jueves, 17 de junio de 2010

¡¡¡Morena, lleguè!!!

El otoño ya està instalado en la ciudad. Para mì es una estaciòn llena de nostalgia. No sè si es porque al caminar por la calle veo como las hojas caen de los àrboles, o porque los dìas se acortan y podemos disfrutar menos del sol, o porque comienzan los primeros frìos. Aparecen las primeras neblinas o tenemos màs dìas grises. ¡Què sè yo! Lo cierto es que siento que en esta època del año la nostalgia me abraza.
Sonò el despertador. Èste señalaba las 6 de la mañana. Yo me sentìa realmente mal. No iba ir a trabajar. La cama me invitaba, como siempre, a no levantarme. Asì que me hice chiquita debajo de las mantas y me quedè asì.
Fue en ese momento, en que cerrè los ojos, que la sentì en mi aire, abrazàndome. Cada tanto, cuando estoy triste, la sueño. Màgicamente aparece sola, sin buscarla, como si supiera que la necesito. Entonces, siento esa nostalgia en mi corazòn, como si fuera una aguja que me pincha y me dice que ahì està siempre. La verdad es que no hay un solo dìa de mi vida que no la extrañe, que no sienta el enorme deseo de sentir su abrazo. Me encantarìa tener ese poder de viajar en el tiempo, ir hacia el pasado y volver algunos momentos que vivì con ella. ¡Si pudiera! Me conformo con que sea alguno...¡Tan solo alguno! Creo que todos los que perdimos un afecto muy grande, muy especial, quisièramos tener esa varita màgica que nos permita por un rato volver el tiempo atràs para darle un beso, un abrazo, sentirlo otra vez.
Disfrutaba tanto de su compañìa. Me acuerdo cuando ella llegaba por las tardes a mi casa. Si yo estaba estudiando, iba directo a la cocina, ponìa la pava al fuego, me sacaba el mate de la mano, el termo (lo odiaba). Ella decìa que "los mates no se hacen de sentada". Y ahì nomàs me traìa un matecito calentito y espumante. Obviamente, que eso era la llave para abrir la puerta y dejar de hacer lo que estaba haciendo y ponerme a charlar con ella.
De aquellas largas charlas que recuerdo que tenìamos, siempre tengo presente las que hablamos de mi abuelo. Se le iluminaban los ojos. El amor le brotaba por los poros. Asì fue hasta el ùltimo dìa que èl habito en su cabeza, porque de su corazòn jamàs se fue.
Ella tuvo once hermanos que criar. Un padre italiano, o sea, de esos machistas que decìa que las mujeres debìan estar en la casa y atender a su marido. Al ser la mayor, casi no salìa, excepto si lo hacìa con sus hermanos varones. Entonces asì, ella podìa ir al baile de los zorros grises. Sus posibilidades de conocer a un hombre eran muy limitadas. Pero, tuvo esa suerte celestial, ese don divino que la tocò con la varita. Porque el amor tocò a su puerta. ¡¡¡Siii!!! Como me leen. EL AMOR TOCÒ A SU PUERTA, sin tener la necesidad de salir a la calle. Se enamorò perdidamente del panadero que llevaba, todas las mañanas, el pan a su casa.
Un gallego, que tuvo que venirse a la Argentina escapando de la miseria y de la guerra. Un gallego, a quièn lo subieron en un barco con un atado de ropa, y una direcciòn en el bolsillo. Un gallego que vio por ùltima vez a su madre cuando èsta se desmayaba mientras èl se alejaba de su tierra. Un gallego, que se muriò deseando volver a su Orense querido.
Diez años estuvo de novia. Hasta que un domingo, de esos que èl iba a visitarla, cuando se despedìan le dijo: "¡Prepàrate, en dos meses nos casamos!" Mi abuela saltò de alegrìa, no lo podìa creer, el corazòn le explotaba de emociòn. Cada vez que me contaba este momento de su vida, sus ojos se llenaban de esa misma felicidad.
Lo amò con su vida. Fue una mujer que le entregò todo. La peleo dìa a dìa al lado de su hombre. Formo su familia, tuvo sus hijos. Y siempre, con un amor tan grande, tan puro. ¿Saben una cosa? La ùltima vez que ella me volviò a contar esto, hacìa 25 años que mi abuelo habìa fallecido, y sin embargo, el amor que le tenìa seguìa brotando de sus ojos con la misma intesidad. No hubo un solo dìa de su vida que ella no hablara de èl. Lo extraño tanto, tanto. Ya les digo, lo amò con toda su alma hasta el ùltimo dìa que lo tuvo en su memoria.
Mi mamà me contò, que cada vez que mi abuelo entraba a la casa gritaba: "¡¡¡Morena, Lleguè!!!" Ella se sonreìa y salìa a su encuentro. Aùn si estaban enojados y no se hablaban.
Mi abuela fue una mujer sencilla, que inundò mi vida y la vida de cada uno de los miembros de mi familia con las cosas simples de todos los dìas pero llenas de una ternura inimaginable. No hay momento, en que yo estè con mi familia y su nombre no sea pronunciado.
Ella ilumino mi alma, y me enseñò que una siempre tiene que creer, que pase lo que pase, EL AMOR PUEDE TOCAR A TU PUERTA, aùn en la era de internet.
Lola

