jueves, 22 de enero de 2015

Mi otra mitad: Lupe

Marzo. Mañana soleada. El reloj señalaba que eran las 7:45 hs. Ahí estaba yo, con mi guardapolvo celeste, mi portafolio marrón, mi pelo atado al estilo lifting. Mi madre me tomaba de la mano y así entramos al colegio. Mi primer día de clases, de mi primer grado. El primer día del resto de mi vida. Después del acto de apertura del ciclo escolar, mi mamá me acercó a una maestra que me hizo formar. Cuándo el curso estaba completo nos hizo seguirla al salón. Yo estaba nerviosa, me ponía mal la situación. Mientras me alejaba miraba a mi mamá que me saludaba con la mano. Mientras ella estaba emocionada, yo deseaba que me llevara, que no me deje ahí.
Entré al salón, había como seis mesas. Cada una de ellas tenía cinco o cuatro lugares. Me senté en la primera que vi. Y ahí la conocí. Al principio nadie decía nada hasta que la seño nos fue preguntando cómo nos llamábamos. Cuando todos nos habíamos presentado, charlar entre nosotros resulto más fácil. Y así, de repente, comenzamos hablar. Estuvimos juntas en los recreos. Después nos tocó el mismo micro que nos llevaba a nuestras casas. Así empezamos hacernos compañeras.
Con el transcurso del tiempo, compartimos más actividades. Nuestras madres nos llevaban a catequesis familiar (esto me olvide de decirlo, íbamos a un colegio católico). Ella vivía cerca de mi casa y a veces iba a almorzar a la suya. Así nos hicimos amigas.
En tercer grado, después de la muerte de mi abuela Luisa,  me mude a la casa en que mi papá nació. Al lado del departamento en el que vivíamos, estar ahí era un castillo. La casa era enorme, y lo sigue siendo. Lupe, mi amiga, también se mudo, Justo a la vuelta de mi casa. A partir de ahí nos hicimos inseparables. En el radio de una manzana Lupe y yo, teníamos todo lo que dos nenas de 8 años pueden necesitar. A mitad de camino entre mi casa y la de ella, por el sentido de las agujas del reloj, vivía mi abuela Irene. Del sentido contrario, los abuelos de Lupe, José y Visita. Con lo cual, nuestras tardes eran en su casa, un poco en la de mi abuela, otro tanto en la de los abuelos de ella y por último mi casa. Más en verano que podíamos jugar toda la tarde.
La casa de Lupe paso a ser mi casa. Sus hermanas las mías. Así que cuando entre ellas se peleaban yo la ligaba sin distinción alguna. Ellas son cuatro. Así que se imaginan que revuelo se armaba cada vez que alguna se peleaba con otra. Ninguna se salvaba, incluida yo.
Lo bueno de esos años de la infancia es que nosotras teníamos un mundo producto de nuestra imaginación que muchas veces nos contenía de todo lo que pasaba en el afuera. Lupe, realmente paso a ser mi hermana de la vida, más que mi amiga.
La secundaria nos separó un poco, aunque íbamos a la misma escuela, estábamos en distintos cursos. Pero alguna que otra tarde nos juntábamos. Cuando empezamos la universidad, ahí dejamos de vernos, cada una estaba haciendo su vida, su destino. Pero como siempre vivíamos cerca, las veces que nos cruzabamos, charlábamos como si nos hubiéramos visto ayer. Esa era la magia. De todas maneras, cabe decirles que nunca dejamos de ser testigo una en la vida de la otra. Ella vino a mi fiesta de quince años, yo fui a verla a la iglesia cuando se caso, etc.
Después de unos años, ya siendo mujeres profesionales, la vida quiso que me la encuentre por la calle. En media hora, paradas en la esquina de la casa de sus abuelos, y de mi casa, le conté que tenía un casamiento y que quería que ella me haga el vestido. Porque Lupe, se había recibido de Diseñadora de indumentaria y textil. Fue con esa excusa, que volví a la casa de su madre, que nos reencontramos. A partir de ahí no nos separamos más. Somos hermanas de la vida, que están en todo momento.
Ella me vio llorar muchísimas veces y yo a ella. Me acompañó en cada ruptura amorosa, y en cada logro que tuve. Yo estuve cuando se divorció, cuando volvió a enamorarse. Fui la primera en enterarme que estaba embarazada, de hecho soy la madrina de su hijo. Ella fue la que me llevo de urgencia al médico cuando me sentía mal y lloró conmigo cuando me dieron el diagnóstico. A la primera que le avisé que se había muerto mi madre, fue a ella y lloró conmigo por teléfono. A la media hora estaba en la puerta de la casa de mis viejos, nos abrazamos fuerte y no nos soltamos. También está en cada alegría. Así somos.
No tenemos ninguna duda, que si es necesario nos llamamos a las tres de la madrugada para decirnos: “-tengo algo para contarte”. La vida nos hermanó, nos hizo esas hermanas de la vida, capaz de hacer cualquier cosa la una por la otra. Ella sabe que sus secretos están a salvo conmigo, y los míos con ella. ¡Ojo! También discutimos y nos decimos las más terribles verdades, pero las dos tenemos en claro que lo hacemos con el amor que nos tenemos, que la sinceridad entre nosotras es absoluta. Siempre voy a preferir un reto de ella, que de cualquier otro, porque ella me conoce como la palma de su mano. Sabe cuáles son mis fortalezas y cuáles son mis debilidades. No necesita verme todos los días para saber cómo estoy. Somos los complementos justos, lo que yo carezco a ella le sobra y viceversa. Cuando alguna anda rengueando la otra es la muleta que la sostiene.
A lo largo del tiempo, entendí eso que dice Lennon, no se puede ponerle a una persona la responsabilidad de ser nuestra mitad, nosotros nacimos completos. Es verdad, nacimos completos, pero a mí la vida me demostró, que esa mitad que creemos necesitar, o esa parte que nos hace sentirnos completos, no es una pareja. Es un amigo, en mi caso, es Lupeta, mi hermana de la vida. Desde los 6 años hacemos caminos juntas, nos hemos visto en todo tipo de situaciones, hemos compartido cada momento, tenemos un lugar en este mundo que es nuestro, hemos aprendido que la amistad se construye día a día, y que nuestro lazo es único en el mundo. Como dice el Principito, nos hemos domesticado. Seguramente, nos acompañaremos también en nuestra vejez, espero que así sea.
Lupe tiene un millón de cosas que le admiro, otras (muy pocas) que le detesto, como seguramente a ella le pasa conmigo. Pero está ahí, siempre. Cuando hice mi espectáculo de narración oral, dije si yo pude tener otras amigas y amigos, es porque ella me enseño el significado de la palabra AMISTAD. Porque con ella aprendí el significado de esa frase tan común, LOS AMIGOS SON LA FAMILIA QUE UNO ELIGE. Me alegra y me llena de orgullo que ella me permita formar parte de su vida, para mi es el mejor honor que puedo tener. Ella me enseñó, que siempre hay alguien que puede ser nuestra media naranja o mejor dicho, nuestra otra mitad, la que te complementa y te ayuda a sentirte completa.

Gracias Lupe, por el camino recorrido, por el que recorremos y por todo lo que nos falta por andar  juntas.
Lola

1 comentario:

  1. Que bueno es leerte.... tus palabras son mimos al alma..... para mi es un orgullo saber de personas con tantos sentimientos nobles como los tuyos..... vamos por mas Lola!!!!!!!!!

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