miércoles, 20 de octubre de 2010

Brindo por las BUENAS NOCHES

De a poco empezaron esos días que dan gusto levantarse de la cama, ver el celeste cielo desde la rendija de la cortina, ya me predispone a amanecer llena de optimismo y con una sonrisa. Desde que llegó la primavera, se me da por decorar mi casa con flores. Y aunque parezca una boludez, también eso me carga de buena vibra. Llegar de trabajar y encontrar mi pequeño lugar en el mundo, saludándome floridamente, me genera paz interior. ¡Con qué poco me contento! ¡Con qué cosas tan simples siento que estoy bien y me siento feliz! Siempre fui así, no necesito de grandes despliegues para sentirme dichosa. Soy de risa fácil, de andar con paso lento por la vida, aunque a simple vista parece que me llevó el mundo por delante. Ya no. Tengo miedo de perderme algo en el camino. De no poder vislumbrar lo que tengo frente a mis ojos. Y así voy, corriendo pero sin correr. Permitiéndome a cada paso que doy de disfrutar del paisaje. Aunque como ya he contado, y ya me han leído, me quejo siempre del poco tiempo que tengo para compartir o tener un lindo ocio creativo, como los romanos. Tuve una semana brava, dormí poco, hice mucho y el cuerpo ya me empezó a dar señales que el stress está cerca. Por eso, me dedique para mí, solo para mi, el fin de semana largo. Dormí todo lo que quise, todo lo que me dio la gana, me enrosque debajo del acolchado y sentí que era lugar donde quería estar. Sé que me perdí de un domingo hermoso, lleno de sol y cálido. Pero necesitaba sentir que no estaba obligada a salir corriendo, a cumplir con alguna responsabilidad, no había despertador…¡¡¡qué lindo!!! Pero bueno, después de tanto dormir, cuando asome al mundo, me encontraba despierta, descansada, y sin planes. ¿qué hacer? Es la misma pregunta que me hago cuando llega un sábado a la noche en la que tengo ganas de hacer algo y me encuentro con la dudas de ¿qué?. No sé si les pasa a ustedes, pero a mí sí. No soy como Roberto Carlos, o sea, no tengo un millón de amigos. Tengo pocos pero de fierro. Pero estos pocos, están en pareja, otros casados y con hijos, otros con hijos simplemente y el 1% solos como yo. Lo que les permite organizar algún encuentro necesario para alimentar el alma, o salir a su vez con otros amigos. Pero bueno, nadie estaba libre. Mi soledad no me impide hacer algo si tengo ganas, de hecho he viajado sola, voy de vez en cuando sola al cine, al teatro o a comer afuera. Les dije que me encanta sentarme en la mesa de un bar y perderme mirando el mundo que se presenta ante mí. Más si tengo mi cuaderno para escribir lo que las musas me manden. Pero la verdad, tampoco tenía ganas de salir sola, es más no tenía ganas de salir. Tenía ganas de algo especial. Sí, algo especial como preparar una rica cena, prender velas, poner a Nora Jones inundando el ambiente, mis flores en la mesa, y dos copas de vino. Dejarme llevar por una buena charla, reírme y amanecer con alguien como el destino hubiera dispuesto, ya sea abrazada a ese alguien, o con un mate de por medio, en el filosofar de la noche. Lo importante era disfrutar del encuentro. Pero esto también era imposible. De todas maneras, prendí las velas, el hornito con las esencias, puse la mesa, llene mi copa de vino, como me recomendó que hiciera mi amigo David. La noche me sumergió en un viaje hacia el pasado. Trate de recordar cada una de esas noches en que fueron especiales, en que sentí que el corazón no me entraba en el pecho de la felicidad que sentía. Y estuvo bueno el viaje, porque descubrí que fueron muchas las noches especiales. Recordé rostros que hace años que no veo, ni siquiera sé por dónde están; también volví a ver a mis amigos porque muchas de esas noches también ellos hicieron que fueran especial, noches con mi familia, noches de amor por qué no decirlo. Recordando me sentí Schahrazada, era como si contara un cuento cada noche, pero no hice la cuenta de si eran las mil y una noches…tal vez el número no importa, sólo sirve saber que las viví y que en cada una de ellas fui feliz, y me dejaron una huella en el alma. En este viaje al pasado, me encontré con su rostro, confieso que tenía miedo de que se me hubiera borrado. Una no puede olvidar a quien amo, a su primer gran amor. No importa el tiempo que haya durado, no importa cómo terminó la historia. Importan esas noches que quedaron en la memoria, en la que el perfume parece envolverte nuevamente aunque haya pasado mucho tiempo, en las que la piel se vuelve a estremecer como si se volviera a vivir. Me entregué al recuerdo, deje que éste recorriera cada rincón de mi cuerpo, volví a esa primera vez.
