¡Cómo cuesta
comenzar de nuevo cuando sentís que te pasó un huracán por encima! Cuando tal
vez, sentís que las heridas aún siguen abiertas y duelen. Hay montones de circunstancias
que te llevan a empezar de nuevo. Lo cierto es que uno lo hace cuando ya sintió
que llegó al fondo, que se embarró hasta los huesos y no queda otra que salir
al ruedo. A mí me sucedió. Siempre que la vida me enfrento a un nuevo comienzo,
primero me hundí.
Lo malo de esto,
es que a veces, volver a empezar, no es una decisión personal, sino que te
viene impuesta desde afuera y no te queda otra. Ahí nos enojamos con la
circunstancia. Nos preguntamos ¿por qué? O ¿Qué hicimos mal para estar
rindiendo otra vez examen? Lo cierto es que nuestra vida se va llenando, de las
veces que nos caemos y nos volvemos a levantar.
Hoy estoy frente
a esta hoja en blanco y es un volver a empezar. Me ha costado muchísimo. Como
ya saben los que leen este humilde blog. Lo cierto que mi volver a empezar me
ha costado demasiado. Cuando sentí que ya estaba en el fondo, la vida me puso
con una horrible situación laboral y como parecía que no era suficiente, sufrí
la separación de mi pareja. Ahí toque fondo, ya no había nada más abajo que eso.
No me quedó otra, que salir a domar otra vez al toro, como dicen los españoles.
Ahora, cuando empecé a asomar de nuevo la cabeza, me di cuenta que a mi
alrededor, personas muy allegadas a mí, estaban en la misma situación. Todas,
en diferentes aspectos y distintas circunstancias, volvíamos a empezar. Cada
una con sus tiempos, tomando las decisiones que creen correctas, pero todas arrancábamos
una vez más.
No es tarea
fácil, ni mucho menos sencilla, a veces sentís que no podes con tu alma. Pero
estás en el baile y hay que bailar, no queda otra. Hoy, tomando un poco de
distancia, me doy cuenta que no lo hubiese podido hacer, sin el amor de los que
me quieren, que estuvieron y están al pie del cañón, y sobre todo, sin mi fuerza
de voluntad. Hoy miro hacia atrás y lo primero que registro son las perdidas,
mi útero, mi madre, mi trabajo y por último mi pareja. Ahí vi que estoy en pie,
que soy otra, que puedo seguir haciendo camino. Aprendí de cada cosa, sobre
todo de lo que me enseñaron los demás y las propias circunstancias. Entendí,
eso que dicen: la valentía del soldado consiste, que aunque perdió la batalla,
vuelve a la guerra. Es así.
En este volver
empezar, me encontré con personas que no tenía ni idea, que iban hacer algo tan
maravilloso, como brindarme sus manos para ayudarme a salir adelante. También,
me volví a emocionar, (vuelvo a repetir), con el amor de los que siempre,
siempre están a mi lado. Y así fue como sentí que mi mundo cobraba nuevamente,
sentido para mí.
Les confieso que
todavía me cuesta, pero siento ganas de hacerlo, de enfrentar este nuevo
desafío. Siento que de alguna manera, es una nueva oportunidad que me regala la
vida. Evidentemente, tenía mucho que aprender. Seguro, que más de uno, se
enfrento a ese dicho, “Cuando tenía todas las respuestas, me cambiaron todas
las preguntas”. Es así nomas. Hay que salir a buscar. Yo me di cuenta, que también tengo que cerrar
círculos que todavía tengo inconclusos. En eso estoy. Me está costando
demasiado, es un esfuerzo sobre humano para mí. No me doblego frente a esto.
Quiero hacerlo, necesito hacerlo. Cuando lo logré, sé que abriré una nueva
puerta y eso me impulsa a no bajar los brazos.
Pude darme
cuenta, que volví a empezar, cuando sentí que podía a reírme con todo mi
cuerpo. Cuando registre que me había quedado en pausa y que tenía que poner de
nuevo PLAY, para arrancar. Cuando pude ser capaz de vislumbrar el camino.
Cuando pude disfrutar de nuevo de las simplicidades cotidianas que tanto me
gustan. Cuando entendí que la vida es hoy, ahora y que lo importante no se mide
por el mercado de oferta y demanda, sino que se mide por el corazón.
Hoy quiero,
decirles acá estoy, aparecí para seguir haciendo lo que tanto me gusta,
escribir, contar historias. Pero también para brindar mi pequeño homenaje
aquellas personas que se juegan en esto de comenzar de nuevo… Celebremos que
podemos hacerlo, eso significa que estamos vivos, y queda mucho por andar…
Lola
Dedico este texto a: M. Laura P., por volver a empezar en su país. Lupeta, por volver a encontrar su rumbo. A Coky por volver a apostar e iniciar esta nueva etapa. A Lety, por el esfuerzo que pones en este nuevo comienzo. A Judith, por regresar a un lugar que sentís que no es tuyo y aunque parezca que no es empezar de nuevo, yo creo que sí. Es tu nueva etapa..llamémosla : "ETAPA DE TODO ME CHUPA UN HUEVO" jajajaja. A mis hermanos, porque los tres tuvimos que volver a empezar y sobre todo a mi padre, porque a pesar de su inmensa tristeza, todos los días para él es un nuevo comienzo.
Marzo. Mañana soleada. El reloj señalaba que
eran las 7:45 hs. Ahí estaba yo, con mi guardapolvo celeste, mi portafolio
marrón, mi pelo atado al estilo lifting. Mi madre me tomaba de la mano y así
entramos al colegio. Mi primer día de clases, de mi primer grado. El primer día
del resto de mi vida. Después del acto de apertura del ciclo escolar, mi mamá
me acercó a una maestra que me hizo formar. Cuándo el curso estaba completo nos
hizo seguirla al salón. Yo estaba nerviosa, me ponía mal la situación. Mientras
me alejaba miraba a mi mamá que me saludaba con la mano. Mientras ella estaba
emocionada, yo deseaba que me llevara, que no me deje ahí.
Entré al salón, había como seis mesas. Cada una
de ellas tenía cinco o cuatro lugares. Me senté en la primera que vi. Y ahí la
conocí. Al principio nadie decía nada hasta que la seño nos fue preguntando
cómo nos llamábamos. Cuando todos nos habíamos presentado, charlar entre
nosotros resulto más fácil. Y así, de repente, comenzamos hablar. Estuvimos juntas
en los recreos. Después nos tocó el mismo micro que nos llevaba a nuestras
casas. Así empezamos hacernos compañeras.
Con el transcurso del tiempo, compartimos más
actividades. Nuestras madres nos llevaban a catequesis familiar (esto me olvide
de decirlo, íbamos a un colegio católico). Ella vivía cerca de mi casa y a
veces iba a almorzar a la suya. Así nos hicimos amigas.
En tercer grado, después de la muerte de mi
abuela Luisa, me mude a la casa en que
mi papá nació. Al lado del departamento en el que vivíamos, estar ahí era un
castillo. La casa era enorme, y lo sigue siendo. Lupe, mi amiga, también se
mudo, Justo a la vuelta de mi casa. A partir de ahí nos hicimos inseparables.
En el radio de una manzana Lupe y yo, teníamos todo lo que dos nenas de 8 años
pueden necesitar. A mitad de camino entre mi casa y la de ella, por el sentido
de las agujas del reloj, vivía mi abuela Irene. Del sentido contrario, los
abuelos de Lupe, José y Visita. Con lo cual, nuestras tardes eran en su casa,
un poco en la de mi abuela, otro tanto en la de los abuelos de ella y por
último mi casa. Más en verano que podíamos jugar toda la tarde.
La casa de Lupe paso a ser mi casa. Sus
hermanas las mías. Así que cuando entre ellas se peleaban yo la ligaba sin
distinción alguna. Ellas son cuatro. Así que se imaginan que revuelo se armaba
cada vez que alguna se peleaba con otra. Ninguna se salvaba, incluida yo.
Lo bueno de esos años de la infancia es que
nosotras teníamos un mundo producto de nuestra imaginación que muchas veces nos
contenía de todo lo que pasaba en el afuera. Lupe, realmente paso a ser mi
hermana de la vida, más que mi amiga.
