegría, su optimismo, su mirada siempre en positivo para alcanzar la meta, su espíritu de conquista. A donde ella va, deja una huella que los demás saben mirar. Es la típica escorpina, su carácter es fuerte pero su corazón es noble, esponjoso y frágil como el mejor cristal.
Al lado de ella me siento pequeña, en todo sentido. Se supone que yo debería cuidar de ella y sin embargo, siento que ella cuida más de mí. Sí sé, que siempre procuré que no le ocurriera nada si yo estaba a su lado.
No sé si pude o puedo enseñarles algo a mis hermanos. Sólo sé, que si siempre trato de estar con una sonrisa en mi rostro es porque ellos me enseñaron a mirar el lado positivo de las cosas, a no bajar los brazos porque están ahí para sostenerme, porque nos une la vida, la carne y la sangre.
 Aprendí el valor de llegar a la cima, porque pude ver el sacrificio, la perseverancia, el esfuerzo de hacer cumbre y el valor de ser conquistadora de la vida, por mi hermano mayor y por ella, mi hermana menor, a la que cariñosamente la llamo Norma. Si decaigo, siempre tengo su voz diciéndome que tengo que ir por más. Con lo cual, frente a estas palabras,  no me puedo permitir abandonar mis metas. Puedo recrearlas, resignificarlas, cambiarlas, pero no dejarlas al costado del camino. Siempre, siempre hay que ir por más.
Hoy, cuento los días para verla, para sentarme a la mesa con toda la familia, para salir hacer compras, para chusmear con ella, para que nos riamos los tres juntos. ¿Falta mucho para que llegué diciembre?
No me queda más que decirle a mi hermana, que la espero como siempre, que la amo con todo mí ser, que la extraño mucho, que le agradezco el estar tan presente en este momento tan especial de mi vida. Y que siempre estoy a su lado. Gracias por enseñarme tanto, gracias porque tu fuerza hizo que yo me sienta una conquistadora de la vida. Ella y mi hermano son de esas personas que luchan toda la vida, por eso me son imprescindibles.
Lola
P:D: Perdón si este texto tiene errores de redacción o de normativa. Pero lo escribí dándole paso a lo que mi corazón me dictaba, no me preocupe por si esto es literario, si utilizaba un lenguaje poético. Son palabras salidas como un chorro de mi corazón al corazón de ella.
Este mes cumplis años,  y quería regalarte algo especial...
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sábado, 1 de septiembre de 2012

El regreso de los muertos vivos


Lo vi, estaba ahí. Irradiaba un aura especial que me producía un cosquilleo en el estómago. Lo miraba detenidamente y recordaba que la primera vez que nos encontramos yo tenía 26 años. Tenía otra vida, pero sobretodo otro cuerpo. He vivido lindos momentos con él. Hasta que la vida me fue marcando el paso del tiempo. Pero pese a ello, no pude abandonarlo. Lo guarde en un lugar de mi corazón.
Mi amiga  Eli, siempre me dice que tengo que desprenderme de las cosas viejas, del pasado. Si uno lo hace, recibe cosas nuevas y buenas. Pues yo tengo un defecto.¡¡Va uno de mis muchos defectos!!! Me cuesta desprenderme de las cosas que ya cumplieron su momento. Trato de hacerlo, pero sin embargo, sigo teniendo  papeles viejos, recuerdos como servilletas, envoltorios de chocolate, rosas secas, cartitas, etc. Así soy, así fue que no pude desprenderme de él. Es tan lindo, me gusta tanto, que ahí está, sigue dando vuelta en mi aire, en mi vida. Sigo estando enamorada de él, como el primer día.
