El sol caía en
la provincia española de Córdoba. El frío se hacía sentir. Tomé un taxi rumbo a
la estación de trenes. Mi próximo destino era Sevilla. Sólo éramos mi pequeño
equipaje y yo. Mis retinas querían guardar cada imagen que se presentaba ante
mí, antes de cambiar el rumbo.
Llegué con
tiempo de sobra para tomar mi tren. Lo hice a propósito porque cuando viaje a Córdoba la empleada del ferrocarril me
hizo perder el viaje y salí una hora y media más tarde, estuve a punto de
perder todo lo que había contratado. Así que me senté en un banco a esperar que
el tiempo vuele. En un momento, cuando observe toda la escena, me sonreí,
porque sentía que me había agarrado el síndrome Penélope. Yo no tenía mi bolso color marrón, ni mis
zapatitos de tacón y mucho menos, mi vestido de domingo. No esperaba un amor,
pero sí llegar a mi otro destino. Por suerte la espera se me hizo entretenida
porque mientras estaba sentada en el banco de pino verde, me mensajeaba por
celular con mi mejor amigo y nos reíamos, como siempre lo hacíamos.
Llegó mi tren.
Abandoné mi banco, mi espera, dejando atrás esa parte de mi viaje. Partí rumbo
a Sevilla. Sabía que allá me estaba esperando una guía de turismo. Me dio
cierta cosita porque al único pasajero que esperaba para hacer el tour, era yo.
Cuando llegué,
la vi parada con un cartel que tenía mi nombre. Ahí me agarró, por un lado,
vergüenza y por el otro, me sentí una celebridad y me reía mientras me acercaba
a ella. Era una mujer petisa como yo, escondida detrás de una bufanda. Laura
era su nombre. Una andaluza simpatiquísima, con una gracia sin igual. En su
mirada se notaba la curiosidad que le producía. Seguramente se preguntaba ¿qué
hace está mujer sola contratando una guía para recorrer Sevilla? Si supiera que
me daba lo mismo que ella esté. Pero venía incluida en el paquete. Ni bien nos
saludamos, me explicó cómo me había organizado todo mi recorrido, dado que mi
estadía era breve.
Me llevó al
hotel. Acordamos la hora que me pasaría a buscar al otro día. Mientras ella y
yo conversábamos, sentí que unos ojos me miraban. Busqué disimuladamente y vi a
un joven que me observaba con atención, me escuchaba hablar detenidamente y se
sonreía. Laura se fue. Me acerqué a la recepción para registrarme. Su sonrisa
me estaba esperando. Me recibió con mucha amabilidad y simpatía. Le dije mi
nombre y empezamos a charlar. Le conté de dónde era, qué hacía en España. Ya
eran las nueve de la noche y él me recomendó que lo mejor que tenía para hacer
esa hora en Sevilla era ir a un colmao. La idea era buena, pero la verdad a mi
me daba cierta cosita ir sola y también sabía que al otro día tenía un largo
itinerario para hacer. Así que le respondí que prefería quedarme en el hotel.
Entonces, con la gracia propia de los españoles y con esa tonadita especial, me
dijo. “Pues si quieres conversar un rato, puedes bajar a la recepción estoy
hasta la siete de la mañana. Después de la media noche aquí suele ser muy
tranquilo”. No sabía muy bien como tomar eso, si como una gentileza de su parte
porque le dije que no iba a salir o como una invitación para vernos de nuevo.
Antes de subir al cuarto, se encargó de darme todos los números para
comunicarme a la recepción. Mientras él hablaba yo no podía dejar de sonreírme,
de ver esos ojos color miel, su cabello negro, su voz me encantaba. No podía
ser más lindo. Luego me fui a la habitación. Mientras esperaba el ascensor
junto al chico que me llevaba el equipaje. Sentía su mirada en la espalda, y
por el reflejo de las puertas de acero veía esa sonrisa que no dejaba de
resultarme seductora.
Abrí la puerta,
me saqué la enorme campera de invierno que llevaba puesta. La cual me hacía
parecer un oso polar. Tiré mi mochila sobre la cama. Prendí la tele y llamé al
chulazo, (mi mejor amigo), tenía que reportar que había llegado bien y contarle
lo que me acaba de ocurrir. Fue decirle “¡Hola!” y empezar a reír. Le conté lo
que sucedió. Éste se rió y como es muy típico de él me dijo: “Te bañas, te
cambias, te pones una “Tía buena” y bajas hablar con él”. Me tentó mucho de
risa, eso de tía buena, los españoles le dicen así a una chica que les resulta
linda. Cumplí con la orden. La excusa que usé es que quería cenar.