Nota: Justo que estaba escribiendo està historia, mi familia y yo vivimos un acontecimiento muy importante. Fuimos a la jura de mi hermana quièn se recibio de licenciada en obstetricia. Sè que estuviste ahì con nosotros, sè que hubieses estado orgullosa de tu nieta. Porque el sacrificio, el coraje, lo que lucho para tener su tìtulo fue mucho. Hoy otra de tus nietas alcanzò su sueño, su mejor conquista. Esta historia hoy se la dedico a mi abuela, quien fue en quien mi inspire y a mi HERMANA, POR ENSEÑARME TANTO, POR ENSEÑARME LO QUE ES SER PERSEVERANTE, A LEVANTARSE Y SEGUIR CAMINANDO, POR ENSEÑARME A QUE UNO DEBE ESCALAR LA MONTAÑA PARA LLEGAR A LA CIMA Y SENTIR EL ORGULLO DE LA CONQUISTA. 

sábado, 5 de junio de 2010

¡¡¡Qué regalo!!!


Toqué el timbre. La puerta del edificio se abrió. Subí los siete pisos en ascensor. La puerta del departamento estaba entornada. Al principio me asuste. ¿Habrá pasado algo? Por las dudas golpeé. “¡Pasaaa!” Cuando escuché su voz me relaje.
Estaba todo a oscuras. Por detrás de mi siento que me dicen “¡Al fin en casa!” Sus brazos envuelven mi cintura. Sus labios empiezan a recorrer mi cuello suavemente. Sus manos me quitan la cartera, luego el abrigo. Me gira hacia él. Mi boca queda junto a la suya “¡Hola amor!” me dice con esos ojos llenos de ternura. Me sonrío, le acaricio la cara- ¡Hola! ¿Qué es todo esto?.  Sólo me besa. Un beso largo, suave. Se va intensificando, llenando de pasión. Su lengua se entrecruza con la mía en un juego seductor. Mis brazos envuelven su cuello. Siento como empieza acariciarme. El pelo, el cuello, la espalda hasta llegar a mi cola. Ahí se detiene y con su tono pícaro suelta ¡mmmmm, este culo me vuelve loco! Nos reímos. Me abraza fuerte contra su pecho.
- No te muevas, quédate así.- En medio de esa oscuridad, él se desintegra hasta que la luz de una vela nos ilumina. Prende varias. Veo que preparó la mesa con copas, puso flores. Se acerca a mí, me toma de la mano. Me invita a sentarme, corre mi silla, todo un caballero. Me emociona su gesto, me hace sentir especial, única. Logra emocionarme cuando le escucho decir que hoy soy su reina y que ha cocinado para mí.
Cenamos, bebimos el néctar de los dioses. Con nuestras copas nos fuimos a sentar al sillón. Ahí saco un regalo. Lo miraba sorprendida, emocionada, los ojos se me llenaron de lágrimas. Siempre me emocionan estos gestos y como dice mi madre, “No he perdido la capacidad de emocionarme”. No pude evitar, sentarme arriba de él y besarlo, llenarlo de besos. Entre sonrisas y gemidos fue sacándome la remera. Otra vez sentía sus manos en mi espalda. La yema de sus dedos la recorría; subían y bajaban por ella suavemente. Amo cuando me acaricia de esa forma. Desprende mi corpiño. Se queda mirando