sábado, 1 de mayo de 2010

¡¡¡Puta, que vale la pena estar vivo!!!

Son las 19:30 hs. Estoy sentada en la mesa de un bar que está en la vereda. Es una linda nochecita de verano, corre una brisa fresca, agradable, para nada molesta, sino todo lo contrario, siento que me refresca el alma después de un día caluroso. Amo estos días así de verano, y también amo sentarme sola en la mesa de un bar, ver la gente pasar, observar los movimientos de la calle y dejarme llevar por la imaginación. Me pido una gaseosa, prendo un cigarrillo y dejo que mi mirada absorba lo que hay delante de ella. En eso veo una pareja, ¡va! Un chico y una chica, se sonríen, se abrazan, en sus miradas hay cierta tristeza. Caminan juntos pero no van tomados de la mano. Fue verlos a ellos, para vislumbrar un recuerdo. Ahí nomas, saque mi cuaderno (siempre llevó un cuaderno y una  lapicera en mi cartera, por si tengo ganas de garabatear algo en un papel) y me pongo a escribir esta anécdota, historia, relato, como quieras llamarlo, para mi es un recuerdo, de esos que siempre quedaran guardados en la memoria y en el corazón.
Era verano, enero más exactamente, y el año...no lo voy a decir, pero de esto ya pasaron más de diez. Recuerdo que era un día de semana. Al mediodía me llamo mi amigo Indio para encontrarnos a tomar algo a la tardecita, tenía ganas de verme y de que charlemos un rato. A las 18:30 hs. nos juntamos en  Av. Callao y Corrientes.
Fue vernos, mirarnos a los ojos, para saber que ninguno de los dos estaba bien, que cada uno traía una pena en el corazón. De todas maneras, verlo siempre me produce una sonrisa y a él igual. Nos abrazamos fuerte y nos fuimos a caminar. Así llegamos a la plaza que está enfrente del Ministerio de Educación, entre Marcelo T de Alvear y Paraguay, creo. Ahí nos sentamos en un banco.
Nos contamos nuestros pesares, los dos teníamos el corazón algo golpeado y nuestras cabezas eran unas lindas calesitas. Los dos nos parecemos en algo, somos demasiados analíticos y siempre le buscamos la quinta pata al gato, por más que no lleguemos a ningún lado. 
Lo cierto es que para ese entonces, yo estaba saliendo con alguien bastante complicado, y por ende, tenía una relación bastante complicada. De esas que sabes que no son buenas, que no van a llegar a ninguna parte, pero que te atrapan y te hacen fantasear con que la cosa puede cambiar, porque cuando estás con él te olvidas del mundo, pero él desaparecía y ahí empezaba el sufrimiento. Indio, no estaba mejor que yo, pero al menos lo suyo era más sano, sabía que  tenía que darle un corte a su pareja y estaba juntando el coraje para hacerlo, o tal vez, tener bien en claro,  lo que debía hacer.
Así como dos vagabundos sin destino, estuvimos sentados en la plaza tratando de encontrarle a cada por qué su respuesta, cosa bastante complicada porque como todos sabemos, no todo tiene respuesta. Así que lo que se hace, en este caso hicimos, fue teorizar, hacer hipótesis, sobre aquellas cosas que no entendíamos y que en realidad, formaban parte del mundo de "otros", por lo tanto, no tenemos la posibilidad de acceso. Y el suponer, a veces, lo que trae son justificaciones inventadas que nos permiten creer que son válidas, entonces nos conformamos y sino ocurre así, nos da chances para seguir pensando pelotudeces, hasta ver si podemos cerrar nuestros pensamientos de una manera que duela menos. Algo que es una mentira total. Porque tarde o temprano, lo que tiene que doler, duele.