La secundaria nos separó un poco, aunque íbamos
a la misma escuela, estábamos en distintos cursos. Pero alguna que otra tarde
nos juntábamos. Cuando empezamos la universidad, ahí dejamos de vernos, cada
una estaba haciendo su vida, su destino. Pero como siempre vivíamos cerca, las
veces que nos cruzabamos, charlábamos como si nos hubiéramos visto ayer. Esa
era la magia. De todas maneras, cabe decirles que nunca dejamos de ser testigo
una en la vida de la otra. Ella vino a mi fiesta de quince años, yo fui a verla
a la iglesia cuando se caso, etc.
Después de unos años, ya siendo mujeres
profesionales, la vida quiso que me la encuentre por la calle. En media hora,
paradas en la esquina de la casa de sus abuelos, y de mi casa, le conté que
tenía un casamiento y que quería que ella me haga el vestido. Porque Lupe, se
había recibido de Diseñadora de indumentaria y textil. Fue con esa excusa, que
volví a la casa de su madre, que nos reencontramos. A partir de ahí no nos
separamos más. Somos hermanas de la vida, que están en todo momento.
Ella me vio llorar muchísimas veces y yo a
ella. Me acompañó en cada ruptura amorosa, y en cada logro que tuve. Yo estuve
cuando se divorció, cuando volvió a enamorarse. Fui la primera en enterarme que
estaba embarazada, de hecho soy la madrina de su hijo. Ella fue la que me llevo
de urgencia al médico cuando me sentía mal y lloró conmigo cuando me dieron el
diagnóstico. A la primera que le avisé que se había muerto mi madre, fue a ella
y lloró conmigo por teléfono. A la media hora estaba en la puerta de la casa de
mis viejos, nos abrazamos fuerte y no nos soltamos. También está en cada alegría.
Así somos.
No tenemos ninguna duda, que si es necesario
nos llamamos a las tres de la madrugada para decirnos: “-tengo algo para
contarte”. La vida nos hermanó, nos hizo esas hermanas de la vida, capaz de
hacer cualquier cosa la una por la otra. Ella sabe que sus secretos están a
salvo conmigo, y los míos con ella. ¡Ojo! También discutimos y nos decimos las
más terribles verdades, pero las dos tenemos en claro que lo hacemos con el
amor que nos tenemos, que la sinceridad entre nosotras es absoluta. Siempre voy
a preferir un reto de ella, que de cualquier otro, porque ella me conoce como
la palma de su mano. Sabe cuáles son mis fortalezas y cuáles son mis
debilidades. No necesita verme todos los días para saber cómo estoy. Somos los
complementos justos, lo que yo carezco a ella le sobra y viceversa. Cuando
alguna anda rengueando la otra es la muleta que la sostiene.
A lo largo del tiempo, entendí eso que dice
Lennon, no se puede ponerle a una persona la responsabilidad de ser nuestra
mitad, nosotros nacimos completos. Es verdad, nacimos completos, pero a mí la
vida me demostró, que esa mitad que creemos necesitar, o esa parte que nos hace
sentirnos completos, no es una pareja. Es un amigo, en mi caso, es Lupeta, mi
hermana de la vida. Desde los 6 años hacemos caminos juntas, nos hemos visto en
todo tipo de situaciones, hemos compartido cada momento, tenemos un lugar en
este mundo que es nuestro, hemos aprendido que la amistad se construye día a
día, y que nuestro lazo es único en el mundo. Como dice el Principito, nos
hemos domesticado. Seguramente, nos acompañaremos también en nuestra vejez,
espero que así sea.
Lupe tiene un millón de cosas que le admiro,
otras (muy pocas) que le detesto, como seguramente a ella le pasa conmigo. Pero
está ahí, siempre. Cuando hice mi espectáculo de narración oral, dije si yo
pude tener otras amigas y amigos, es porque ella me enseño el significado de la
palabra AMISTAD. Porque con ella aprendí el significado de esa frase tan común,
LOS AMIGOS SON LA FAMILIA QUE UNO ELIGE. Me alegra y me llena de orgullo que
ella me permita formar parte de su vida, para mi es el mejor honor que puedo
tener. Ella me enseñó, que siempre hay alguien que puede ser nuestra media
naranja o mejor dicho, nuestra otra mitad, la que te complementa y te ayuda a
sentirte completa.
Gracias Lupe, por el camino recorrido, por el
que recorremos y por todo lo que nos falta por andar juntas.
Hace bastante tiempo que no escribo. Ni acá ni en ningún otro lado. Esta
vez no puedo echarle la culpa a las
musas como hice otras veces. La culpa es
de mi cabeza.
Cuando empecé a escribir en este blog, lo hice por mi necesidad de
escribir, de contar historias, de hablar de cosas que me suceden a mí que no
difieren, seguramente, a lo que les pasa a otras mujeres. También quería reírme
de las cosas que a veces vivo y me sirve como el disparador para crear. Pero,
últimamente mis relatos no tuvieron un tinte humorístico sino más bien,
nostálgico o melancólico.
Hoy me toca contarles una historia que nace desde lo más profundo de mi
corazón, del amor y del dolor. Y si después de tanto tiempo vuelvo a escribir
es porque se lo debo, porque quiero hacerle un homenaje a mi lectora número
uno. A la persona que disfrutaba de leer este espacio, a veces se emocionaba,
otras se horrorizaba, otras se reía. Me llamaba por teléfono y siempre me decía
algo con respecto a la historia que había publicado. Nunca supe si este blog
tuvo o tiene muchos lectores, pero al menos sabía que siempre contaba con ella
y eso me hacía feliz.
Soy una mujer que cuando nada en los mares tormentosos está fuerte y dirige
el barco. Me mantengo de pie y estoy atenta a los otros. Pero cuando todo pasa,
cuando todo vuelve a la tranquilidad de las aguas, yo me sumerjo en la
profundidad del mar para que después el impulso de la gravedad me vuelva a
subir. Mientras tanto busco desesperadamente ese rayo de luz que me guie para
salir, nuevamente, a la superficie. Les cuento esto porque, como saben mis
viejas lectoras o si buscan entre estas historias, el año pasado me toco vivir
algo difícil y fue la perdida de mi útero y con él la ilusión de llevar un hijo
en mis entrañas. Durante todo el tiempo que estuve con mis problemas de salud
me mantuve entera, fuerte y con humor. Cuando me dijo el médico que, debía
entrar por segunda vez al quirófano, empecé hacer el duelo por lo perdido. Y mientras mi
corazón se debatía entre mi agradecimiento por estar viva y sana, y mi cabeza
empezaba a pensar en la posibilidad de anotarme en una lista de adopción, en
plantearme la maternidad y la responsabilidad que ésta conlleva, me iba
llenando de miedos, de dudas y de deseo. Hasta que la vida me golpeo de
sorpresa y fuerte, a tal punto que me dejo sin aliento y me desarmó. Si todavía
estaba débil ahora sentí que mientras me planteaba la vida, la realidad me
aplastó.
Borges escribió una frase tan buena
que no la puedo sacar de mi mente…”A la realidad le gusta las simetrías y los
leves anacronismo” y yo sentí que el destino me decía que esto es cierto,
porque mi vida en un año se hizo simétrica. Lo hizo más exactamente el lunes 24
de junio por la mañana. Una llamada me sacó volando de mi lugar de trabajo y me
llevó a encontrarme con lo inesperado, con lo que no hubiese querido vivir.
Llegué en el preciso instante que el alma de mi madre subía al cielo. Así, de
repente. Su corazón se detuvo y aunque la médica que la estaba atendiendo lucho
por más de una hora para que ella no partiera, no pudo detenerla.
Nunca estamos preparados para la muerte y menos cuando ésta te sorprende.
Había estado con mi madre el día anterior, hablando, tomando mate con ella, mi
papá y mi hermano. Me despidió como siempre lo hacía, diciéndome que me cuide y
que coma. Siempre se preocupaba por mi apetito. Sabía que soy de poco comer,
que a veces puedo pasar todo el día sin alimentarme y no darme cuenta. Estaba
preocupada por mí, como por mis hermanos. Así que ella estaba atenta a todo y a
todos. La semana anterior todos sus estudios del corazón le habían dado bien,
aunque tenía algunos problemitas de salud. Estábamos ocupándonos de ellos y
teníamos turno con el médico clínico, turno que tuve que cancelar.