Era un invierno duro, el frío calaba hondo en los huesos, no había abrigo que alcanzara para sentir alguna parte de mi cuerpo calentita. Aquella noche ventosa y fría rendía mi último final, la materia más brava, con la profesora más exigente. Yo no sé si eran los nervios, si el aire había cambiado, lo cierto es que ya no sentía mi cuerpo, me senté en ese salón con la simple idea de que sea lo que Dios quiera. Dos horas duró el final. Fui la última en rendir el oral. Escuche esa voz suave pero firme diciéndome que había aprobado, sentí que el corazón me explotaba. Me acababa de recibir de periodista. Me acuerdo de la cara de mi profesora felicitándome y yo con la ansiedad de contarle al mundo que lo había logrado. Salí de ese lugar llevándome el mundo por delante. Fui al bar de la esquina, lugar de tertulias con mis compañeros, en el que pasé tardes enteras, noches, ya sea filosofando de la vida o estudiando. Entré, no había nadie. Fui hasta el teléfono público, llame a mi viejo y sólo dije: ¡¡Me recibí pá!!¡¡ No me esperen, me voy a festejar!! Colgué y volví a marcar. Llamé a mi chico, quién sabía que rendía y con quién había quedado que al salir de dar el examen, íbamos a festejar juntos. Así fue. Lo llamé y me dirigí a su casa. El camino hasta su departamento me resultó larguísimo, la felicidad que sentía me hacia ponerme ansiosa, inquieta. Cuando al fin llegué, el estaba terminando una reunión con un amigo. Así que estuvo un ratito y se fue. Cuando nos quedamos solos, me tomó en sus brazos y dijo: ¡¡¡Felicitaciones colega!!! Y me estampó un beso. Él se había recibido en tiempo y forma, o sea en diciembre. Y yo espere seis meses más. Así que ambos habíamos compartido un mundo especial. Compartirlo es una manera de decir, porque los años que duró la cursada sólo nos cruzábamos en pasillos, colectivos, alguna que otra reunión de consejo académico en la que los dos participábamos, y las reuniones de la revista en la que trabajamos. El azar había querido que nos convocaran para un nuevo proyecto y ahí nos encontramos, nos vimos como si fuera la primera vez. A partir de ahí hubo un juego de seducción que hasta resultaba adolescente. Más para mí que para él. Porque yo tenía todavía toda la inocencia de la adolescencia. Toda la pureza de quien no sabía de qué se trataba eso de enamorarse. Aquel beso, me hizo vibrar hasta la más profundo de mí ser. Yo no sé si era porque estaba tan revolucionada por mi título o porque realmente ese hombre, sabía cómo tocar las aristas impensables de mi cuerpo. Lo cierto que desde que nos dimos nuestro primer beso, a está noche habían sólo pasado dos en el medio. La primera también fue tan especial, tan única. Pero está la superó. Sentí sus labios y el mundo pareció desvanecerse. Nada importaba. No sabía ni como me llamaba. Lentamente, empezó a sacarme la ropa. Lo hizo con dulzura, tomándose su tiempo con cada prenda. Entre nosotros, le llevo una bocha de tiempo, porque era invierno y yo estaba super abrigada. Así que ni en pedo le decía que me tenía que pelar como a una cebolla. Pero así lo hizo, con todo el tiempo del mundo. Yo era un manojo de sensaciones y de nervios. Era mi primera vez, y él lo sabía. Mi mente se llena de esa imagen. El colchón tirado en el suelo, la luz tenue, sus manos recorriéndome y yo temblando como un papel. Suavemente me recostó y yo me acorde automáticamente de todas esas cosas que me dijeron mis amigas, “que duele, que la primera vez es espantoso, que hacelo con alguien del que estés enamorada” y no sé cuanta chorrada más. Yo ya era una boluda importante, tenía 21 años hacia relativamente poco que me había sumergido en ese mar de saber de qué se trataba el mundo, más allá de las cinco cuadras de mi casa. Lo hicimos con la inexperiencia de una primeriza y la experiencia de él. Con su paciencia y mi tiempo, con mis temores y su seguridad, con su ritmo y con el mío. Y el momento se volvió mágico. Sentía que levitaba de ahí, que mi cuerpo se desprendía y el mundo, ya no sabía donde quedaba. Fue una de las tantas noches que vinieron después. Como dije antes, por suerte tuve muchas noches especiales y espero tener aún más. Pero como esa, jamás. Dicen que el primer amor, es para vivirlo y dejarlo ir, que es muy raro terminar juntos. En mi caso, es tal cual. Fue un gran amor, que dejo su huella en mi alma, pero que se esfumo en el tiempo. Por suerte, pese a las lágrimas derramadas por ese muchacho. Siempre lo recuerdo con cariño. Por eso, hay noches como la de hoy, que puedo viajar al pasado, cerrar los ojos y verlo ante mí, con su sonrisa, con su buen humor, con su picardía. Recuerdo riéndonos hasta el amanecer. En algún lugar andará haciendo camino. La última vez que lo vi, fue como esa oportunidad que te da el destino, para decir todo lo que no se había dicho, para pedir disculpas. Mientras escribo esto me estremezco, porque lo último que me dijo mirándome a los ojos fue: “Yo sé que como me amaste vos, no lo hizo nadie. Lo que compartí y comparto con vos, eso no lo podre hacer con ninguna mujer y yo, soy un boludo, porque me encerré tanto en mis quilombos, que no supe verte, no tuve huevos de enamorarme de vos”. Qué quieren que les diga, es lindo que a una le digan algo así. Pero escucharlo después de haber sufrido tanto, es como que caen a destiempo las palabras, y él dolor que se sintió no se borra. También es cierto, que haber escuchado esto, me ayudo a cerrar la puerta, y a mirar para adelante. Con la certeza de que todo se capitaliza en la vida. Con la simple certeza de que las cosas son como tienen que ser. Después de tanto tiempo, me sonrió mientras lo recuerdo, pero como dicen los que saben, lo importante no es el primer amor, sino el último, aquel que te acompañe hasta tu último suspiro. La voz de Nora Jones reinaba en mi mundo, tenía mi copa de vino en la mano, miraba las flores que tenía delante, me sonreí y brinde por las noches pasadas pero deseando que las mejores noches, estén por venir. Lola

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