Lo vi, y me dije: “Si se supone que todos tenemos un muerto en placar, ¿vos estarás vivo o muerto?” Así que tomé coraje y enfrenté la situación. Lentamente me acerqué, lo agarré entre mis manos, viejas imágenes venían a mi mente. No podía dejar de apreciar su apariencia entre lo moderno y lo clásico, esto me hacía dudar. Pero estaba decidida. Cerré los ojos y  empecé a sentir como acariciaba mi piel. Fue un momento mágico. Me sentí la más linda en mi propio reino. Me sentí feliz. Ahí estaba yo. Frente al espejo, con mi pantalón negro. Con el que había mantenido un larguísimo romance y hacía años que no me quedaba bien. Me queda mejor que cuando lo compré a mis 26 años. Estaba en un lugar escondido de mi placar. Lo miraba de vez en cuando. A veces, como hoy, me impulsaba el deseo de ponérmelo y deseaba que me entrara. Pero tuvo sus momentos. Hubo épocas que no me subía por las caderas. Otras, que no me cerraba, y la peor era cuando hacía un esfuerzo sobrehumano para ponérmelo. Me cortaba la circulación de la sangre, después de tirarme en la cama, subir el cierre, quedarme sin aire y mirarme en el espejo, donde yo pasaba ser testigo presencial de como este hermoso pantalón sufría y gritaba a viva voz: “¡¡¡¡ SALVEN A WILLY!!!!” Ver que mis rollos asomaban espantosamente por encima de su cintura, me llenaba de angustia y de horror. Era una imagen digna de una película de terror y quería que en ese momento entrara Fredy para cortarme el cuerpo en dos. Pero hoy todo fue diferente. Hoy me entraron sin ninguna práctica de tortura. Me quedaban pintados.¡¡¡¡ Estaban vivooooossss!!!! Y yo me sentía la mujer más feliz del mundo. No sé hasta cuando me entrara, pero ahora tengo que disfrutar el momento. Por suerte, es un pantalón atemporal, es de los que no pasan de moda, no deja de ser elegante, fino y puede ser eterno. Así que mientras pueda lo usaré hasta que vuelva, otra vez, a sufrir mis cambios corporales. Al fin de cuenta, no es malo tener un muerto en placar.
Las mujeres somos así. Todas tenemos ese instinto masoquista. Nunca me preocupe mucho por el paso del tiempo. Sé que desde los 30 tendría que haber empezado a usar cremas para el rostro y el cuerpo. La verdad es que sólo, de vez en cuando, después de bañarme me paso crema en el cuerpo.  No soy para nada constante y la verdad, es que eso de estar toda embadurnada no me gusta nada. Hace unos años empecé a usar protección solar, porque tampoco me gusta la arena pegada al cuerpo y sentirme una milanesa. Pero un verano en el campo, me hice la piola y termine siendo una llamarada caminando. Ahí tomé conciencia y comencé a protegerme, porque si no, ni siquiera eso.
Tampoco fui constante con la actividad física. Tuve años que hice natación, otros que hice gimnasia, lo último que hice fue pilates. Me encanto. Este año iba a empezar de nuevo pero justo me apareció el problema en el útero, así que tuve que suspender. El año pasado, cuando asomó la primavera, con mi amiga coki empezamos a ir a caminar al velódromo. Eso nos hizo bárbaro. Por suerte, es una de las pocas actividades físicas para las que tengo autorización médica. Así que ni bien empiece el clima lindo, otra vez iremos a tornear el cuerpo.
Pero como toda mujer, tengo esos días que odio mirarme en el espejo. Ver como mi cuerpo sufre las modificaciones inexorables del tiempo. ¡Ojo! No soy de las mujeres que desean y quieren la eterna juventud. Pero si un poco de piedad. También es cierto que  tengo que dejar de hacerme la  pendeja, y empezar a usar cremas. Pero ya veré. Ahora yo estoy feliz. Me entró mi pantalón. El que hacía años que no me entraba. Lo que significa, que estoy más flaca y que todavía la fuerza de gravedad no me alcanzó. Porque si me hubiera entrado, pero el culo lo hubiese tenido por el suelo, tampoco hubiese sido agradable la imagen.
Me alegra no haberme desprendido de él. Confieso que había perdido las esperanzas de volverlo a lucir. Pero ahí lo tenía como una reliquia, como un recordatorio de buenos tiempos.
Sé que a muchos esto que les cuento les puede resultar una tontería, una banalidad. Pero creo que es una manera de reírme de mí, y de mi esencia femenina. Sé que hoy en día hay muchos hombres que se cuidan físicamente más que las mujeres. Sé también que hay mujeres que viven obsesivas  por el cuerpo, por la apariencia. Pero la realidad es que a todos nos gusta vernos bien. Sentir que nos miramos al espejo y nos gustamos a nosotros mismos. Salir a la calle y gustarles a los otros. La autoestima, sabemos que no pasa sólo por la seguridad que tenemos de nosotros mismos, ni de nuestra capacidad intelectual o por lo carismáticos que podemos ser. Pasa por el cómo nos vemos y nos ven.