No les voy a contar lo que fue ese lunes. De lo doloroso que fue despedirme
de ella. No hay tampoco palabras para hacerlo. Es algo que se siente, como un
hierro al rojo vivo atravesándote el corazón. Un dolor que todavía siento. Pero
si voy hablar de ella.
Mi madre fue una mujer con vocación de servicio, amo con pasión su
profesión, docente y fue maestro de maestros. Dedico casi 50 años de su vida a
la educación especial. Fue una luchadora con todas las letras. Mujer de
carácter fuerte pero de una tremenda sensibilidad. De lágrima fácil, pero con sus
emociones a flor de piel. Ella siempre
decía: “que jamás perdió su capacidad de emocionarse” y era muy cierto. Llorábamos
con las mismas películas, con los mismos libros. Tenía talento para escribir y la facilidad de
la palabra en todo su esplendor. Su nivel de oratoria era excelente. Algunas de
estas cosas las heredamos mis hermanos y yo.
Era muy casera, le gustaba mirar por horas series policiales y de abogados.
No era de salir mucho, pero disfrutaba de encontrarse con sus amigas, y cada
vez que podía le encantaba viajar con mi papá. Su compañero de toda la vida. 54
años compartidos y de pelearla juntos a
la par. Eso sí, era el capitán del barco
y las cosas se hacían a su manera. Cuando esto no era así, se armaba. Era
cabeza dura, a veces era alarmista y trágica. Me hacía reír la forma que tenía
de contarte las cosas. Fue muy exigente con ella misma y con nosotros. Nos dio,
nos dieron ella y mi viejo, todo. Hubo épocas que las cosas estuvieron duras
económicamente, y sin embargo nunca nos hicieron faltar nada. La vi trabajar
tres turnos para que esto fuera así.
Fue amiga de sus amigos, un ser incondicional. Mujer querida por todos los
lugares que transitó. Supo dejar huellas con cada paso que dio. Cuando yo era
chica a veces me daba celos, porque cuando me llevaba a la escuela y veía como
trataba a todo el mundo y como brillaba, sentía que tenía que compartir a mi
mamá con los demás y mucho no me gustaba la idea.
De sus hijos, dicen que soy la más parecida a ella, no sólo físicamente
sino por nuestros gustos y por la infinidad de cosas que tenemos en común. A mí
me llevo tiempo darme cuenta de esto. De hecho, gran parte de mi vida me la pase
peleando con ella hasta que pude ver y valorar la mujer que era. Hubo momento
en que sentí que no era la hija que ella le hubiera gustado tener, que no
cumplía con sus expectativas. Fui la que más dolores de cabeza le dio, la que
hizo las cosas diferentes a todos, la que tuvo otros tiempos. Sin embargo, fui
la que concrete alguna de las cosas que a ella le hubieran gustado hacer. El
día que ella se fue. Mi mejor amiga, mi hermana de la vida, me dijo: “Tu vieja
estaba muy orgullosa de vos, me lo dijo hace poco. Hablamos mucho y me contó
que estaba tan contenta por vos, por todo lo que habías hecho, por como habías
enfrentado todo. Tu vieja amaba todo lo que vos haces y eso hizo que me hablara
de vos con tanto amor y orgullo que me hizo emocionar”. Después me comentó lo
mismo su doctor. Me alegró saber que no la había defraudado, que se fue de este
mundo sintiéndose feliz por mí y por mis hermanos.
Fue una abuela extraordinaria. Por eso siento que todavía no era su momento
de partir. En mi imaginario, hubiese deseado que mis sobrinos disfrutaran de su
abuela como yo disfrute de la mía. Todavía había tanto por vivir y compartir,
que no puedo dejar de estar enojada con la vida.
Ya hace dos meses que se fue de mi lado y todavía me cuesta creerlo. Hay
momentos que estoy en mi casa y suena el teléfono y espero escuchar su voz. Es
más me encuentro hablando de ella como si no hubiera pasado nada o creo que
está en su casa con mi viejo. Entonces la imagen de aquella mañana se cruza en
mi cabeza y caigo otra vez en esta puta realidad que me dice que no está. No
importa donde me encuentre, pero cuando esto me ocurre se me llenan los ojos de
lágrimas y siento que su ausencia me quema el alma.
Qué difícil se me hace responder la simple pregunta de cómo estás. La
verdad, es que no lo sé, estoy como puedo y me sale. Todavía no terminaba de
hacer un duelo que se me vino otro encima. Me siento a la deriva, tratando de
buscar el rumbo. Qué difícil se me hace, se
nos hace. Ver el profundo dolor de mi padre me desarma, me parte el
alma. Entre mis hermanos, mi viejo y yo no hacemos uno. Nos vamos conteniendo,
seguimos andando como podemos y nos sale. Por momentos, tenemos la necesidad de
llorarla juntos y por otro, cada uno a escondidas, solos.
Les dije que sentía que mi vida era simétrica, y así lo siento ahora. En el
plazo de un año perdí la posibilidad de ser madre y a mi madre. ¿No es una
verdadera simetría? Yo siento que sí. Pero pese a ella, estoy de pie y la sigo
peleando. Como lo hubiera hecho mi madre.
Mi madre es mi orgullo, mi ejemplo. La admiré y la admiro. La amo con toda
mi alma y eso no va a cambiar nunca. Fue una GRANDE y así se fue de este mundo.
Ella se murió como quiso, hasta le dio la orden a la Parca para que se la lleve
sin sufrir, sin tener un enfermedad larga. Se murió en su casa, en su cama,
junto a su marido. Se fue como sin darse cuenta. Muy parecida a como se fue su
madre. Éste es mi consuelo.
Ella leía este blog una y otra vez, incluso me llegó a retar porque hacía
mucho tiempo que no escribía nada. Acá estoy, cumpliendo su pedido. Haciéndole
mi humilde homenaje de escribir algo para ella y sobre ella. Es más, les
confieso algo, mi nombre no es Lola Lois.
Pero elegí mi seudónimo porque el nombre Lola, es el nombre que le
quería poner a la hija que tuviera y Lois, es el apellido de ella, de mi madre.
Esto es otra simetría que tengo.
Sólo me queda cerrar este relato diciendo: Gracias mamá por todo lo que me
diste, por hacerme la mujer que soy, por haberme acompañado siempre, por el
amor inmenso que me brindaste, por todo lo que hiciste por mí. Gracias por ser
la mujer que sos. Espero que donde quiera que estés, seas feliz. Te amo con
toda mi alma, te extraño mucho. Siento que me haces mucha falta. Sólo queda
decirte, esa frase que vos utilizabas cada vez que podías:
“Vuela libre y feliz, más allá de la palabra siempre, que nos encontraremos
alguna que otra vez, cuando así lo deseemos”…
Qué así sea, hasta que nos volvamos a juntar.
El sol caía en
la provincia española de Córdoba. El frío se hacía sentir. Tomé un taxi rumbo a
la estación de trenes. Mi próximo destino era Sevilla. Sólo éramos mi pequeño
equipaje y yo. Mis retinas querían guardar cada imagen que se presentaba ante
mí, antes de cambiar el rumbo.
Llegué con
tiempo de sobra para tomar mi tren. Lo hice a propósito porque cuando viaje a Córdoba la empleada del ferrocarril me
hizo perder el viaje y salí una hora y media más tarde, estuve a punto de
perder todo lo que había contratado. Así que me senté en un banco a esperar que
el tiempo vuele. En un momento, cuando observe toda la escena, me sonreí,
porque sentía que me había agarrado el síndrome Penélope. Yo no tenía mi bolso color marrón, ni mis
zapatitos de tacón y mucho menos, mi vestido de domingo. No esperaba un amor,
pero sí llegar a mi otro destino. Por suerte la espera se me hizo entretenida
porque mientras estaba sentada en el banco de pino verde, me mensajeaba por
celular con mi mejor amigo y nos reíamos, como siempre lo hacíamos.
Llegó mi tren.
