viernes, 3 de junio de 2011

La magia de las cartas


Se escucha la lluvia sobre la ventana. La nostalgia del domingo me toma entre en sus brazos. Estoy en penumbras, camino por el departamento con un mate entre mis manos. La tranquilidad y las Estaciones de Vivaldi me llevan abrir mi caja de recuerdos. Soy como Clara, ese personaje maravilloso de La Casa de Los Espíritus de Isabel Allende. Ella andaba con sus cajas de la vida, en donde guardaba sus diarios íntimos, los regalos que le hizo su marido, sus hijos, todo lo que para ella tenía un valor sentimental y le hacía recordar algo. Pues yo soy igual. Tengo mis cajas de la vida.
La abrí y un mundo apareció ante mí. Ahí estaban, detenidas y eternizadas en el tiempo, guardando el poder perpetuo de las palabras. Cartas, escritas a mano, de puño y letras para mí. Las acaricio, las abro y me sumerjo en ellas. Me lleno de imágenes, de emociones, de lágrimas. Recuerdo el momento exacto en que cada una de ellas llegó a mi vida. Confieso que no hay nada que me guste más, que me regalen una carta. La magia que se produce cuando se abre un sobre y encuentro esa hoja escrita con letra manuscrita, me llena de emoción, me resulta única e irrepetible. Sé que soy una romántica empedernida. Me parece alucinante el avance tecnológico, poder estar comunicado todo el tiempo, sin importar la distancia, porque ésta ya dejo de ser un obstáculo, años atrás esto era impensable. Pero qué quieren que les diga, a mi me siguen encantando las cartas. Aunque ya esto resulte anticuado, y yo me haya quedado detenida en el tiempo. Soy una amante de las palabras y de su poder de trascendencia. En estos tiempos la pc y los sms, nos robaron la magia del cartero.
Ahí estaba, sentada en mi cama, con todas esas cartas a mí alrededor. Pensando en mi vida, en mí hoy. Por momentos siento que no cambio nada, y después de un rato me doy cuenta que sí, que he crecido, que ya tengo un camino recorrido, para bien o para mal, con aciertos y desaciertos, pero lo tengo transitado. Puedo decir que he adquirido un poco de sabiduría después de tantas caídas. De todas me he levantado. Así que aquí estoy, revolviendo el pasado, con parte de él, con el que quedó su huella en el papel.
Me encuentro con las cartas que me escribieron cada uno de mis amigos, las de algún amor (de estás hay poquísimas) y las que me escribieron mis viejos, mis hermanos, en algún momento de nuestras vidas. Les hago una confidencia. En una época en mi casa se nos había dado por escribirnos cartas para alguna fecha especial, cumpleaños, día de la madre, del padre, etc. Hasta que mi hermana en un acto de emoción, dijo : “¡¡¡Basta de cartas, de llorar como perros!!!” Entonces pasamos a algo más creativo, nos regalábamos historietas, con las frases celebres que habíamos dejado perpetrada en la memoria, sobretodo en la de nosotros tres que somos terribles a la hora de gastarnos.
Las miro, me rio, me emociono y lloro. Sobre todo cuando me encuentro con la que me escribió mi hermano en el momento más difícil de su vida.  Cuando la escribió hacia tres días que estaba internado. El 31 de mayo 1990. La vida sufrió un cambio de suerte. Aristóteles llama a esto peripecia. Él entró en ese camino doloroso y arduo que hacen todos los héroes clásicos. Tal vez, escucharon hablar de la construcción del héroe. Fue así, aunque yo lo cuente poéticamente. Y sin saberlo, cada uno de nosotros también.
Parece mentira como la vida te puede cambiar en un segundo e introducirte en un camino oscuro, sin saberlo, sin pensarlo si quiera. Pero ahí estás parado, y tenes que salir. Obviamente, que al que más le costó, el que más padeció fue él. Pero nosotros, los que estábamos a su lado también. Es horrible la sensación de impotencia que te agarra cuando vez que un ser querido tuyo, alguien a quien amas con toda tu alma sufre, y no podes hacer nada, absolutamente nada, más que estar ahí. 
Mi hermano, que por aquel entonces tenía 20 años, había sufrido un accidente de auto. Salió despedido y cayó sentado en la vereda, lo que le produjo estallido de ambos fémur. A los pocos días se complico, porque se dieron cuenta los médicos, que tenía una arteria y una vena cortada. Ese fue el comienzo del doloroso camino que tuvo que hacer. Estuvo a punto de que le amputaran la pierna y por qué no decirlo, de perder la vida si esa arteria no se hubiera cerrado como lo hizo milagrosamente.
