Que la risa es
sanadora, que cura y pone alas. Lo sabemos. Es más, muchos poetas han hablado de
esto, entre ellos Miguel Hernández. Ahora cuando lo comprobamos por nosotros
mismos, cuando lo experimentamos, es mejor. Y es muchísimo mejor cuando no sólo
nos reímos sino que podemos hacer reír a los demás. A mí me pasa esto. Por esas
cosas de las divinidades, puedo resultar cómica, ¡eso sí!, según la clase de
humor que manejen los demás. Por suerte, los que me conocen suelen compartir mi
risa, y reírse conmigo. No soy Nini Marshall, no tengo ni un poquito de su
talento, pero parece ser, según los que me quieren que tengo cierta gracia. Yo
sé que algo payasa soy, y me pone feliz serlo. Sé que gran parte de mi sentido
del humor se lo debo a mis hermanos. Los tres solemos ponernos todo tipos de
apodos, esto ocurre desde mi más tierna infancia, también solemos hacerlo con
los integrantes de la familia. En algún momento me dio un poquito de temor,
sobre todo cuando mi sobrina tenía dos años. Nos escuchaba llamarnos de
distinta manera, hasta que dije: “¡Che, basta que está criatura va a tener una
crisis de identidad. No va a saber quién es quién en esta casa y ella tampoco!”
Así que dé a poquito le fuimos explicando. Ahora ya la tiene clara. Sabe que
para ella soy la tía Puky, para mi hermano Beba, para mi hermana Mimí, para mis
amigos Collins, otros loli, para mi papá gorda, etc.
En realidad, no
quiero hablar de la historia de los apodos familiares, sino que quiero rescatar
el valor de la risa. Se preguntaran ¿por qué? Porque de alguna manera, casi sin
darme cuenta, he ayudado a mi amiga a
recuperar su risa.
Mi verano había
empezado de una manera atípica. Me encontré en enero trabajando en un lugar
nuevo, con gente nueva, haciendo una tarea totalmente diferente a la que suelo
hacer durante todo el año. En febrero volvía a mi trabajo de siempre, así que
quería tener por lo menos una semana de descanso, porque necesitaba
imperiosamente unos días para tirarme panza arriba y olvidarme que existía el
mundo. Mientras yo pensaba en que me iba a quedar en el fondo de la casa de mis
viejos. Surgió en un acto espontáneo una semana en la costa. Mar, sol, lectura,
dormir, caminar y charlar con mi amiga Coki. Ella estaba planeando otras
vacaciones y sin embargo, cambio su plan.
Coki venía de un
año doloroso. Se había separado, así de repente, él le dijo que se le había
acabado el amor. Lo que significo más que un corazón partido. Cuando te dicen
algo así sentís que las ilusiones se derrumban, que el futuro se desvanece, que
los proyectos que se habían armado en función de a dos, desaparecen. El vacío
que te queda se convierte en un puñal que no para de clavarse en el alma. El
dolor por momento te ahoga, te quita el aire, te aprisiona el pecho. Por
momento te agarran ataques de llantos, pareciera que en vez de alejar el pasado
vivido, la brisa te instala en un presente que te llena de angustia, y todo
parece tener su nombre. ¿A quién no le ocurrió?
Resurgir de las
cenizas lleva tiempo, según nuestro
carácter, algunos nos lleva más a otros menos, pero sabemos los que hemos
pasado por más de una ruptura que no es fácil. Por suerte, cuando no lo
esperamos, renacemos. Una mañana nos levantamos y ese terrible dolor en el
pecho desapareció, nos queda la nostalgia por lo que no fue, los recuerdos y
según como haya sido la ruptura puede quedarnos un sabor amargo o dulce.
Cargado con alguna dosis de furia.
Coki estaba
caminando, como podía y le salía, su duelo. Tenía sus altibajos, como todos en
esa situación. Ella con sus motivos y yo con los míos, decidimos tomar
distancia de la ciudad de la furia.
Fue tan bueno
hacerlo, fueron días de sol, de largas caminatas a la orilla del mar, de
mateadas al atardecer mirando el horizonte, de charlas interminables, de lindas
lecturas, pero sobre todo de reírnos y reírnos mucho. Recargamos todas las
pilas que pudimos. Volverse de las vacaciones, no le gusta a nadie. Pero todo se termina y retornamos nuestra vida cotidiana. En lo personal, hacia
mucho que no me iba de vacaciones. Fue conectarme conmigo misma, volver a sacar
una parte de mí que estaba algo perdida. Esto se debió también a una sumatoria
de hechos que fueron lindos para mí, también hubo alguno que otro que quiso
taparme el sol, pero todo sirvió para que empezara el año con todas las
pilas. En esos días de playa hubo algo que me hizo muy feliz, y fue ver a Coki volver a reír,
dejar sus lágrimas de lado. Sentir que un poquito tuve que ver con la sanación
de sus heridas, mejor dicho, que estas dolieran menos, también me hizo muy bien a mí.. Coki regresó aferrada a
su sonrisa, al bienestar y eso fue y es, lo excelente que tuvo nuestro verano
juntas.
Ahora que escribo me acuerdo de la película
Sex and the city, la primera, en la que Carrie está en el Caribe, mal porque
Big la había dejado plantada en el altar. Entonces sus amigas se van con ella
de viaje. Las cuatro están tomando sol y Carrie pregunta, ¿Cuándo volveré a reír?
Miranda simplemente le responde: “Lo harás cuando ocurra algo realmente
gracioso”. Y así fue, volvió a reír. A Coki le pasó exactamente igual. Volvió a
reír. A recordar lo sanadora que puede ser la sonrisa y disfrutar de ella. No
quiere decir con esto que su dolor haya cesado, simplemente quiere decir que
una puede volver a ser una misma. Puede encontrarse con su ser, puede volver a
salir a enfrentar al mundo. Puede recuperarse.
Esta buenísimo reírse,
con el cuerpo, con el corazón, llorar de risa hasta que nos duela la panza,
gritar “No doy más, no puedo dejar de reírme”. Reírse hasta decir basta, es la
mejor manera que tenemos de curar penas. Nos hace mirar la vida de otra manera,
vivir buenos momentos. Es tan cierto eso de que la risa pone alas. Pues, yo
trato siempre que puedo, de volar lo más alto que mi cuerpo me lo permita.
Lola.
Coki disfrutando de la inmensidad del mar, del sol sobre el horizonte...
Es cierto lo que dices: "la risa es la mejor de las curas". Hay momentos de depresión, en los que nada te divierte, nada te hace reir ni te alegras por nada. Por suerte, todo pasa. Como en tu narración, tu amiga sale de su letargo y comienza a vivir, a reir a carcajadas. Siempre es buena una compañía como la tuya, de una amistad inquebrantable. Mis felicitaciones a las dos por esa amistad. Y es cierto que la risa es terapéutica. A reir tocan. Saludos desde España.
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