Abandoné mi banco, mi espera, dejando atrás esa parte de mi viaje. Partí rumbo
a Sevilla. Sabía que allá me estaba esperando una guía de turismo. Me dio
cierta cosita porque al único pasajero que esperaba para hacer el tour, era yo.
Cuando llegué,
la vi parada con un cartel que tenía mi nombre. Ahí me agarró, por un lado,
vergüenza y por el otro, me sentí una celebridad y me reía mientras me acercaba
a ella. Era una mujer petisa como yo, escondida detrás de una bufanda. Laura
era su nombre. Una andaluza simpatiquísima, con una gracia sin igual. En su
mirada se notaba la curiosidad que le producía. Seguramente se preguntaba ¿qué
hace está mujer sola contratando una guía para recorrer Sevilla? Si supiera que
me daba lo mismo que ella esté. Pero venía incluida en el paquete. Ni bien nos
saludamos, me explicó cómo me había organizado todo mi recorrido, dado que mi
estadía era breve.
Me llevó al
hotel. Acordamos la hora que me pasaría a buscar al otro día. Mientras ella y
yo conversábamos, sentí que unos ojos me miraban. Busqué disimuladamente y vi a
un joven que me observaba con atención, me escuchaba hablar detenidamente y se
sonreía. Laura se fue. Me acerqué a la recepción para registrarme. Su sonrisa
me estaba esperando. Me recibió con mucha amabilidad y simpatía. Le dije mi
nombre y empezamos a charlar. Le conté de dónde era, qué hacía en España. Ya
eran las nueve de la noche y él me recomendó que lo mejor que tenía para hacer
esa hora en Sevilla era ir a un colmao. La idea era buena, pero la verdad a mi
me daba cierta cosita ir sola y también sabía que al otro día tenía un largo
itinerario para hacer. Así que le respondí que prefería quedarme en el hotel.
Entonces, con la gracia propia de los españoles y con esa tonadita especial, me
dijo. “Pues si quieres conversar un rato, puedes bajar a la recepción estoy
hasta la siete de la mañana. Después de la media noche aquí suele ser muy
tranquilo”. No sabía muy bien como tomar eso, si como una gentileza de su parte
porque le dije que no iba a salir o como una invitación para vernos de nuevo.
Antes de subir al cuarto, se encargó de darme todos los números para
comunicarme a la recepción. Mientras él hablaba yo no podía dejar de sonreírme,
de ver esos ojos color miel, su cabello negro, su voz me encantaba. No podía
ser más lindo. Luego me fui a la habitación. Mientras esperaba el ascensor
junto al chico que me llevaba el equipaje. Sentía su mirada en la espalda, y
por el reflejo de las puertas de acero veía esa sonrisa que no dejaba de
resultarme seductora.
Abrí la puerta,
me saqué la enorme campera de invierno que llevaba puesta. La cual me hacía
parecer un oso polar. Tiré mi mochila sobre la cama. Prendí la tele y llamé al
chulazo, (mi mejor amigo), tenía que reportar que había llegado bien y contarle
lo que me acaba de ocurrir. Fue decirle “¡Hola!” y empezar a reír. Le conté lo
que sucedió. Éste se rió y como es muy típico de él me dijo: “Te bañas, te
cambias, te pones una “Tía buena” y bajas hablar con él”. Me tentó mucho de
risa, eso de tía buena, los españoles le dicen así a una chica que les resulta
linda. Cumplí con la orden. La excusa que usé es que quería cenar.
Cuando las
puertas del ascensor se abrieron y él me vio, su sonrisa se le instaló en la
cara y yo perdí el sentido de donde estaban mis pies. Sentía que levitaba hacia
él. Le dije que quería cenar en el hotel, si tenía que pedir servicio al cuarto
o lo podía hacer en salón comedor. A él le brillaron los ojos y me dijo que si
lo esperaba media hora, él me invitaba a cenar, porque era su hora para comer.
Así lo hice.
Su nombre era
Manuel, oriundo sevillano. Hablaba varios idiomas, estudiante de
administración, simpático, seductor y muy divertido. Durante la cena me reí
mucho. Él tenía curiosidad por Argentina y sus costumbres, así que me preguntó
de todo. En un momento de la charla, en un acto de espontaneidad absoluta dijo:
“-Me encanta la manera de hablar de las argentinas. Sois muy guapa”. Yo me puse
colorada como una bola de fuego y me sonreí.
La cena fue
corta. Él tenía que seguir trabajando y yo, levantarme temprano. Cuando nos
despedimos, me miró con esos ojos color miel, se sonrió y con ese acento
español tan seductor me dijo que era una pena que tenía que trabajar, sino me
llevaba a conocer la noche sevillana. “-Espero verte mañana” y me saludó a la
española, un beso en cada mejilla.
Al otro día,
cuando me encontré con Laura, estaba esperándome en la puerta del hotel. Él ya
no estaba. A mi me hizo un ruidito en el corazón, no me quedaba mucho tiempo,
al otro día me iba.
Laura me llevó
al casco antiguo de Sevilla, me sumergí en esas callecitas antiguas. Pasamos
por el Costurero de la Reina, el Alcázar
de Sevilla, ese Palacio me encantó. Me gusta la idea de entrar a uno de ellos y
preguntarme por su historia, por los antiguos habitantes. Luego la Plaza de España, el Ayuntamiento, el
Barrio la judería es tan pintoresco. Almorzamos
en uno de sus restaurantes. Éste era chiquito, antiguo y me trataron muy
bien. Mi guía los conocía así que fue como estar en el comedor de una familia a
la que conocía hacía tiempo. La verdad es que me la pasé de “Puta madre”. A la
tarde fuimos a la Catedral de Sevilla, ¡¡Qué lugar!!¡¡Cuánto arte!! Sus
altares, sus esculturas, esas sillerías talladas en madera, la tumba de
Cristóbal Colón y la Giralda. Tomé coraje y subí hasta el mirador. 50 pisos en
forma de rampa. ¡¡Menos mal!! Porque si eran escaleras no sé si hubiera podido
llegar hasta el final. Al salir de ahí, las gitanas se acercaban diciendo: “un
ramito de romero pa’ ti. ¡Venga niña! que te leo la línea de la mano, venga que
te digo tu suerte, tu destino”. Laura me miró y me sacó de ahí caminando
ligerito, luego agregó: “Las gitanas tienen la astucia de dejarte sin un duro
en el bolsillo” Me reí de su manera de decírmelo. A esta altura ella y yo nos reíamos mucho
juntas, la habíamos pasado genial. Teníamos que despedirnos pero a Laura le
agarró más nostalgia que a mí y me hizo una confesión: Mira, desde que soy guía
de turismo nunca me ha ocurrido algo así, de tener este contacto con un
cliente. No sé porqué pero te siento como mi hermana menor. Así que si te
apetece te invito a cenar a mi casa”. Me encantó su invitación y no podía
negarme. Me parecía todo parte de una aventura, que había emprendido cuando
inicie este segundo viaje a España. Sentía que no podía perderme de nada. No
sabría si volvería a venir. Así que me fui para la casa de Laura. Al ser sábado
a la noche estaba toda su familia, marido, hijas, sus padres, la hermana, era
un batallón de gente que me atendió excelentemente bien, me hicieron sentir en
casa. La noche se prestó para que el cante jondo se escuchara por sus voces
sevillanas, el flamenco reinaba en el aire. Laura sacó sus castañuelas, las que
tocaba muy bien. Mientras ellos cantaban yo no podía dejar de reír de
felicidad. Despedirme de cada uno de ellos me dio tristeza. La verdad es que
ninguno quería que la noche se terminara. Pero yo al otro día partía. Así que
abrace a cada uno de ellos con el agradecimiento de la noche compartida, la
alegría de haberlos conocido y la tristeza que da las partidas. Con Laura fue
peor. Me dejo en la puerta del hotel, lloramos las dos, la verdad que la sentía
muy cercana a mí, compartimos los mail y la promesa de que si llegaba a volver
a España vendría a visitarla.
Cuando entre al
hotel, secándome las lágrimas ahí estaba él, iluminando el lugar con su
sonrisa. Sabía que ese día a la tarde me iba a Madrid. Cuando me vio hablamos
un rato, me invitó a salir aquella tarde. Le recordé que 19:30 debía tomarme el
tren, así que el adelanto la cita, con su tonada dijo “Pues te espero a las 13
hs. El equipaje lo puedes dejar aquí hasta la hora de partir”.
A la hora
señalada me estaba esperando. Yo estaba cansada de tanto jaleo. Pero no me
importaba. Sentía todas las mariposas revoloteándome en el estómago. Fuimos a
almorzar, hablamos un montón, nos reímos mucho, cada uno por sus expresiones.
Con un café de por medio, ya había perdido la cuenta de cuántos, me confesó que
le parecía guapísima, que le encantaba y qué lástima que yo no tuviera más
tiempo en la provincia Andaluza. Para mis adentro pensaba exactamente lo mismo,
pero también me decía:¡Mejor así! Mientras lo escuchaba mi mente se llenaba de
las imágenes de la película “Antes del Amanecer”, de esa relación fugaz entre dos personas,
conociendo un lugar y a ellos. Yo no podía hacer aquella promesa que se hacen
los personajes de volverse a encontrar seis meses después, en la misma ciudad a
las seis de la tarde. Así que sólo me dedique a disfrutar lo que me quedaba de
tiempo ahí con él.
Caminamos un
montón, me llevó a un parque precioso, dicen que antiguamente fue el parque
privado de la reina. Después transitamos por la costa del Río Guadalquivir. En
un momento se paró, me miró a los ojos y me dio un beso. Me abrazó fuerte
contra su pecho. ¡Qué sensación tan linda!! No sabía qué hacer, qué decir, sólo
me sonreía. El tiempo se acababa, a partir de ese beso me tomó de la mano y me
abrazaba al caminar. Mientras lo hacía yo pensaba en la cantidad de años que no
caminaba de la mano así con alguien, que yo no me sentía feliz. Volvimos al
casco antiguo, a recorrer las calles del Barrio de la Judería hasta que se
detuvo en un pasaje muy angosto y ahí me contó: “Estamos parados en ‘La calle del
beso’. Se llama así porque el espacio que hay entre la calle permitían que los
enamorados salgan a sus balcones y con sólo estirar un poco el cuerpo podían
besarse” Ahí nos volvimos a besar. Quería dejar esa imagen retrata en mi
memoria. Mire el reloj y dije: lamentablemente es hora de pasar a buscar mi
equipaje al hotel. Me volvió a besar. Me tomó de la mano. Nos subimos a su auto.
Recogí mis cosas en el hotel y seguimos viaje hasta la estación de tren. Me
acompañó hasta la plataforma, era difícil soltarse, decirse adiós. Llegó el
tren. Yo tenía un nudo en la garganta, no podía decir una sola palabra. Tenía
un malambo de sentimientos y sabía que iba a llorar. No quería hacerlo. Me
parecía que estaba siendo la protagonista de una película romántica y me negaba
ser melodramática. Él me miró, me tomó la cara entre sus manos, se sonrió y
dijo: “Me encanto conocerte, nunca una mujer me hizo reír tanto. Sois alguien
muy especial, tenéis una luz tan linda. Una mirada tan profunda. Déjame grabar
tu imagen, tu mirada” Sacó su celular y me sacó algunas fotos. Dieron el último
aviso. Sólo pude decirle que yo también estaba feliz por haberlo conocido y por
la hermosa tarde que compartimos. Nos besamos. Subí al tren. Lo vi por la
ventana, con sus manos en los bolsillos, su sonrisa iluminada, su mirada
chispeante estaba colorada, me pareció que contenía las lágrimas. Yo sonreía,
pero mis lágrimas no pudieron evitar correr lentamente por mis mejillas. Así
partí de Sevilla.
Yo no creía que
podía vivir algo tan parecido a una película y sin embargo, me sentí así. Hoy
después de tanto tiempo de esto. Sólo sé, que debes en cuando, en esas noches
que me invade la nostalgia, cierro los ojos y lo veo a él, sonriéndome desde el
andén.
Lola.
PD: les dejos algunas fotos de Sevilla. Salvo la primera, las demás son fotos tomadas por mí,
El texto que sigue a continuación lo escribí en marzo. Pero sentí que no era el momento de publicarlo, creía que le faltaba algo. Hoy lo público tal cual, sin cambiar una pincelada. Creo que es el mejor homenaje que puedo hacerle. Hace muy poquito, mi mamá se animó a confesarme que se enteró que ella había fallecido. Sabía que me iba a poner triste, porque yo la adoré y la adoró. Así que hoy quiero regalarle este texto
Anoche estaba mirando la película “Historias Cruzadas”. Una historia que habla de la discriminación racial, de mujeres, y sobre todo de la servidumbre, de esas mujeres que cuidan hijos ajenos y se ocupan absolutamente de todas las tareas de la casa. En el films las señoras adineradas tienen servidumbre porque esto les da un toque de distinción, muestra la pertenencia a una elite y también muestra lo banales, soberbias y miserias de esas clases de mujeres blancas, que se sienten superiores frente a la servidumbre negra, cuando en realidad son mujeres inútiles que para lo único que fueron criadas es para casarse, jugar a las cartas y reunirse para charlar con el fin de realizar actos hipócritas de solidaridad. Cuando termine de ver la película, mi cabeza se llenó de imágenes de mi niñez. Mi madre que estaba y está muy lejos de ese tipo de señoras, necesito una empleada en la casa, sobre todo para cuidarnos, porque tenía que salir a trabajar. Ver la película me hizo pensar en ella, en la mujer que estuvo muchos años en mi casa. ¡Gracias a dios! no teníamos la relación asquerosa que las mujeres “blancas” establecen con su servidumbre. Lo que más me conmovió de la película es que la protagonista, en su propósito de convertirse en una periodista y escribir, reúne la historia de estas mujeres negras, y en especial resalta el vínculo que ella tenía con la mujer que sirvió en su casa casi toda su vida, esa mujer que no sólo la crió sino que la ayudó a que crea en sí misma.
Feli, también fue muy importante en mi vida y lo seguirá haciendo hasta el día que me muera. Por esto me resulta chocante hablar de servidumbre, empleada doméstica, sirvienta, mucama, me parece horrible. Feli fue para mí, mi segunda mamá. Jamás la vi como una empleada. Es el día de hoy que recuerdo su sonrisa, su cara redonda con cachetes colorados, su tonadita correntina, y sus abrazos. No había nada mejor para mí que sus abrazos. Si me lastimaba, me abrazaba, si me veía llorando me abrazaba, cuando llegaba y se iba me abrazaba, para mí no había nada mejor que ella me envolviera entre sus brazos y me apretara fuerte contra su pecho.
Recuerdo que todos los viernes preparaba mis cosas porque me quería ir con ella. Uno de esos viernes mi mamá me dejo ir a pasar el fin de semana a su casa. Las dos estábamos felices. Me llevo a su hogar, me atendió como si fuera una princesa. Compartí esos días con su familia, es más, justo celebraban el cumple de una sobrina, así que estuve en la fiesta y todo. Me encanto. Ese finde quedó en mi memoria como uno de los mejores.
Cuando nos mudamos ella siguió trabajando en mi casa, lo hizo hasta que yo tuve once años si mal no recuerdo. De todas maneras, seguimos en contacto varios años más. Incluso con mi mamá, mi tia Doris y yo, una noche de carnaval fuimos a la iglesia para ver como se casaba Zulma, la única hija de Feli. Ese día ella explotaba de felicidad, no podría decir por qué estaba tan feliz, si por el casamiento o porque nosotras habíamos ido a saludarla, lo cierto es que no puedo olvidar su cara de sorpresa y de emoción. Mucho tiempo después, cuando mi hermano sufrió el accidente, un mediodía vino con su nieto a vernos. ¡¡Qué alegría me dio!! A veces encontrarte con alguien que hace tiempo que no ves te choca con la realidad y te das cuenta de cuánto extrañas a esa persona. A mí me había pasado eso. Ese día ver a Feli, fue sentir su falta. Darme cuenta lo mucho que la extrañaba. Ese día fue la última vez que la vi. Lo último que supe de ella es que se había ido a vivir a Corrientes con toda su familia.