Al tercer día de estar internado, con sus piernas colgando a un aparato, yo cumplía 17 años. Estaba en el último año de secundaria. Año que se supone que tiene que ser significativo, maravilloso. Pues para mí no lo fue. Tengo vagos recuerdo de mi vida escolar de aquellos días. Pero sí tengo grabado no sólo en la memoria, en el corazón, sino en un trocito de papel mi cumpleaños. Ese día no había ido al colegio, y cuando mi mamá llegó a media mañana de la clínica, me dio un papelito que decía:
 “Feliz cumpleaños, queridísima …, me gustaría comprarte un lindo poster de Hendy y dártelo, pero hoy, loco, todo es irreal, vos cumplis 18 y yo tengo mis piernas colgadas del sol. Te quiero. Feliz cumple. ¡Ojo esta noche!” (aclaro, se confundió)
Cuando leí este papel, no pude dejar de llorar. Ese día ni yo misma me acordaba que cumplía años. El ambiente de mi casa estaba tan convulsionado, que nadie se percató en que día estábamos, salvo él. Yo no lo podía creer. Sabía que sus piernas no dejaban de dolerle, que estaba próximo a una operación complicada, que estaba postrado en una cama, y pese a todo, él se acordó de saludarme. En ese pedacito de papel, escrito de puño y letra, vino un bagaje de amor tan grande, que ahí empecé hacer yo mi camino del héroe.
Contarles lo que fueron esos dos años, es tener que contar una novela, porque realmente lo fue. El proceso para que mi hermano vuelva a caminar fue largo, doloroso, pero gracias a dios, tuvo un final feliz. Hoy él es todo un hombre, padre de familia, excelente profesional y sobre todo una gran persona, con una personalidad (y perdón por la repetición) extraordinaria. Durante el tiempo que estuvo en cama, que fue más de un año, muy pocas veces lo vi mal de ánimo, casi siempre estaba bien, con fuerzas. Su predisposición y su coraje para salir adelante fueron realmente admirables.
Mañana cumplo 38 años. Hace tres días se cumplieron 21 años de esa noche terrible. En ese proceso aprendí, el valor de las cosas sencillas, en jerarquizar las cosas por la cual debemos hacernos problemas. De todas formas, somos seres humanos y solemos angustiarnos o ponernos mal por tonteras, pero es pasajero cuando recordas lo importante.
 Aprendí  que la familia lo es todo, porque pase lo que pase, siempre está. Yo recuerdo haberme pasado casi un año, acostada en dos sillas, al lado de mi hermano mirando películas, porque él no se podía dormir a la noche. Algo que sin duda lo volvería hacer.
Aprendí que no se puede planificar nada a largo plazo, que uno tiene que vivir a pleno cada momento.
 Aprendí el valor de la amistad. Vi como mi casa se llenó de jóvenes todos los días que mi hermano estuvo sin poder caminar. Como los amigos de mi viejo, de toda su vida, pelearon para salvarlo. Vi como las amigas de mi vieja, estuvieron al pie del cañon. Como las amigas de mi hermana la ayudaban y vi, sentí y agradezco a mis amigos, sobre todo los del secundario, porque eran ellos, los que todos los días me veían llegar con mi mirada perdida, muchas veces llorando, fueron ellos los que me apuntalaban y me dejaban desahogarme, porque dónde iba a llorar, dónde iba a mostrar mi sufrimiento. En casa no podía, estábamos todos iguales, en la clínica delante de mi hermano, menos. Fue con mis amigos con quienes me permití mostrar mis sentimientos. Los del cole, los de teatro, los de la vida.
Miro este pedacito de papel, y vuelvo a llorar como ese día. Me sigue emocionando de la misma manera, y mejor. Porque verlos a mis hermanos, a los dos, me llena de felicidad, ver lo que progresaron y lo que luchan día a día me llena de orgullo. Tal vez, en lo personal, todavía no me siento plena, siento que al lado de ellos tengo el paso más lento y más corto. Pero sigo aprendiendo.
Hoy celebro la vida. Y el mejor regalo que puedo tener, es sentarme a la mesa con toda mi familia, mis viejos, mis hermanos, mis primos, mis tios, mis sobrinos, mi cuñada, mis primos políticos. Saber que tengo amigos que son de fierro. ¡Qué más puedo pedir! ¡Ah, si…me acordé! Una carta, escrita de puño y letra. Porque todo esto empezó justamente, hablando de esa magia especial que tiene el papel escrito a mano.
Perdón, me sonó el portero eléctrico, debo guardar las cartas en mi caja de la vida. Tengo que bajar abrir. Mis hermanos me esperan. 
Lola
P.D: Comparto la magia del pedacito de papel escrito por mi hermano. (al que pido que después de esto no me mate!!).
Les dedico este relato a mis hermanos, a quienes amo con toda mi alma. Y a todos aquellos que me leen, especialmente a la gente de Facebook que no me abandonó en esta largas vacaciones que me tomé para escribir. 
Un regalito más, musiquita para el alma, (me encanta este tema de chambao por eso lo comparto con ustedes...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario