jueves, 5 de agosto de 2010

Sorpresas te da la vida

¿Qué cosas le pueden importar a una adolescente de 14 años? A las de ahora no lo sé, ellas crecen a la velocidad de la luz, hacen cosas que nosotras no hacíamos. Nuestros 14 años todavía estaban lleno de ingenuidad, de inocencia. Todavía estaban frescos en nuestra memoria los recuerdos de esos juegos infantiles. Apenas hacía un año que transitábamos el mundo del colegio secundario. Nos empezábamos a preocupar para que nos den permiso para ir a bailar, el chico que nos gustaba, la fiesta de quince años, o simplemente cumplir quince porque para las mujeres, tenerlos significaba el pasaporte para poder hacer cosas, aquellas que según las madres necesitábamos abalarlas con la edad. Nunca entendí esas frases… “¡Cuando cumplas los quince años!”, “¡todavía no tenes quince años y queres hacer cosas de grande!” sobre todo estas frases surgían cuando queríamos ir a bailar o a una fiesta donde había chicos más grande. ¡Esas cosas que tienen las madres! Jajajaja.
Pero retomando el tema, a los 14 años no existen grandes problemas existenciales, aunque en ese entonces una podía sufrir como una marrana si el chico que nos gustaba no nos daba bola. Los problemas pasaban por otro lado, por cosas insignificantes, por querer el pantalón de moda y tener que esperar para tenerlo, la negativa de nuestros padres para irnos a dormir a la casa de alguna amiga, etc. Tonteras.
Los míos fueron raros, diferentes. Un día, una tarde, la vida me sorprendió y me abrió la puerta a lo desconocido. A una experiencia que no hubiera elegido vivir si alguien me lo hubiese preguntado. A la distancia, puedo decir que ese momento me hizo comprender tantas cosas, crecer de golpe, mirar la vida desde otro lugar, empecé a valorar otras cosas. Esas cosas que a los 14 años no se registran, no se tienen en cuenta. Ahí fue la primera vez que me lleve un sacudón del destino, fue la primera vez que sentí un miedo especial, distinto, no era el típico miedo adolescente. Éste era grande.
Una tarde estaba tomando mate con mi hermana. Las dos sentadas a la mesa, mirando tele, matándonos de risa por alguna tontera. Mi vieja llegaba de trabajar. En eso estire mi brazo para pasarle un mate, apoyando mi pecho contra el borde de la mesa. Pegué un grito de dolor, sentí como si me clavaban un chuchillo. Salí corriendo hacia al baño. Me saque la remera, el corpiño. Ahí estaba, esa mancha roja sobre mi pecho. La toque, me dolía pero detrás de esa aureola roja que abarcaba gran parte de mi seno había un bulto, una dureza. Me quede paralizada frente al espejo, mirándome la teta. Cuando caí a la realidad, las lágrimas brotaban de mis ojos sin control, entonces grite ¡¡¡Mamáaa!!!. Vino volando al baño, cuando me miró se llevó la mano a la boca, estaba tan sorprendida como yo. Me tocó y descubrió lo mismo que yo. Me abrazo, me dijo… “¡¡No es nada!! Seguro te golpeaste”. Pero ninguna de los dos creíamos en esas palabras. Salímos del baño, y llamó a Alis, su amiga, a quien yo adoro y la quiero como si fuera mi tía. Le contó lo que me pasaba y le pidió que el teléfono de su Doctora, una especialista en mamas. Ni bien corto con ella, llamó, pidió un turno. A la noche estábamos todos sentados a la mesa. Pese a que mis hermanos hacían bromas y mis viejos hablaban de boludeces. El aire estaba pesado. Todos de alguna manera estábamos asustados, teníamos miedo. Miedo a ese fantasma que empezaba a dar vueltas por la casa y por cada una de nuestras cabezas, sobretodo de la mía.
A la mañana siguiente, fui al cole, no hable, ni comente el tema con nadie. Estaba bien, tenía que estar bien. No quise preocuparme en lo más mínimo. No era necia como para hacer que nada me pasaba, pero tampoco quería seguir alimentando mis fantasmas.
Fui al médico y efectivamente, tenía un tumor en una mama y encima con una infección. Ahí empezaron una serie de interrogatorios interminables, si me había golpeado, si me había pinchado con una planta, si me había caído, y lo fuerte vino cuando me preguntaron ¿Hay un antecedente de cáncer de mama en su familia? La doctora lo había dicho, ya no era eso que todos pensábamos y nadie nombraba, por las dudas. Ahí comenzó el maratón de estudios, hasta que terminó en el destino ya sabido, operación. Ya nadie podía ocultar la preocupación, el miedo. Yo trate de tomarlo como eso, una operación y listo. ¿Qué me iba a pasar si sólo tenía 14 años? Pero aunque me hacia la chistosa, sabía que yo no era inmortal. Ahí fue cuando empecé a entender de que se trata vivir, de valorar las cosas sencillas, de valorar los afectos, empecé a entender que no vale la pena hacerse problemas por boludeces, y que la vida es una montaña rusa, un día estás en la cima y otro, estás abajo. Tenía que entender y aprender mucho con 14 años. Y no estaba preparada para semejante enseñanza. Pero, en realidad, ¿Quién está preparado? Las cosas pasan porque tienen que pasar, y como siempre dije, no creo en las casualidades sino en las causalidades. Seguramente, la vida quería que yo aprenda algo. Hoy cada vez que me pasa algo, me digo lo mismo, algo seguramente tengo que aprender por eso me sucede esto.