Ya perdí la cuenta de los años que llevo sin verla, de que no sé absolutamente nada. Pero eso no impide que yo la tenga presente siempre. La mantengo intacta en mi memoria. El primer día que la vi, la vez que me reto porque me subí a la higuera del fondo de mi casa y no me podía bajar, y gritaba como una loca ¡¡¡Feliiii, Feliii, llamen a Feliii!, de mirarla mientras planchaba. Nunca entendí porque debajo de sus camisas ella tenía puesto un cinturón debajo justo de su pecho, porque no usaba enaguas. Siempre sentí que éramos sus pollos y ella nos ponía debajo de su ala. Hace poco leía el libro, MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS, y la autora hablaba de que todos tenemos una madre biológica pero a lo largo de nuestras vidas tenemos muchas, todas nos dan aquello que necesitamos. Feli, como dije fue mi segunda mamá y lo seguirá siendo. Siempre pienso en ella, la tengo presente, hay días que me gustaría recibir uno de sus abrazos, sobre todo cuando estoy triste. Hay días que me gustaría reírme con ella y ver como se ponía colorada, o quedarme sentada en la mesa y charlar con ella mientras plancha, como lo hacía cuando era chica.
Feli como me gustaría verte de nuevo y compartir un fin de semana con vos, como aquel que vivimos. Pero no para que me atiendas, sino para que tomemos mates, charlemos, nos riamos y me llenes de abrazos. Te extraño…
Lola
P:D.: Para vos Feli, dónde quiera que estes, con todo mi amor…gracias por haber formado parte de mi vida, gracias por haberme querido tanto…siempre estarás en mi aire y en mi corazón
"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles". Bertolt Brecht
Esta frase siempre me llegó a lo más profundo de mi ser. No sólo porque siento que pase lo que pase, siempre lucho por las cosas que creo fervientemente, sino porque tengo a mi alrededor un circulo de personas a las que quiero con toda mi alma, que sé que son imprescindibles. De hecho me lo demuestran día a día. Y como siempre digo me hace muy feliz saber que están en mi aire.
Hoy, elegí hablar de una de ellas, de alguien que me ha enseñado tanto, que es tan imprescindible en mi vida y de hecho lo va a seguir siendo hasta el día que deje de respirar.
Este texto hoy, no va a tener una estructura de relato, tampoco de anécdota. Tal vez por eso a muchos no les interese. Tal vez me equivoque. Pero siempre que escribo con los sentimientos a flor de piel y de cosas muy personales, siento que por ahí aburro al resto de los lectores. Pero creo, que está bueno, porque es una manera de rescatar algunos valores que se perdieron en estos tiempos tan convulsionados.
Hablar de lo que sentimos no siempre tiene que ser aburrido o tedioso. Tal vez, si fuese más creativa o tendría más talento, este espacio tendría más seguidores. Agradezco que los que leen este blog, porque son los que de alguna u otra forma, disfrutan de leer simplezas que tienen que ver con la vida misma, con el corazón.
Así que les pido permiso y de antemano pido disculpas porque hoy voy hablarles de alguien muy importante para mí.
Llegó una tarde, sin dar señales de aviso. El cielo estaba claro y la primavera hacía tiempo que estaba en la ciudad. Tal vez fue el perfume de las flores que llevo a que mis padres la llamaran Florencia, o por homenaje a la provincia italiana que vio nacer al renacimiento. No lo sé. Lo cierto es, que a mi vida había llegado Flori, mi hermana menor. Con ella llegó la alegría. Ya desde chica mostró su energía, su espíritu de aventura, su capacidad de lucha.
Mi infancia con ella estuvo llena de juegos a la muñeca, a la maestra, a la secretaria, al elástico, a disfrazarnos, pero con quien ella lograba tener aventura era con mi hermano. Ellos dos siempre fueron muy compinches no sólo para hacer maldades, sino porque ella siempre supo cómo seguirlo a él en cosas de varones. Treparse a los árboles, jugar carreras, a la pelota, a los soldados.Siempre andaban fabricando alguna carpa o choza en algún rincón. Al lado de ellos siempre fui la más tranquila, la que los seguía en caso de que nada me lastimara. En cambio Flori siempre fue corajuda.
Nuestra niñez se empezó a construir en un departamento pequeño, durmiendo los tres juntos en una habitacíon, de tardes de salir a jugar a la puerta, al carnaval de terraza a terraza con los vecinos, en el patio de la casa de Sarmiento de la abuelita Iri, del fondo de la abuela Luisa. Ese mismo fondo del que hoy disfrutamos tomando sol, tomando mate y corriendo con nuestros sobrinos. Con ella fuimos a las guías y ahí empezó a desarrollar su espíritu de aventura y su pasión por hacer vida al aire libre. Mientras ellas gastaba cada gota de sudor en el deporte, yo lo hacía en alguna manifestación artística, danza, teatro y después narración oral. Mi hermano se inclinó por el dibujo y la música. En nuestras diferencias nos hermanamos.
Los tres, siempre fuimos los tres mosqueteros. Siempre nos defendimos y nos cuidamos. También nos hemos peleado y mucho. Pero cuando pasamos momentos duros, nos hemos unido más que la sangre que tenemos y la carne nos quedó chica para compartir. Tenemos ese código que sólo la hermandad establece. Cuando estamos los tres juntos, creo que somos muy divertidos, siempre nos pusimos apodos, nos hemos cargado, nos hemos reído de nosotros mismos, como así también hemos llorado juntos y nos hemos acompañado siempre. Hoy sigue siendo igual.
Yo no sé si fue porque es la más chica y ya tenía un camino allanado o simplemente, por su personalidad, pero ella siempre innovo en la familia. Mis viejos nos criaron de igual manera, sin embargo, pese que en muchas cosas nos parecemos, en tantas otras somos tan, pero tan diferentes.
Como dije antes, mi hermana menor siempre fue enérgica, y es más, lo sigue siendo. Mientras ella vive conectada a un cable de 220, yo vivo en la tranquilidad de mi mundo. Recuerdo ir de vacaciones juntas. Mientras Flori jugaba al vóley en la playa y se hacía de mil amigos, yo estaba sentada, tomando sol, perdida detrás de las páginas de un libro. Esa energía que la caracteriza, es la que la empuja. Siempre digo que de mi hermano aprendí la fortaleza, y que de ella la perseverancia. Es así, ella es la persona más perseverante que conozco en el mundo. Se pone una meta y la cumple. La he visto caer, llorar, brotarse de alergia y seguir tras lo que ella soñaba. Su carrera de hecho fue así, una montaña rusa. Ver como alcanzo su título fue algo que me explotó el corazón de felicidad. Es tan especial. Si quiero tener la verdad sin filtro y sin anestesia está ella. No tiene doble cara, ni vértices. Puedo quererla matar cuando la veo tan dura, pero también puedo desarmarme cuando la veo sensible. Adoro reírme con ella. Yo no sé si es porque la hago reír o porque es ella la que me hace reír a mí. Pero lo cierto es que cuando estamos juntas nos divertimos mucho. Es de fierro, es incondicional, es una persona que te sorprende por lo querida que es. Yo soy la hermana, mi amor para con ella es único. Pero siempre me emociona ver como la adoran los demás. Ella es Flori, martita, la doc, para todos sus amigos. Es como la canción de Roberto Carlos, tiene un millón de amigos, por donde ella pasa deja una buena siembra. Esto me hace feliz y me enorgullece.
Hace unos años atrás, unos cuantos años atrás, empezó a realizar turismo aventura. Algo que a mí jamás se me ocurriría. Mientras a mí me gusta contemplar las montañas, pues a ella le gusta escalarlas. Así fue como de cada viaje que hizo siempre quedó la frase: Hizo cumbre. Y de hecho fue así. Siempre llegó a la cima de cada montaña que escaló y también con cada cosa que se propuso. De hecho su frase de cabecera es “VAMOS POR MÁS”.