Cuando las
puertas del ascensor se abrieron y él me vio, su sonrisa se le instaló en la
cara y yo perdí el sentido de donde estaban mis pies. Sentía que levitaba hacia
él. Le dije que quería cenar en el hotel, si tenía que pedir servicio al cuarto
o lo podía hacer en salón comedor. A él le brillaron los ojos y me dijo que si
lo esperaba media hora, él me invitaba a cenar, porque era su hora para comer.
Así lo hice.
Su nombre era
Manuel, oriundo sevillano. Hablaba varios idiomas, estudiante de
administración, simpático, seductor y muy divertido. Durante la cena me reí
mucho. Él tenía curiosidad por Argentina y sus costumbres, así que me preguntó
de todo. En un momento de la charla, en un acto de espontaneidad absoluta dijo:
“-Me encanta la manera de hablar de las argentinas. Sois muy guapa”. Yo me puse
colorada como una bola de fuego y me sonreí.
La cena fue
corta. Él tenía que seguir trabajando y yo, levantarme temprano. Cuando nos
despedimos, me miró con esos ojos color miel, se sonrió y con ese acento
español tan seductor me dijo que era una pena que tenía que trabajar, sino me
llevaba a conocer la noche sevillana. “-Espero verte mañana” y me saludó a la
española, un beso en cada mejilla.
Al otro día,
cuando me encontré con Laura, estaba esperándome en la puerta del hotel. Él ya
no estaba. A mi me hizo un ruidito en el corazón, no me quedaba mucho tiempo,
al otro día me iba.
Laura me llevó
al casco antiguo de Sevilla, me sumergí en esas callecitas antiguas. Pasamos
por el Costurero de la Reina, el Alcázar
de Sevilla, ese Palacio me encantó. Me gusta la idea de entrar a uno de ellos y
preguntarme por su historia, por los antiguos habitantes. Luego la Plaza de España, el Ayuntamiento, el
Barrio la judería es tan pintoresco. Almorzamos
en uno de sus restaurantes. Éste era chiquito, antiguo y me trataron muy
bien. Mi guía los conocía así que fue como estar en el comedor de una familia a
la que conocía hacía tiempo. La verdad es que me la pasé de “Puta madre”. A la
tarde fuimos a la Catedral de Sevilla, ¡¡Qué lugar!!¡¡Cuánto arte!! Sus
altares, sus esculturas, esas sillerías talladas en madera, la tumba de
Cristóbal Colón y la Giralda. Tomé coraje y subí hasta el mirador. 50 pisos en
forma de rampa. ¡¡Menos mal!! Porque si eran escaleras no sé si hubiera podido
llegar hasta el final. Al salir de ahí, las gitanas se acercaban diciendo: “un
ramito de romero pa’ ti. ¡Venga niña! que te leo la línea de la mano, venga que
te digo tu suerte, tu destino”. Laura me miró y me sacó de ahí caminando
ligerito, luego agregó: “Las gitanas tienen la astucia de dejarte sin un duro
en el bolsillo” Me reí de su manera de decírmelo. A esta altura ella y yo nos reíamos mucho
juntas, la habíamos pasado genial. Teníamos que despedirnos pero a Laura le
agarró más nostalgia que a mí y me hizo una confesión: Mira, desde que soy guía
de turismo nunca me ha ocurrido algo así, de tener este contacto con un
cliente. No sé porqué pero te siento como mi hermana menor. Así que si te
apetece te invito a cenar a mi casa”. Me encantó su invitación y no podía
negarme. Me parecía todo parte de una aventura, que había emprendido cuando
inicie este segundo viaje a España. Sentía que no podía perderme de nada. No
sabría si volvería a venir. Así que me fui para la casa de Laura. Al ser sábado
a la noche estaba toda su familia, marido, hijas, sus padres, la hermana, era
un batallón de gente que me atendió excelentemente bien, me hicieron sentir en
casa. La noche se prestó para que el cante jondo se escuchara por sus voces
sevillanas, el flamenco reinaba en el aire. Laura sacó sus castañuelas, las que
tocaba muy bien. Mientras ellos cantaban yo no podía dejar de reír de
felicidad. Despedirme de cada uno de ellos me dio tristeza. La verdad es que
ninguno quería que la noche se terminara. Pero yo al otro día partía. Así que
abrace a cada uno de ellos con el agradecimiento de la noche compartida, la
alegría de haberlos conocido y la tristeza que da las partidas. Con Laura fue
peor. Me dejo en la puerta del hotel, lloramos las dos, la verdad que la sentía
muy cercana a mí, compartimos los mail y la promesa de que si llegaba a volver
a España vendría a visitarla.
Cuando entre al
hotel, secándome las lágrimas ahí estaba él, iluminando el lugar con su
sonrisa. Sabía que ese día a la tarde me iba a Madrid. Cuando me vio hablamos
un rato, me invitó a salir aquella tarde. Le recordé que 19:30 debía tomarme el
tren, así que el adelanto la cita, con su tonada dijo “Pues te espero a las 13
hs. El equipaje lo puedes dejar aquí hasta la hora de partir”.
A la hora
señalada me estaba esperando. Yo estaba cansada de tanto jaleo. Pero no me
importaba. Sentía todas las mariposas revoloteándome en el estómago. Fuimos a
almorzar, hablamos un montón, nos reímos mucho, cada uno por sus expresiones.
Con un café de por medio, ya había perdido la cuenta de cuántos, me confesó que
le parecía guapísima, que le encantaba y qué lástima que yo no tuviera más
tiempo en la provincia Andaluza. Para mis adentro pensaba exactamente lo mismo,
pero también me decía:¡Mejor así! Mientras lo escuchaba mi mente se llenaba de
las imágenes de la película “Antes del Amanecer”, de esa relación fugaz entre dos personas,
conociendo un lugar y a ellos. Yo no podía hacer aquella promesa que se hacen
los personajes de volverse a encontrar seis meses después, en la misma ciudad a
las seis de la tarde. Así que sólo me dedique a disfrutar lo que me quedaba de
tiempo ahí con él.
Caminamos un
montón, me llevó a un parque precioso, dicen que antiguamente fue el parque
privado de la reina. Después transitamos por la costa del Río Guadalquivir. En
un momento se paró, me miró a los ojos y me dio un beso. Me abrazó fuerte
contra su pecho. ¡Qué sensación tan linda!! No sabía qué hacer, qué decir, sólo
me sonreía. El tiempo se acababa, a partir de ese beso me tomó de la mano y me
abrazaba al caminar. Mientras lo hacía yo pensaba en la cantidad de años que no
caminaba de la mano así con alguien, que yo no me sentía feliz. Volvimos al
casco antiguo, a recorrer las calles del Barrio de la Judería hasta que se
detuvo en un pasaje muy angosto y ahí me contó: “Estamos parados en ‘La calle del
beso’. Se llama así porque el espacio que hay entre la calle permitían que los
enamorados salgan a sus balcones y con sólo estirar un poco el cuerpo podían
besarse” Ahí nos volvimos a besar. Quería dejar esa imagen retrata en mi
memoria. Mire el reloj y dije: lamentablemente es hora de pasar a buscar mi
equipaje al hotel. Me volvió a besar. Me tomó de la mano. Nos subimos a su auto.
Recogí mis cosas en el hotel y seguimos viaje hasta la estación de tren. Me
acompañó hasta la plataforma, era difícil soltarse, decirse adiós. Llegó el
tren. Yo tenía un nudo en la garganta, no podía decir una sola palabra. Tenía
un malambo de sentimientos y sabía que iba a llorar. No quería hacerlo. Me
parecía que estaba siendo la protagonista de una película romántica y me negaba
ser melodramática. Él me miró, me tomó la cara entre sus manos, se sonrió y
dijo: “Me encanto conocerte, nunca una mujer me hizo reír tanto. Sois alguien
muy especial, tenéis una luz tan linda. Una mirada tan profunda. Déjame grabar
tu imagen, tu mirada” Sacó su celular y me sacó algunas fotos. Dieron el último
aviso. Sólo pude decirle que yo también estaba feliz por haberlo conocido y por
la hermosa tarde que compartimos. Nos besamos. Subí al tren. Lo vi por la
ventana, con sus manos en los bolsillos, su sonrisa iluminada, su mirada
chispeante estaba colorada, me pareció que contenía las lágrimas. Yo sonreía,
pero mis lágrimas no pudieron evitar correr lentamente por mis mejillas. Así
partí de Sevilla.
Yo no creía que
podía vivir algo tan parecido a una película y sin embargo, me sentí así. Hoy
después de tanto tiempo de esto. Sólo sé, que debes en cuando, en esas noches
que me invade la nostalgia, cierro los ojos y lo veo a él, sonriéndome desde el
andén.
Lola.
La Calle del Beso-Sevilla |
Plaza de España- Sevilla |
El Alcázar de Sevilla |
La Giralda- Barrio de la Cruz, la Judería. |
Barrio de la Cruz- La judería de Sevilla |
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