Jamás podré borrarme la imagen de mis viejos cuando me llevaban a sala de operaciones. Mi papá es un tipo callado, para él la procesión va por dentro, pero lo conozco tanto, conozco tanto su mirada. Me miraba con amor, con preocupación y le costaba soltarme la mano. Mi vieja es más trágica, me decía que todo iba a estar bien, pero llorando. Es horrible, sentís que te estás yendo a tu propio funeral.
Llegué a sala de operaciones. Estaba muerta de vergüenza, pese a que ya le había mostrado las tetas a cuanto médico había visto, ese día también a toda una clínica, y encima me las habían toqueteado tanto. Yo seguía sintiendo pudor. Ellos lo hacían con naturalidad y para mí nada era natural. Estaba en bolas, delante de un equipo de médicos y en esa época, jamás me había desnudado delante de nadie. Llegó mi doctora, la verdad una excelente profesional, me tranquilizó, me explico lo que iban hacerme, trato de que no me sintiera tan expuesta. Y me dijo, -“Voy a lavarme las manos, cuando vuelvo empezamos”. Ahí entre en pánico y empecé a decirle, “pero si estoy despierta, cómo es que me va a operar despierta” Ella se rio, y fue a lavarse.
Me desperté sola, delante de mi había una enorme puerta. Escuchaba palabras sueltas, “reaccionó”, “habitación”. La camilla se empezó a mover. Y yo a gritar. Mi pecho me dolía, puta si dolía, sentía que tenía cuchillos cortándome en carne viva. Algunos el despertar de la anestesia, les pega mal. Este fue mi caso. No sólo porque me dolía mucho y yo no podía dejar de gritar. Sino que encima, se había apoderado de mi un demonio, porque las guarradas que gritaba, lo que putie a todas las enfermeras, las barbaridades qué no dije. Recuerdo que estaba ya en la habitación. Mi papá al lado mío, tomándome nuevamente de la mano. Entra una enfermera y le dice que me van a inyectar un calmante. Después que me pincharon, empece a gritarle “¡¡¡Hija de putaaa, me cortaron la teta, ahora me pinchan el culooo, me duele todoooo!!!” Mi viejo, no sabía donde meterse, me quería tranquilizar y yo seguía diciéndole barbaridades a la enfermera. También sé que se tentó de risa, eso me lo confesó después. Según él, sigo siendo personaje hasta cuando estoy drogada. Pero entre el dolor, mi estado de enajenación, el estar dopada, pese a todo, lo primero que hice cuando pude estar algo coherente fue tocarme, haber si tenía el pecho. Ahí estaba. Después de eso, vinieron dos semanas de torturas, no sólo mentales porque había que esperar el resultado de la biopsia sino que tuve tan mala leche, que me hicieron un vendaje con una cinta gruesa para sujetar un drenaje que me dejaron. Ésta me produjo una reacción alérgica que consistía en unas ampollas de agua que cuando se reventaban estaban en carne viva. O sea, cuando dejo de dolerme la herida, me empezaron a doler las ampollas.
El resultado dio benigno, pero no cáncer. A partir de ahí tuve primero que aprender a convivir con una cicatriz en un lugar muy sensual para los hombres. Confieso que me costo mucho. Sobretodo la primera vez que tuve relaciones. Pensaba que esa cicatriz podía causar rechazo. No fue así, es más casi se hizo imperceptible a los ojos de los demás. Claro que para mi no. Para mi está y la miro todos los días. Es esa marca en el cuerpo, que te demuestra en primer lugar todo lo que aprendí a mis 14 años. Porque les aseguro, a partir de este episodio mi vida fue otra, totalmente distinta. En segundo lugar, significa el decir gracias todos los días, fui una afortunada. Significa valorar mi vida y cada cosa, momento que vivo. Le doy la misma importancia a las alegrías y a las tristezas, a todo le pongo pasión, y también a veces tengo grandes dolores…pero es así cuando se vive con intensidad, valorando cada minuto.
Les remato la historia contándole algo más. Seis años después de este hecho, mi abuela hizo un cáncer de mama, y le sacaron uno. Con lo cual, mi cicatriz paso a tener más valor. Se resignificó en el tiempo. Para algunos puede ser una espada de Damocles, puede ser algo que me marque una alerta. Para mi, es algo que está ahí y me dice, que disfrute cada minuto, que cada vez que me sienta mal piense si realmente vale la pena sentirse así. A los 14 años, aprendí el miedo que uno tiene de morirse, de sentir que les faltan tantas cosas por hacer, por sentir y decir; que todo puede ser efímero. Lamentablemente, no fue la primera vez que me enfrente a este miedo. Después la vida, nos dio a mi flia. y a mi, situaciones duras. Pero de cada una de ellas aprendimos y pudimos sacar cosas buenas. Hoy sé, que cada momento compartido con la gente que amo, cada logro que obtengo, cada paso que doy, es un regalo que me hizo el destino. Y que la vida es justamente, el conjunto de cosas que nos hacen sentirnos felices, tristes, alegres, es sufrir, es explotar de emoción, eso no hay nada que lo pueda comprar. Tal vez, ahora algunos de los que me dicen por qué me la paso agradeciendo, puedan entenderlo, como cuando digo lo que siento, y soy obvia con mis sentimientos. Ya no me importa.
Soy obvia, pava, payasa, ansiosa, cabrona, sensible al máximo, ridícula, afectuosa, buena gente, analítica, apasionada, boluda importante, soy todo esto y mucho más. Y saben qué, no me importa, porque como dice la canción: “Sólo se vive una vez”. Y les juro, que esto lo aprendí.


Lola

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