Hace un año, emprendió una gran aventura, se fue a vivir al sur. A un pueblo perdido de la provincia de Santa Cruz. Fue hacer patria y a llevar su vocación de servicio. También a realizar todo lo que la ciudad de la furia le impedía hacer. Fue un golpe. Mis viejos todavía no superan su partida. Mi hermano y yo, entendimos que ella tenía que seguir su destino, pero nos dolió en el alma. Después de un año es tan raro el sentimiento que me invade. Porque no la siento lejos, pero tampoco cerca. Pese a que hacía bastante tiempo que no vivíamos juntas, no dejo de sentir que no la tengo en lo cotidiano de mi aire. Sin embargo, hablamos todo el tiempo, estamos pendiente una de la otra. Cada vez que conversamos y la escucho feliz, siento que yo soy feliz por ella. Sin embargo, hay una distancia real que duele. Hay un extrañarse todo el tiempo que a veces me surge la necesidad de tenerla más cerca. Pero aprendí, que amar es no ser egoísta y es abrir la puerta para salir a jugar. Amarla es acompañarla en su aventura, en su decisión, es estar siempre ahí, al alcance de su mano para cuando me necesite.
Cuando éramos chicas hacíamos todo juntas, hasta ir al baño. Si alguna tenía miedo, se pasaba a la cama de la otra. Nos vestían iguales, cosa que odiábamos. Tenemos un aire muy parecido, incluso alguna vez alguien nos llegó a preguntar si éramos mellizas, y nos sorprendimos porque siempre nos vimos tan diferentes. De hecho lo somos. Ella es más alta que yo, más flaca. Yo le llego al hombro, siempre fui la chiquitita y la gordita de la casa. Ella me tiene como osito de peluche, mientras yo espero ser su muleta para sosterse si me necesita. Por suerte, nuestras diferencias se igualan cuando vía msn, facebook, celular, estamos ahí, atentas, atentos. Con mi hermano es igual. Tal vez por ser la del medio, o por ser la más sensible, soy la que más cosas añoro y la que más disfruto cuando estamos juntos. Es el día de hoy, que todavía extraño nuestras noches, cuando estábamos los tres solos y cada uno llegaba de trabajar o de la facultad, y nos sentábamos a tomar mate. Los tres somos muy materos. Herencia de la abuela. Infusión que nos une y que nos invita a la charla, a reírnos y sobre todo, a compartir.
El día que la ví subir al avión, el corazón se me partió en dos. Pero fue una de las pocas veces que sentí que no me abandonaban. Jamás se me ocurriría pedirle que vuelva. Ella encontró su lugar en el mundo y eso no sólo es grandioso, sino que es una bendición que no muchos pueden tener.
Mi hermana es para mí otra mujer importante en mi vida, es imprescindible. Admiro su perseverancia, su capacidad de lucha, su espíritu de aventura, su tenacidad, su fortaleza, su sensibilidad escondida, su risa, su alegría, su optimismo, su mirada siempre en positivo para alcanzar la meta, su espíritu de conquista. A donde ella va, deja una huella que los demás saben mirar. Es la típica escorpina, su carácter es fuerte pero su corazón es noble, esponjoso y frágil como el mejor cristal.
Al lado de ella me siento pequeña, en todo sentido. Se supone que yo debería cuidar de ella y sin embargo, siento que ella cuida más de mí. Sí sé, que siempre procuré que no le ocurriera nada si yo estaba a su lado.
No sé si pude o puedo enseñarles algo a mis hermanos. Sólo sé, que si siempre trato de estar con una sonrisa en mi rostro es porque ellos me enseñaron a mirar el lado positivo de las cosas, a no bajar los brazos porque están ahí para sostenerme, porque nos une la vida, la carne y la sangre.
Aprendí el valor de llegar a la cima, porque pude ver el sacrificio, la perseverancia, el esfuerzo de hacer cumbre y el valor de ser conquistadora de la vida, por mi hermano mayor y por ella, mi hermana menor, a la que cariñosamente la llamo Norma. Si decaigo, siempre tengo su voz diciéndome que tengo que ir por más. Con lo cual, frente a estas palabras, no me puedo permitir abandonar mis metas. Puedo recrearlas, resignificarlas, cambiarlas, pero no dejarlas al costado del camino. Siempre, siempre hay que ir por más.
Hoy, cuento los días para verla, para sentarme a la mesa con toda la familia, para salir hacer compras, para chusmear con ella, para que nos riamos los tres juntos. ¿Falta mucho para que llegué diciembre?
No me queda más que decirle a mi hermana, que la espero como siempre, que la amo con todo mí ser, que la extraño mucho, que le agradezco el estar tan presente en este momento tan especial de mi vida. Y que siempre estoy a su lado. Gracias por enseñarme tanto, gracias porque tu fuerza hizo que yo me sienta una conquistadora de la vida. Ella y mi hermano son de esas personas que luchan toda la vida, por eso me son imprescindibles.
Lola
P:D: Perdón si este texto tiene errores de redacción o de normativa. Pero lo escribí dándole paso a lo que mi corazón me dictaba, no me preocupe por si esto es literario, si utilizaba un lenguaje poético. Son palabras salidas como un chorro de mi corazón al corazón de ella.
Este mes cumplis años, y quería regalarte algo especial... .
Lo vi, estaba ahí. Irradiaba un aura especial que me producía un cosquilleo
en el estómago. Lo miraba detenidamente y recordaba que la primera vez que nos
encontramos yo tenía 26 años. Tenía otra vida, pero sobretodo otro cuerpo. He
vivido lindos momentos con él. Hasta que la vida me fue marcando el paso del
tiempo. Pero pese a ello, no pude abandonarlo. Lo guarde en un lugar de mi
corazón.
Mi amiga Eli, siempre me dice que
tengo que desprenderme de las cosas viejas, del pasado. Si uno lo hace, recibe
cosas nuevas y buenas. Pues yo tengo un defecto.¡¡Va uno de mis muchos
defectos!!! Me cuesta desprenderme de las cosas que ya cumplieron su momento.
Trato de hacerlo, pero sin embargo, sigo teniendo papeles viejos, recuerdos como servilletas,
envoltorios de chocolate, rosas secas, cartitas, etc. Así soy, así fue que no
pude desprenderme de él. Es tan lindo, me gusta tanto, que ahí está, sigue
dando vuelta en mi aire, en mi vida. Sigo estando enamorada de él, como el
primer día.
Lo vi, y me dije: “Si se supone que todos tenemos un muerto en placar, ¿vos
estarás vivo o muerto?” Así que tomé coraje y enfrenté la situación. Lentamente
me acerqué, lo agarré entre mis manos, viejas imágenes venían a mi mente. No
podía dejar de apreciar su apariencia entre lo moderno y lo clásico, esto me
hacía dudar. Pero estaba decidida. Cerré los ojos y empecé a sentir como acariciaba mi piel. Fue
un momento mágico. Me sentí la más linda en mi propio reino. Me sentí feliz.
Ahí estaba yo. Frente al espejo, con mi pantalón negro. Con el que había
mantenido un larguísimo romance y hacía años que no me quedaba bien. Me queda
mejor que cuando lo compré a mis 26 años. Estaba en un lugar escondido de mi
placar. Lo miraba de vez en cuando. A veces, como hoy, me impulsaba el deseo de
ponérmelo y deseaba que me entrara. Pero tuvo sus momentos. Hubo épocas que no
me subía por las caderas. Otras, que no me cerraba, y la peor era cuando hacía
un esfuerzo sobrehumano para ponérmelo. Me cortaba la circulación de la sangre,
después de tirarme en la cama, subir el cierre, quedarme sin aire y mirarme en
el espejo, donde yo pasaba ser testigo presencial de como este hermoso pantalón
sufría y gritaba a viva voz: “¡¡¡¡ SALVEN A WILLY!!!!” Ver que mis rollos
asomaban espantosamente por encima de su cintura, me llenaba de angustia y de
horror. Era una imagen digna de una película de terror y quería que en ese
momento entrara Fredy para cortarme el cuerpo en dos. Pero hoy todo fue
diferente. Hoy me entraron sin ninguna práctica de tortura. Me quedaban
pintados.¡¡¡¡ Estaban vivooooossss!!!! Y yo me sentía la mujer más feliz del
mundo. No sé hasta cuando me entrara, pero ahora tengo que disfrutar el
momento. Por suerte, es un pantalón atemporal, es de los que no pasan de moda,
no deja de ser elegante, fino y puede ser eterno. Así que mientras pueda lo
usaré hasta que vuelva, otra vez, a sufrir mis cambios corporales. Al fin de
cuenta, no es malo tener un muerto en placar.
