lunes, 30 de abril de 2012

"Reír hasta decir basta"


    Que la risa es sanadora, que cura y pone alas. Lo sabemos. Es más, muchos poetas han hablado de esto, entre ellos Miguel Hernández. Ahora cuando lo comprobamos por nosotros mismos, cuando lo experimentamos, es mejor. Y es muchísimo mejor cuando no sólo nos reímos sino que podemos hacer reír a los demás. A mí me pasa esto. Por esas cosas de las divinidades, puedo resultar cómica, ¡eso sí!, según la clase de humor que manejen los demás. Por suerte, los que me conocen suelen compartir mi risa, y reírse conmigo. No soy Nini Marshall, no tengo ni un poquito de su talento, pero parece ser, según los que me quieren que tengo cierta gracia. Yo sé que algo payasa soy, y me pone feliz serlo. Sé que gran parte de mi sentido del humor se lo debo a mis hermanos. Los tres solemos ponernos todo tipos de apodos, esto ocurre desde mi más tierna infancia, también solemos hacerlo con los integrantes de la familia. En algún momento me dio un poquito de temor, sobre todo cuando mi sobrina tenía dos años. Nos escuchaba llamarnos de distinta manera, hasta que dije: “¡Che, basta que está criatura va a tener una crisis de identidad. No va a saber quién es quién en esta casa y ella tampoco!” Así que dé a poquito le fuimos explicando. Ahora ya la tiene clara. Sabe que para ella soy la tía Puky, para mi hermano Beba, para mi hermana Mimí, para mis amigos Collins, otros loli, para mi papá gorda, etc.
   En realidad, no quiero hablar de la historia de los apodos familiares, sino que quiero rescatar el valor de la risa. Se preguntaran ¿por qué? Porque de alguna manera, casi sin darme cuenta, he  ayudado a mi amiga a recuperar su risa.
   Mi verano había empezado de una manera atípica. Me encontré en enero trabajando en un lugar nuevo, con gente nueva, haciendo una tarea totalmente diferente a la que suelo hacer durante todo el año. En febrero volvía a mi trabajo de siempre, así que quería tener por lo menos una semana de descanso, porque necesitaba imperiosamente unos días para tirarme panza arriba y olvidarme que existía el mundo. Mientras yo pensaba en que me iba a quedar en el fondo de la casa de mis viejos. Surgió en un acto espontáneo una semana en la costa. Mar, sol, lectura, dormir, caminar y charlar con mi amiga Coki. Ella estaba planeando otras vacaciones y sin embargo, cambio su plan.
  Coki venía de un año doloroso. Se había separado, así de repente, él le dijo que se le había acabado el amor. Lo que significo más que un corazón partido. Cuando te dicen algo así sentís que las ilusiones se derrumban, que el futuro se desvanece, que los proyectos que se habían armado en función de a dos, desaparecen. El vacío que te queda se convierte en un puñal que no para de clavarse en el alma. El dolor por momento te ahoga, te quita el aire, te aprisiona el pecho. Por momento te agarran ataques de llantos, pareciera que en vez de alejar el pasado vivido, la brisa te instala en un presente que te llena de angustia, y todo parece tener su nombre. ¿A quién no le ocurrió?
  Resurgir de las cenizas lleva tiempo,  según nuestro carácter, algunos nos lleva más a otros menos, pero sabemos los que hemos pasado por más de una ruptura que no es fácil. Por suerte, cuando no lo esperamos, renacemos. Una mañana nos levantamos y ese terrible dolor en el pecho desapareció, nos queda la nostalgia por lo que no fue, los recuerdos y según como haya sido la ruptura puede quedarnos un sabor amargo o dulce. Cargado con alguna dosis de furia.
  Coki estaba caminando, como podía y le salía, su duelo. Tenía sus altibajos, como todos en esa situación. Ella con sus motivos y yo con los míos, decidimos tomar distancia de la ciudad de la furia.
  Fue tan bueno hacerlo, fueron días de sol, de largas caminatas a la orilla del mar, de mateadas al atardecer mirando el horizonte, de charlas interminables, de lindas lecturas, pero sobre todo de reírnos y reírnos mucho. Recargamos todas las pilas que pudimos. Volverse de las vacaciones, no le gusta a nadie.  Pero todo se termina y retornamos  nuestra vida cotidiana. En lo personal, hacia mucho que no me iba de vacaciones. Fue conectarme conmigo misma, volver a sacar una parte de mí que estaba algo perdida. Esto se debió también a una sumatoria de hechos que fueron lindos para mí, también hubo alguno que otro que quiso taparme el sol, pero todo sirvió para que empezara el año con todas las pilas. En esos días de playa hubo algo que me hizo muy feliz, y fue ver a Coki volver a reír, dejar sus lágrimas de lado. Sentir que un poquito tuve que ver con la sanación de sus heridas, mejor dicho, que estas dolieran menos, también me hizo muy bien a mí.. Coki regresó aferrada a su sonrisa, al bienestar y eso fue y es, lo excelente que tuvo nuestro verano juntas.
  Ahora que escribo me acuerdo de la película Sex and the city, la primera, en la que Carrie está en el Caribe, mal porque Big la había dejado plantada en el altar. Entonces sus amigas se van con ella de viaje. Las cuatro están tomando sol y Carrie pregunta, ¿Cuándo volveré a reír? Miranda simplemente le responde: “Lo harás cuando ocurra algo realmente gracioso”. Y así fue, volvió a reír. A Coki le pasó exactamente igual. Volvió a reír. A recordar lo sanadora que puede ser la sonrisa y disfrutar de ella. No quiere decir con esto que su dolor haya cesado, simplemente quiere decir que una puede volver a ser una misma. Puede encontrarse con su ser, puede volver a salir a enfrentar al mundo. Puede recuperarse.
  Esta buenísimo reírse, con el cuerpo, con el corazón, llorar de risa hasta que nos duela la panza, gritar “No doy más, no puedo dejar de reírme”. Reírse hasta decir basta, es la mejor manera que tenemos de curar penas. Nos hace mirar la vida de otra manera, vivir buenos momentos. Es tan cierto eso de que la risa pone alas. Pues, yo trato siempre que puedo, de volar lo más alto que mi cuerpo me lo permita.
Lola.
Coki disfrutando de la inmensidad del mar, del sol sobre el horizonte...

1 comentario:

  1. Es cierto lo que dices: "la risa es la mejor de las curas". Hay momentos de depresión, en los que nada te divierte, nada te hace reir ni te alegras por nada. Por suerte, todo pasa. Como en tu narración, tu amiga sale de su letargo y comienza a vivir, a reir a carcajadas. Siempre es buena una compañía como la tuya, de una amistad inquebrantable. Mis felicitaciones a las dos por esa amistad. Y es cierto que la risa es terapéutica. A reir tocan. Saludos desde España.

    ResponderEliminar