A ver, díganme si alguno de ustedes no les gusta recibir un piropo, si el que alguien te diga: “¡Qué bien estas hoy!” no te alimenta el espíritu y te levanta el autoestima. Las mujeres sabemos que sí y mucho. Siempre digo lo mismo. Cuando una está en esos días que se va pateando la autoestima, no hay nada mejor que pasar por una obra en construcción. Éste sindicato es el mejor. No sólo levantan edificios, levantan autoestimas. Deberían pagarle doble la jornada. Después de recibir varios piropos, una se enfrenta al espejo, sabiendo que éste le va a decir que la más linda del reino, es una. Aún siendo conscientes, como en mi caso, que el reino que una habita es un minúsculo departamento de un ambiente y medio. ¡Qué más da! Para sentirse una reina no se necesita un gran territorio. Lo importante, es sentirse bien con una misma. Ser consciente que el paso del tiempo es inevitable, llevarlo de la mejor manera posible. Pero sobre todo, no hay que abandonarse, no hay que dejarse estar, no hay que dejar que nos pise el tren. Me encanta esa frase que dice, “antes muerta que sencilla”. No podemos vivir como las actrices de las novelas, que se levantan de la cama, maquilladas, peinadas, oliendo a rosas. No podemos estar todo el día vestidas de fiestas como hace Carrie en la peli Sex and the city 2. Pero si podemos, estar arregladas, cuidadas, vernos bien. No hay que olvidarse que la primera relación amorosa que tenemos en la vida es con uno mismo. ¡Ojo! Tampoco es bueno ser Narciso. Todo en la medida justa. Pero sí es importante, mantener el romance con nuestro cuerpo, con nuestra propia catedral. Las mujeres a veces nos olvidamos de esto. Anteponemos una lista larga y en el último lugar nos ponemos a nosotras. Más todavía las que son madre, trabajan y llevan adelante una familia. Nosotras llevamos en los genes, el ser mujeres orquestas, hacer mil cosas al mismo tiempo. Sé que a los hombres esto que acabo de decir no les guste, pero hasta ahora siempre he visto que los hombres llevan en su ser la fuerza física y las mujeres la fortaleza. Son dos cosas diferentes. Pero es así. No lo digo desde una mirada feminista, porque no lo soy. Siempre creí en la igualdad de los sexos, y reconozco mis limitaciones. También, es cierto que festejé cada progreso acertado del feminismo, pero no compartí otros, sobre todo aquellos en que la mujer perdía su femineidad, su rol de mujer.
Volviendo a la anécdota de hoy. Abrir el placar, sacar esa prenda que hace años que no te entra, probártela y ver que está te queda mejor que cuando la usaste por primera vez. Es un triunfo que sólo las mujeres entendemos. Ya que no podemos pelear contra las arrugas, sólo podemos demorarlas y las que no tienen miedo al quirófano, incluso estirarlas, al menos si podemos ganar otras batallas corporales. Con mucho sacrificio se puede vencer a la balanza. Cuando lo logramos, el mundo nos sonríe. ¡Ojo! También es cierto, que cuando estamos a dieta, tenemos un humor de mierda, estás irritable. Siempre que estuve a dieta y ni yo me aguantaba, me daba algún permiso. Pero reconozco que cuando tengo amigas en plena lucha alimentaria, están super sensibles. También me ha pasado en salir a comprar ropa con alguna de ellas y ver como se dejo estar. Ahí con todo el dolor de mi alma, sólo me salió preguntarle ¿por qué? Y ahí me dí cuenta que a veces, ponernos muchas capas de ropas no es sólo tapar nuestro cuerpo sino tapar nuestra alma, nuestro corazón. Entonces, empezamos a mirar el espejo, del pecho hacia arriba e incluso, llegamos a evitarlos. Pero ahí, se sabe que no importa la apariencia o cuantos kilos de más se tienen, ahí importa descubrir que nos pone tristes, que no queremos ver, que nos duele y estamos evitando. Una puede tener kilos de más y estar feliz, eso es lo que importa, el estar bien con uno mismo.
Si me preguntan por qué hoy con mis pantalones me sentí feliz. Les respondo que por un lado, como solía decirme un amigo mío, porque todavía no tengo la fecha de vencimiento puesta en la frente. Por otro, porque después de la operación, no reconocía a mi cuerpo, me ví hinchada, deformada, mi panza era un flan y encima parecía que no había albergado a un tumor, sino a un regimiento. Con lo cual, que este pantalón me entrará, significo un nuevo triunfo, todavía no puedo ganarle a esta herida que tengo que no cierra. Pero al menos, si pude recuperar mi envase, mi catedral. Motivo por el cual, celebro con total felicidad. Porque en mi caso fue al revés, venía depre y al verme con él pantalón fue una inyección al ánimo. Fue en doble sentido, el regreso de los muertos vivos.
Lola.
P:D: Agradezco al lector que en la historia anterior me dejo un comentario. Me encantó la frase. Así que si me da permiso la voy a usar en una futura historia.