Las mujeres somos así. Todas tenemos ese instinto masoquista. Nunca me
preocupe mucho por el paso del tiempo. Sé que desde los 30 tendría que haber
empezado a usar cremas para el rostro y el cuerpo. La verdad es que sólo, de
vez en cuando, después de bañarme me paso crema en el cuerpo. No soy para nada constante y la verdad, es que
eso de estar toda embadurnada no me gusta nada. Hace unos años empecé a usar
protección solar, porque tampoco me gusta la arena pegada al cuerpo y sentirme
una milanesa. Pero un verano en el campo, me hice la piola y termine siendo una
llamarada caminando. Ahí tomé conciencia y comencé a protegerme, porque si no,
ni siquiera eso.
Tampoco fui constante con la actividad física. Tuve años que hice natación,
otros que hice gimnasia, lo último que hice fue pilates. Me encanto. Este año
iba a empezar de nuevo pero justo me apareció el problema en el útero, así que
tuve que suspender. El año pasado, cuando asomó la primavera, con mi amiga coki
empezamos a ir a caminar al velódromo. Eso nos hizo bárbaro. Por suerte, es una
de las pocas actividades físicas para las que tengo autorización médica. Así
que ni bien empiece el clima lindo, otra vez iremos a tornear el cuerpo.
Pero como toda mujer, tengo esos días que odio mirarme en el espejo. Ver
como mi cuerpo sufre las modificaciones inexorables del tiempo. ¡Ojo! No soy de
las mujeres que desean y quieren la eterna juventud. Pero si un poco de piedad.
También es cierto que tengo que dejar de
hacerme la pendeja, y empezar a usar
cremas. Pero ya veré. Ahora yo estoy feliz. Me entró mi pantalón. El que hacía
años que no me entraba. Lo que significa, que estoy más flaca y que todavía la
fuerza de gravedad no me alcanzó. Porque si me hubiera entrado, pero el culo lo
hubiese tenido por el suelo, tampoco hubiese sido agradable la imagen.
Me alegra no haberme desprendido de él. Confieso que había perdido las
esperanzas de volverlo a lucir. Pero ahí lo tenía como una reliquia, como un
recordatorio de buenos tiempos.
Sé que a muchos esto que les cuento les puede resultar una tontería, una
banalidad. Pero creo que es una manera de reírme de mí, y de mi esencia
femenina. Sé que hoy en día hay muchos hombres que se cuidan físicamente más
que las mujeres. Sé también que hay mujeres que viven obsesivas por el cuerpo, por la apariencia. Pero la
realidad es que a todos nos gusta vernos bien. Sentir que nos miramos al espejo
y nos gustamos a nosotros mismos. Salir a la calle y gustarles a los otros. La
autoestima, sabemos que no pasa sólo por la seguridad que tenemos de nosotros
mismos, ni de nuestra capacidad intelectual o por lo carismáticos que podemos
ser. Pasa por el cómo nos vemos y nos ven.
A ver, díganme si alguno de ustedes no les gusta recibir un piropo, si el
que alguien te diga: “¡Qué bien estas hoy!” no te alimenta el espíritu y te
levanta el autoestima. Las mujeres sabemos que sí y mucho. Siempre digo lo
mismo. Cuando una está en esos días que se va pateando la autoestima, no hay
nada mejor que pasar por una obra en construcción. Éste sindicato es el mejor.
No sólo levantan edificios, levantan autoestimas. Deberían pagarle doble la
jornada. Después de recibir varios piropos, una se enfrenta al espejo, sabiendo
que éste le va a decir que la más linda del reino, es una. Aún siendo
conscientes, como en mi caso, que el reino que una habita es un minúsculo
departamento de un ambiente y medio. ¡Qué más da! Para sentirse una reina no se
necesita un gran territorio. Lo importante, es sentirse bien con una misma. Ser
consciente que el paso del tiempo es inevitable, llevarlo de la mejor manera
posible. Pero sobre todo, no hay que abandonarse, no hay que dejarse estar, no
hay que dejar que nos pise el tren. Me encanta esa frase que dice, “antes
muerta que sencilla”. No podemos vivir como las actrices de las novelas, que se
levantan de la cama, maquilladas, peinadas, oliendo a rosas. No podemos estar
todo el día vestidas de fiestas como hace Carrie en la peli Sex and the city 2.
Pero si podemos, estar arregladas, cuidadas, vernos bien. No hay que olvidarse
que la primera relación amorosa que tenemos en la vida es con uno mismo. ¡Ojo!
Tampoco es bueno ser Narciso. Todo en la medida justa. Pero sí es importante,
mantener el romance con nuestro cuerpo, con nuestra propia catedral. Las
mujeres a veces nos olvidamos de esto. Anteponemos una lista larga y en el
último lugar nos ponemos a nosotras. Más todavía las que son madre, trabajan y
llevan adelante una familia. Nosotras llevamos en los genes, el ser mujeres
orquestas, hacer mil cosas al mismo tiempo. Sé que a los hombres esto que acabo
de decir no les guste, pero hasta ahora siempre he visto que los hombres llevan
en su ser la fuerza física y las mujeres la fortaleza. Son dos cosas
diferentes. Pero es así. No lo digo desde una mirada feminista, porque no lo
soy. Siempre creí en la igualdad de los sexos, y reconozco mis limitaciones.
También, es cierto que festejé cada progreso acertado del feminismo, pero no
compartí otros, sobre todo aquellos en que la mujer perdía su femineidad, su
rol de mujer.
Volviendo a la anécdota de hoy. Abrir el placar, sacar esa prenda que hace
años que no te entra, probártela y ver que está te queda mejor que cuando la
usaste por primera vez. Es un triunfo que sólo las mujeres entendemos. Ya que
no podemos pelear contra las arrugas, sólo podemos demorarlas y las que no
tienen miedo al quirófano, incluso estirarlas, al menos si podemos ganar otras
batallas corporales. Con mucho sacrificio se puede vencer a la balanza. Cuando
lo logramos, el mundo nos sonríe. ¡Ojo! También es cierto, que cuando estamos a
dieta, tenemos un humor de mierda, estás irritable. Siempre que estuve a dieta
y ni yo me aguantaba, me daba algún permiso. Pero reconozco que cuando tengo
amigas en plena lucha alimentaria, están super sensibles. También me ha pasado
en salir a comprar ropa con alguna de ellas y ver como se dejo estar. Ahí con
todo el dolor de mi alma, sólo me salió preguntarle ¿por qué? Y ahí me dí
cuenta que a veces, ponernos muchas capas de ropas no es sólo tapar nuestro
cuerpo sino tapar nuestra alma, nuestro corazón. Entonces, empezamos a mirar el
espejo, del pecho hacia arriba e incluso, llegamos a evitarlos. Pero ahí, se
sabe que no importa la apariencia o cuantos kilos de más se tienen, ahí importa
descubrir que nos pone tristes, que no queremos ver, que nos duele y estamos
evitando. Una puede tener kilos de más y estar feliz, eso es lo que importa, el
estar bien con uno mismo.
Si me preguntan por qué hoy con mis pantalones me sentí feliz. Les respondo
que por un lado, como solía decirme un amigo mío, porque todavía no tengo la
fecha de vencimiento puesta en la frente. Por otro, porque después de la
operación, no reconocía a mi cuerpo, me ví hinchada, deformada, mi panza era un
flan y encima parecía que no había albergado a un tumor, sino a un regimiento.
Con lo cual, que este pantalón me entrará, significo un nuevo triunfo, todavía
no puedo ganarle a esta herida que tengo que no cierra. Pero al menos, si pude
recuperar mi envase, mi catedral. Motivo por el cual, celebro con total
felicidad. Porque en mi caso fue al revés, venía depre y al verme con él
pantalón fue una inyección al ánimo. Fue en doble sentido, el regreso de los
muertos vivos.
Lola.
P:D: Agradezco al lector que en la historia anterior me dejo un comentario. Me encantó la frase. Así que si me da permiso la voy a usar en una futura historia.