mis pechos, los acaricia, los agarra delicadamente. Me toma de las axilas y me levanta. Entonces sujeta uno. Su lengua recorre el pezón, hace círculos, se pone como loca, lo besa, lo succiona. Luego toma el otro y otra vez hace el mismo juego. Yo vuelo de placer. Empiezo a sentir que me desprendo del suelo y que comienzo un viaje que no sé donde me lleva, pero me dejo llevar, me entrego. Desabrocha mis pantalones, los baja lentamente. Se para delante de mí, me abraza, me besa, me acaricia. Entonces yo, lo tomo de la cintura, desabrocho su pantalón y se los voy quitando de la misma manera que él quitó los míos. Entonces son mis manos las que empiezan a jugar, a recorrerlo, a palparlo, vislumbro su deseo, su placer, su gozo y su entrega. Las calderas de la sangre se encendieron. Me agarra nuevamente la mano, me lleva a la habitación y me recuesta en la cama. Y otra vez, comienzan sus labios a caminar sobre mi. Siento besos pequeños sobre mis mejillas, mi nariz, mis labios. Recorre mis labios. Nuestras lenguas juegan, entrecruzándose, lamiéndose, mojándose. Su boca se aloja en mi cuello. Sabe que me da mucha cosquilla, me escucha reír baja a mis pechos y se queda un buen rato en ellos. Apenas la punta de su lengua roza mi abdomen, mi ombligo. Besa dulcemente mi pelvis, mi pubis. Me abre las piernas y la siento mojada sobre mí. Fue apoyarla y sentir el clímax para explotar de placer, desesperarme de placer hasta sentir que mi cuerpo se desprendía totalmente de mí. Tome su cara, acerque su boca a la mía y lo explore con el mismo detenimiento que él utilizo conmigo. Bese cada rincón de su cuerpo, acaricie cada centímetro de su piel. Me encanta oírlo gemir. Me encanta que tenga deseo de mi. Besarlo casi imperceptiblemente la ingle, que mi lengua recorra lentamente su entrepierna, que este cerca de su virilidad y se tense, hasta sentir su desesperación, su éxtasis, su locura hasta lamer, hasta besar, su gozo. 
Subo, me arrodillo, lo tomo de las manos y lo incorporo en la cama. Sin dejar de mirarlo me siento sobre él. Me sujeta de las caderas y nos balanceamos, en ese vaivén maravilloso, dejándonos llevar por el arrobo de los cuerpos. Su respiración en mi oído, mi respiración en el suyo, nos funde, nos hace uno, nos derretimos hasta desintegrarnos en ese grito único e inexplicable, en ese grito de liberación que hace que nuestras miradas se reencuentren en el espléndido momento de la máxima expresión del placer. Nos abrazamos, nos quedamos así un rato, el silencio se interrumpe cuando me dice al oído ¡Feliz cumple, mi amor!
Es el regalo más sublime que puede recibirse, es el regalo de la entrega, del amor. Es ese deseo que te impulsa a creer que esto puede suceder. Tal vez, el cumpleaños que viene.

Lola