La noche ya caía sobre la calle que nunca duerme. Las marquesinas de los teatros iluminadas y la artería  semi desértica era un paisaje que inspiraba tranquilidad, y por que no decirlo, representaba bastante bien, nuestro estado de ánimo. Mientras seguíamos a la deriva, decidimos ir al cine. La película "¿Quién ama a Gilbert Grape?". La sala parecía una prolongación de la calle. Éramos solo ocho personas. La desolación nos perseguía. Y el films, no nos levantaba más el ánimo. Lo cierto es que cuando Jony Deep prende fuego la casa, yo sentí que dentro de mí también algo se prendía fuego, y dolía...¡¡¡Puta si dolía!!! Lo bueno fue, que con mis ojos llenos de lágrimas, sentí que Indio me apretaba la mano. Lo miré, sonreí, una ola de paz me acababa de envolver.
Ya era tarde, ambos teníamos que regresar. Nos tomamos del bracete, como dos ancianos que ya "están de vuelta de tantas cosas" y sin embargo, estábamos tan lejos de eso, a duras penas recién empezábamos a vivir, por decirlo en un sentido figurado. Y así, tomados del bracete, las dos primeras cuadras las hicimos en silencio. Por arte de magia, de esa que aflora en el aire, sin necesitar que se la invoque, pero que aparece con la espontaneidad del simple acto de aparecer, nos empezamos a tentar de risa. Nos tentamos de una forma que no podíamos parar de hacerlo. Lo hicimos con ganas, con fuerza, con ruido, como liberándonos de todo lo que estaba comprimido dentro de cada uno de nosotros. Riéndonos, caminamos hasta la parada donde yo me tomaba el colectivo. Nos dimos un abrazo fuerte, fuerte, sellando esa noche, como dándonos la confirmación del cariño profundo que nos tenemos, de que si todo había estado tenido de tristeza y desolación, el haberlo compartido sirvió para darnos cuenta de que ninguno de los dos estaba solo, que las tristezas compartidas pueden llevarse mejor sobre las espaldas, y lo más importante, que las carcajadas que se produjeron, rompieron la melancolía de la noche y nos permitieron reírnos de nosotros mismos bajo ese paisaje. Eso nos permitió, sacudir al menos, por un momento, las penas.
Subí al colectivo, con una sonrisa en mi rostro, observando que la ciudad a esa hora estaba desierta. Pero esta vez, el paisaje no representaba mi estado, yo no estaba vacía, estaba llena de ternura, de cariño, de amistad. Así me sentía. Regresaba a mi casa contenta, aunque sabía que algo dentro de mí seguía doliendo, pero ese sentimiento estaba pronto a terminarse, sólo era cuestión de tiempo.
Estoy en la mesa del bar, prendo un nuevo cigarrillo, me sonrió sola. De esa noche hasta hoy, he pasado por tantas cosas, he llorado tantas veces, he tenido otros dolores, pero como esa noche, nunca. Lo bueno es que después de tanto tiempo, y de haber vivido muchas cosas, Indio sigue en mi vida. Es más, lo veo venir hacia mí, con su sonrisa, con sus ojos iluminados diciéndome "¡¡¡Hola, pedorraaa!!!"
No repetiremos aquella noche. Los dos hemos crecido mucho, y lo bueno de todo, es tener la confirmación constante, que las penas pasan, las historias de amor terminan, las parejas cambian; pero los amigos del alma, siempre quedan y comparten nuestros días, nuestra vida, y nos ayudan a llevar nuestras mochilas cuando sentimos que nos quedamos sin fuerzas. Por suerte, hay vínculos que con el tiempo no se terminan sino que se solidifican y se fortalecen. Estos son los que nos alimentan el alma. Y porqué no decirlo al mejor estilo Hector Alterio en la película "Caballos Salvajes"...¡¡¡PUTA QUE VALE LA PENA ESTAR VIVOOO!!!" Y sí, los amigos del alma, nos hacen sentir que todo vale la pena vivirse, cuando lo podemos simplemente, COMPARTIR.
LOLA

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