sábado, 5 de junio de 2010

¡¡¡Qué regalo!!!


Toqué el timbre. La puerta del edificio se abrió. Subí los siete pisos en ascensor. La puerta del departamento estaba entornada. Al principio me asuste. ¿Habrá pasado algo? Por las dudas golpeé. “¡Pasaaa!” Cuando escuché su voz me relaje.
Estaba todo a oscuras. Por detrás de mi siento que me dicen “¡Al fin en casa!” Sus brazos envuelven mi cintura. Sus labios empiezan a recorrer mi cuello suavemente. Sus manos me quitan la cartera, luego el abrigo. Me gira hacia él. Mi boca queda junto a la suya “¡Hola amor!” me dice con esos ojos llenos de ternura. Me sonrío, le acaricio la cara- ¡Hola! ¿Qué es todo esto?.  Sólo me besa. Un beso largo, suave. Se va intensificando, llenando de pasión. Su lengua se entrecruza con la mía en un juego seductor. Mis brazos envuelven su cuello. Siento como empieza acariciarme. El pelo, el cuello, la espalda hasta llegar a mi cola. Ahí se detiene y con su tono pícaro suelta ¡mmmmm, este culo me vuelve loco! Nos reímos. Me abraza fuerte contra su pecho.
- No te muevas, quédate así.- En medio de esa oscuridad, él se desintegra hasta que la luz de una vela nos ilumina. Prende varias. Veo que preparó la mesa con copas, puso flores. Se acerca a mí, me toma de la mano. Me invita a sentarme, corre mi silla, todo un caballero. Me emociona su gesto, me hace sentir especial, única. Logra emocionarme cuando le escucho decir que hoy soy su reina y que ha cocinado para mí.
Cenamos, bebimos el néctar de los dioses. Con nuestras copas nos fuimos a sentar al sillón. Ahí saco un regalo. Lo miraba sorprendida, emocionada, los ojos se me llenaron de lágrimas. Siempre me emocionan estos gestos y como dice mi madre, “No he perdido la capacidad de emocionarme”. No pude evitar, sentarme arriba de él y besarlo, llenarlo de besos. Entre sonrisas y gemidos fue sacándome la remera. Otra vez sentía sus manos en mi espalda. La yema de sus dedos la recorría; subían y bajaban por ella suavemente. Amo cuando me acaricia de esa forma. Desprende mi corpiño. Se queda mirando mis pechos, los acaricia, los agarra delicadamente. Me toma de las axilas y me levanta. Entonces sujeta uno. Su lengua recorre el pezón, hace círculos, se pone como loca, lo besa, lo succiona. Luego toma el otro y otra vez hace el mismo juego. Yo vuelo de placer. Empiezo a sentir que me desprendo del suelo y que comienzo un viaje que no sé donde me lleva, pero me dejo llevar, me entrego. Desabrocha mis pantalones, los baja lentamente. Se para delante de mí, me abraza, me besa, me acaricia. Entonces yo, lo tomo de la cintura, desabrocho su pantalón y se los voy quitando de la misma manera que él quitó los míos. Entonces son mis manos las que empiezan a jugar, a recorrerlo, a palparlo, vislumbro su deseo, su placer, su gozo y su entrega. Las calderas de la sangre se encendieron. Me agarra nuevamente la mano, me lleva a la habitación y me recuesta en la cama. Y otra vez, comienzan sus labios a caminar sobre mi. Siento besos pequeños sobre mis mejillas, mi nariz, mis labios. Recorre mis labios. Nuestras lenguas juegan, entrecruzándose, lamiéndose, mojándose. Su boca se aloja en mi cuello. Sabe que me da mucha cosquilla, me escucha reír baja a mis pechos y se queda un buen rato en ellos. Apenas la punta de su lengua roza mi abdomen, mi ombligo. Besa dulcemente mi pelvis, mi pubis. Me abre las piernas y la siento mojada sobre mí. Fue apoyarla y sentir el clímax para explotar de placer, desesperarme de placer hasta sentir que mi cuerpo se desprendía totalmente de mí. Tome su cara, acerque su boca a la mía y lo explore con el mismo detenimiento que él utilizo conmigo. Bese cada rincón de su cuerpo, acaricie cada centímetro de su piel. Me encanta oírlo gemir. Me encanta que tenga deseo de mi. Besarlo casi imperceptiblemente la ingle, que mi lengua recorra lentamente su entrepierna, que este cerca de su virilidad y se tense, hasta sentir su desesperación, su éxtasis, su locura hasta lamer, hasta besar, su gozo. 
Subo, me arrodillo, lo tomo de las manos y lo incorporo en la cama. Sin dejar de mirarlo me siento sobre él. Me sujeta de las caderas y nos balanceamos, en ese vaivén maravilloso, dejándonos llevar por el arrobo de los cuerpos. Su respiración en mi oído, mi respiración en el suyo, nos funde, nos hace uno, nos derretimos hasta desintegrarnos en ese grito único e inexplicable, en ese grito de liberación que hace que nuestras miradas se reencuentren en el espléndido momento de la máxima expresión del placer. Nos abrazamos, nos quedamos así un rato, el silencio se interrumpe cuando me dice al oído ¡Feliz cumple, mi amor!
Es el regalo más sublime que puede recibirse, es el regalo de la entrega, del amor. Es ese deseo que te impulsa a creer que esto puede suceder. Tal vez, el cumpleaños que viene.

Lola


No hay comentarios:

Publicar un comentario